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Lo que suponemos como inteligencia artificial Lo que se conoce actualmente (s. XXI), como occidente o mundo occidental, después de que se deslastró oficialmente del tutelaje absoluto religioso católico, luterano y anglicano, ha gravitado en la vida práctica y real, más allá de las aproximaciones estéticas de la literatura y del psicoanálisis, entre lo real maravilloso inusitado y el realismo mágico, con una pléyade de flaneurs o simples contempladores, autómatas consumidores, a partir de la ignorancia aprendida.   En fin, el mundo occidental ha pasado del fetichismo mágico religioso al fetichismo pseudocientificista y con poses de inteligencia, trastocando conceptos y categorías, que ya no importan por su significado interno u original, ni por su resemantización en el tiempo, sino que, ahora, asistimos a sentidos de las palabras y las cosas, no por la “norma – uso” desde una semántica comprensiva de la interacción social, sino porque desde la mercadotecnia y de los laboratorios del pensamiento acrítico para las masas, se sacan palabras, que repetidas a la velocidad del 100 Mbps en los soportes electrónicos audiovisuales, se convierten en nuevas realidades de la “ignorancia aprendida” a fuerza de repetición y uso colectivo.
     
Así, por ejemplo, tenemos en esas nuevas realidades de esta new age, palabras o compuestos de palabras, como “Inteligencia Artificial”, que en estos últimos días se muestra como el grito de moda y signo que demuestra que uno está a la vanguardia de lo nuevo, o por decir lo menos, que está en condiciones de codearse y encarar, de tú a tú,  a cualquier ser inteligente de otro planeta o de otra galaxia, que se haya escapado de algún agujero negro. 
     
Al parecer, muchos creen que con la llamada inteligencia artificial contenida en una aplicación gratuita descargada en el teléfono celular o laptop, podemos hasta traducir lo que nos diga cualquier extraterrestre que se nos atraviese en el camino. Atrás quedó el zapatófono del Súper Agente 86.
     
Resulta que esté término compuesto por las “palabras – testigo” del primer  cuarto del siglo XXI, llamado “Inteligencia Artificial”, fue acuñado por el Informático Jhon Mccarthy en 1956, con una deliberada intención en la Conferencia de Dartmouth en la Universidad de Dartmouth College (EE.UU.), evitando las teorías de los Autómatas y de la concepción Cibernética, con una intención de neutralidad del término “inteligencia artificial”, que luego, en estos últimos tiempos ha sido emparentado erráticamente desde el campo de las ciencias, como el zenit o estadio superior y autónomo de la Robótica, mientras que desde la mercadotecnia y el consumo de masa irracional ha sido bastante exitoso el manejo del término “inteligencia artificial”. Lo que sí es seguro es que a todo término compuesto de dos palabras hay que tenerle cuidado, porque en sí mismo no es autorreferencial, le buscan cambiar su sentido o es engañoso.
     
Resulta que en sentido estricto, la inteligencia es la capacidad humano racional de articular pensamiento de manera espontánea, arbitraria y, en combinación con los sentimientos y emociones, capacidad ésta que aún hoy, nos distingue a los seres humanos del resto de la especie animal.
     
Incluso, hay visiones que  cuestionan la noción de que la inteligencia humana sea  “creadora”, porque hay visiones y posturas que no atribuyen su capacidad de crear a la inteligencia humana, sino a “dios”, como inteligencia superior, para hacer todo desde la nada. Y desde el hecho formal de la ciencia, la mayoría coincide en que la inteligencia humana (aunque suene a oxímoron) es el principal medio para la transformación del mundo que nos rodea, la innovación y la sofisticación de la vida en todos sus ámbitos.
     
Lo que sí queda claro es que la inteligencia humana no nos viene tanquam tabula rasa, sino que nuestros pensamientos primarios o primeros pensamientos, aunque primitivos en sus inicios, vienen antecedidos de una memoria genética y del contexto que determina al sujeto y viceversa.
     
La inteligencia, al ser propia de la naturaleza humana, le permite pensar, razonar, decidir (hasta cierto punto, porque esta capacidad está mediada por la superestructura del Estado, sus normas e instituciones), transformar, diversificar, recrear y cambiar mucho de cuanto le rodea, permitiendo además, que la memoria colectiva influya en la individual y ésta recree y realimente la colectiva.
     
Por lo tanto, la inteligencia no es artificial, aunque haya manifestaciones maravillosas o increíbles, tal vez, inusitadas en un determinado momento y espacio, en algún objeto, material robótico o en el cyber espacio.
     
Es allí, en donde radica lo errático en unos casos, la estafa en otros, al pretender hacer ver como Inteligencia Artificial, lo que apenas son algunas de las tantas manifestaciones de la inteligencia humana, aplicadas por algoritmos, binarios y/o difusos (fuzzy), que desde la programación, hace que la Robótica evolucione en cuanto a tareas, acciones, funciones y servicios que facilitan la vida humana, tal y como podemos ver, desde una lavadora básica programada con movimiento repetitivos fijos, hasta  una lavadora fuzzy, que lava con varias funciones y ejecuciones, gracias a la programación con código matemáticos decimales de alta precisión. 
     
Así tenemos, robots que sirven alimentos, emiten voces y diálogos, ejecutan tareas programadas y simulan tareas o  funciones que comúnmente eran vistas únicamente en los seres humanos.
     
Pues bien, todas esas aplicaciones que nos han maravillado desde la Edad de Oro, la industrialización, la Modernidad y la modernización, no son más que múltiples actividades propias del ingenio humano que se le han programado en todo cuanto es posible. Es decir, han sido actos de ingeniería, como aplicación de la inteligencia humana, con sofisticación cada vez mayor. 
     
Por tanto, eso que dan en llamar en un contrasentido como “Inteligencia Artificial”, no es otra cosa que “Ingeniería del Conocimiento “. Lo artificial no es inteligente, es programado y preprogramado, por una inteligencia que es,  eminentemente, humana.
     
Y cuantos más conocimientos adquieran los humanos, la robótica y creaciones inmateriales concretas e inalámbricas, serán más maravillosas, a la vez que, simples y confortables.
     
Suponer, entonces, que la robótica y las aplicaciones con utilidad social e individual van a sustituir la inteligencia (que es humana), es una ingenuidad o raquitismo mental, al no percatarse de la inmensa capacidad de la naturaleza humana y sus insospechadas posibilidades, que jamás podrán ser superadas por un software y cualquier hardware que lo soporte o donde se vehicule. Nuestro cerebro tiene millones de ramificaciones, que operan autónomamente, de manera coordinada, consciente e inconscientemente, desde nuestra gestación, hasta la muerte.
     
Sin duda alguna, desde la “Ingeniería del Conocimiento” se busca aprovechar las ramificaciones de la net o telarañas de la información y la comunicación, a manera de sinapsis y, en la medida en que se alimentan de informaciones con las programaciones, en ese mismo orden las acciones y funciones se van perfeccionando, pareciendo adquirir vida propia, pareciendo tener libre albedrío o decisión, pero siempre será “pareciendo”. Pueden ser múltiples programaciones y múltiples funciones. Pero todas son programadas y preprogramadas.
     
Sería una ingenuidad no pensar, ni aceptar que desde los centros de investigación, desde las universidades y laboratorios, se está trabajando en replicar la inteligencia humana, es decir,  la complejidad de la masa cerebral que permite insospechadas posibilidades. Pero, será eso. Réplicas y aproximaciones a la inteligencia, que es humana por esencia y es autónoma, a la vez que,  arbitraria y afectiva. 
    
El programa que llaman Alexa o cualquier nombre femenino y sensual, hasta los robots con anatomía parecida a la humana, que logran, incluso, satisfacer necesidades, deseos y emociones humanas, son programaciones maravillosas, pero son producto del ingenio humano y dependen de ello.
     
Así como la cabra Dolly fue el primer clon exitoso de este animal, no cabe dudas de que entre nosotros o como conejillos de laboratorio, incluso, como soldados desechables, habrá clones humanos. No cabe duda de que hay quienes trabajan arduamente por lograr clonar la inteligencia, que es estrictamente humana.
     
Por lo pronto, en muchos países, para evitar la profundización de la esclavitud del siglo XXI, deberíamos comenzar por enseñar a cada niño, desde el primer grado de primaria, a programar y manejar todas las herramientas y aplicaciones posibles, que les puedan brindar independencia económica y le faciliten la vida cotidiana. De no hacerlo en lo inmediato posible, la estupidización colectiva abarcará la mayoría de la población mundial y la Inteligencia será relegada a ghettos, hasta el fin de la humanidad.