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En los regímenes monárquicos premodernos, el estado se condensaba en los soberanos y eran éstos quienes dictaban leyes, declaraban guerras, convocaban ejércitos, imponían impuestos, nombraban a sus cortesanos. 

Si se comparan estas atribuciones, con las actuales formas de gobierno, se ve que muy poco ha cambiado. La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, aprobada por la Asamblea Nacional Constituyente francesa el 26 de agosto de 1789, nunca se cumplió. 

Como se pretendía, "Tales derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión. El principio de toda Soberanía reside esencialmente en la Nación. Ningún cuerpo ni ningún individuo pueden ejercer autoridad alguna que no emane expresamente de ella." 

Con el pretexto de llevar a las naciones los logros de la Revolución francesa, Napoleón, "el enviado del demonio" para los monarcas de la época, invadió paulatinamente a Europa, para terminar conformando un nuevo imperio con emperadores dinásticos. 

En el Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, Marx da algunas razones del porqué este inconsecuente rumbo de la historia. "La burguesía tenía la conciencia exacta de que todas las armas forjadas por ella contra el feudalismo se volvían contra ella misma, de que todos los medios de cultura alumbrados por ella se rebelaban contra su propia civilización, de que todos los dioses que había creado la abandonaban. Comprendía que todas las llamadas libertades civiles y los organismos de progreso atacaban y amenazaban al mismo tiempo en la base social y en la cúspide política, su dominación de clase, y por tanto se habían convertido en "socialistas". (Edición en lenguas extranjeras, Pekin, pag 64)  

Por eso, bajo el supuesto de aplicar los derechos humanos así declarados, se crearon "nuevas naciones", como repúblicas democráticas, basadas en el estado social de derecho, con sociedades democráticas, pero que se quedaron en el papel como Cartas Constitucionales o Contratos Sociales, que nunca se aplicaron y que sólo existen en los discursos de "los doctores" y de los patrones. 

Lo cierto es que, en Colombia -y tal vez en todo el mundo- las élites políticas tradicionales, siempre han gobernado en la ilegalidad; se autoeligen de forma fraudulenta, se roban el erario y se enriquecen a costa de este, matan a los opositores, burlan la ley, trafican, delinquen, evaden la justicia, precluyen; las fuerzas armadas persiguen, maltratan, lesionan, cazan a la muchachada de la primera línea, matan, desaparecen ciudadanos y los descuartizan, acciones todas violatorias de la constitución. Siguen en sus fechorías y no pasa nada. Acerca de esto, la sabiduría popular halo sido muy clara: "la ley es para los de ruana".  

La constitución ha servido principalmente para castigar a la población cuando se sale de control, pero cuando es un poderoso el infractor, se paran sobre la carta magna. 

Jorge Eliécer Gaitán, creía que constitucionalmente podía ser el presidente de Colombia, pero la oligarquía dijo que no y lo mataron. Gustavo Petro cree que constitucionalmente, por votación, puede ser el presidente de Colombia, pero la narco oligarquía dice que no; corre inminente riesgo su vida. Todos los muertos de los opositores son de poco peso para las élites tradicionales y de consecuencias manipulables para mantenerse en el poder. El imperialismo aplaude y respalda militarmente las truculentas acciones de los potentados políticos locales y los mantiene como gobernantes súbditos. 

En las elecciones del 2022, el pueblo colombiano podrá cambiar el rumbo de su historia y de su existencia si actúa con audacia, inteligencia, contundencia, con los ojos abiertos, dice no a la opresión y entiende que es posible un mundo digno. 

 

Septiembre 14 de 2021

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