Aviso

Colarebo Colombia – Redacción Bogotá Cuando en Colombia se podía acampar, recuerdo que una vez hicimos un delicioso sancocho con agua de un rio cristalino. Momentos más tarde, cuando decidimos disfrutar del baño, encontramos un perro muerto enredado entre las ramas del río, cincuenta metros aguas arriba.

Por eso, siempre que me invitan a un sancocho me preocupo por saber de qué está hecho y de observar el entorno en el que se desarrolla.

Cuando se cocina este tradicional plato, no se pueden suprimir sus ingredientes si, por ejemplo, a alguno de los invitados no le gusta la yuca, o no echarle ajo porque no es del gusto del chef y lo considera muy pequeño. Así en la política, al igual de este menudo condimento, la izquierda le da el sabor a la lucha social y no se puede descartar por su tamaño.

El pensamiento de izquierda es un acumulado cultural de las luchas sociales históricas de los pueblos del mundo, incluido el colombiano. Vale recordar a Espartaco, a los nativos remisos a las invasiones coloniales, a los negros cimarrones, a los indios tira flechas, a los habitantes de las barriadas de Quito en 1765, a los comuneros de 1781, a las guerras de independencia, a la Comuna de Paris en 1871, a la revolución bolchevique en 1917, a las huelgas bananeras de 1928, a Jorge Eliécer Gaitán, al levantamiento social, en fin, a un largo etcétera en todos los continentes. No se puede pretender que ha sido invento de una organización en particular, porque a este paso vamos a terminar creyendo que la lucha social surgió con el petro-santismo, alianza que ve hasta la derecha.

Mucho se han tergiversado los términos lingüísticos y eso pasa cuando se trata de categorizar a la izquierda en su composición, la cual no puede ser medida solo por su tamaño electoral y tratarla despectiva y numéricamente como si valiera un cero a la izquierda.

Tampoco se puede tergiversar el concepto del "sancocho" de Bateman, en el que se espera que, en una sana democracia, los más competentes vayan a ocupar los cargos de dirección, y pretender aplicarlo al estado, como si este no fuera un instrumento de clase, funcional a la minoritaria, traidora, violenta, corrupta e incapaz oligarquía, que por siglos lo ha manejado.

No se puede hacer el cambio con funcionarios pro-oligárquicos; embajadores, cónsules, directores, magistrados, fiscales, empleados de poca monta, que chorrean antipetrismo por todas las instituciones, que bloquean y entorpecen las decisiones de gobierno; militares que con pasión y sin compasión golpean al pueblo al que deberían proteger, pagados con los impuestos de todos los ciudadanos y a los que se les da la mesada catorce indiscriminadamente. Los funcionarios no pesan tanto por su valor en la tecnocracia como por su concepción y posición de clase.

Tampoco se puede ser tan sectario de pararse en la raya ante los reclamos de los demás y después decir que los sectarios son los otros. Otra cosa es que se tenga que manejar una doble o múltiple agenda para conciliar entre las cuatro principales fuerzas políticas del país: la oligarquía, el narcotráfico, el imperialismo y las clases populares, esta última que busca transformar a la sociedad, al estado y a sus instituciones, para construir una nación soberana, una república democrática, un estado social de derecho, "hasta que la dignidad se haga costumbre".

A la izquierda se le respeta.

El objetivo del periodo sigue siendo el mismo: arrebatarles el país político a las mafias del narcotráfico y de la corrupción, que mantienen a todas las instituciones en la criminalidad, para que la población pueda expresarse, libre y democráticamente, sin ser perseguida, reprimida, maltratada, despojada, asesinada, descuartizada y desaparecida.

Los instigadores no pueden hacer parte del sancocho.

Febrero 17 de 2025.

Additional information