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Oportunidades, más que actitudes

Hay una gran inconsistencia entre comportamientos y valores
declarados de algunos personajes, que suelen llamarse "gente de
bien" y reclamarse los dueños de este país con el derecho a decidir
y elegir quienes pueden ser sus gobernantes. Son proclives a la
ostentación de poder, viajan al exterior a disfrutar sus vacaciones,
tienen negocios que venden mercancías y bienes importados de
China, compran de contrabando, violan normas de tránsito y
ofrecen sobornos, no hacen filas, usan influencias y hacen lobby
para obtener beneficios particulares y tratos preferenciales, así
como exención y reducción de impuestos.


Igual, estos personajes singulares, se declaran impolutos y la
reserva moral del país, actúan como oráculos éticos y referentes
sobre lo que se debe hacer y no se debe hacer, se ufanan de crear
y dar empleo para que la gente coma, en ocasiones posan de
patriotas, en otras de nacionalistas, pero amenazan con irse del país
si llega al poder alguien que no pertenezca a su élite o haya sido
ungido por ellos.


Esa amenaza de abandono del país es otra forma de chantaje que
usan como parte de la receta de intimidar, infundir miedo, hasta
aterrorizar y sembrar temor a los débiles e ingenuos que siempre
han cautivado para mantener en el poder a una élite política. Una
práctica histórica que tiene como factor común el miedo y el temor,
y no ha faltado el terror infundido por miedo extremo a riesgos
imaginarios alimentados con fake news, especialmente, en períodos
de elecciones.


En los últimos sesenta años la constante para llevar a las urnas
prácticamente aterrados a los electores, unas veces, y
emberracados, otras, ha sido el miedo y el temor. Siempre se ha
agregado un eslabón a la cadena de miedo e intimidación desde la
violencia liberal conservadora desatada después del asesinato de
Gaitán, hasta lo que observamos en meses previos a elecciones del
2022.


Como bien ha sido tipificado y estilizado en un texto de autor
desconocido, para cada elección presidencial, han construido un

miedo o un temor. Entre 1958 - 1966, miedo a la violencia liberal-
conservadora; 1970, miedo a Rojas Pinilla; 1974, miedo a Álvaro

Gómez, hijo de Laureano Gómez; 1978, miedo a la protesta social
calificada de influencia comunista; 1982, temor a "hacer un
mundial" por riesgos de atentados por conflicto armado y las mafias
de Medellín y Cali; 1986 y 1990, miedo a Pablo Escobar; 1994,
temor a entregarle el país a un bobo, Pastranita; 1998, se eligió al
bobo por miedo a un socialdemócrata acusado de amigo de la
guerrilla, Horacio Serpa; 2002 y 2006, entrega del poder a fuerzas
radicales por miedo a las FARC; 2010, Uribe exacerba el país con
más miedo a la FARC; 2014, disfrazaron el miedo con el rostro de
Uribe; 2018, Uribe se lavó el rostro y construyó el miedo a un
hipotético castrochavismo; y para 2022, alimentan odio y miedo a
Petro, por temor a un supuesto neocastrochavismo.


Más de medio siglo con la misma estrategia de intimidación,
generando desconfianza a la gente sobre su futuro y anticipando
supuestas amenazas, y por tanto, anticipando unos temores ante
situaciones futuras infundadas. Han manejado las inseguridades de
la gente en sus vidas presentes proyectando escenarios más
inciertos y llenos de mayores carencias que desencadenan angustias
sólo con imaginarse que van a estar en condiciones más precarias
que las actuales.


Esos estados de ánimos provocados históricamente con cálculos
electorales, también, tienen el propósito de inmovilizar a las
personas frente a políticas más regresivas y de profundización de
dominación y control. En los términos de Naomi Klein, economista,
filósofa y periodista canadiense : "En los momentos de mayor crisis
y miedo, cuando las sociedades más irracionales son, los grupos
ligados al poder encuentran la oportunidad perfecta para establecer
las políticas más funcionales a sus intereses, por aberrantes que la
aplicación de ellas sean para la nación".


Pero ese temor y maquinación de la sicología social que han usado
para confundir y mantener un modelo político e imponer sus
intereses con medidas públicas impopulares, no va más... se acabó.
Es visible en el estallido social, que se vive actualmente en
Colombia, la indignación por innumerables e históricos abusos y la
conciencia y determinación por el cambio.

El punto de inflexión para el cambio es aprovechar el estado de
desconfianza generalizado en los políticos acomodados en el
sistema, la frustración por el engaño con las recurrentes promesas
en épocas electorales y la irritación por la desidia de gobernantes en
la solución de los graves problemas que se han hecho más visibles y
sentidos en la pandemia. Creo que podemos acompañar la iniciativa
de un pacto histórico de algunos movimientos políticos progresistas,
para realizar las “reformas indispensables que nos permitirán
transformar al país y enrutarlo hacia la sociedad equitativa y
sostenible a la que todas y todos aspiramos”.

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