«La brecha entre los beneficios económicos y los costos sociales y ambientales se ha vuelto cada vez más evidente. El balance está lejos de alcanzarse. Más que visibles son los graves problemas ambientales causados por un modelo productivo que consume cantidades ingentes de materias primas y energía de fuentes no renovables, y que genera productos de vida corta, que no pueden reutilizarse con facilidad, convirtiéndose rápidamente en basura».
El modelo económico que ha predominado desde la Revolución Industrial, iniciada en el siglo XVIII en Gran Bretaña, ha engendrado un progreso material desigual, acompañado de un crecimiento acelerado de la desigualdad social, el deterioro ambiental y un estilo de vida consumista sin límites que resulta insostenible. Esta situación plantea cuestiones cruciales sobre la dirección que ha tomado la humanidad en su búsqueda del desarrollo.
La brecha entre los beneficios económicos y los costos sociales y ambientales se ha vuelto cada vez más evidente. El balance está lejos de alcanzarse. Más que visibles son los graves problemas ambientales causados por un modelo productivo que consume cantidades ingentes de materias primas y energía de fuentes no renovables, y que genera productos de vida corta, que no pueden reutilizarse con facilidad, convirtiéndose rápidamente en basura.
Los impactos negativos son numerosos y preocupantes: el calentamiento global, la descongelación de los polos, episodios extremos de inundaciones y sequías prolongadas en diversas regiones del planeta, la dramática disminución de fuentes de agua potable, la acumulación excesiva e incontrolada de desechos contaminantes, la deforestación, la erosión del suelo, la pérdida de biodiversidad, la desertización de la tierra y la inseguridad alimentaria que amenazan con desencadenar hambrunas críticas en muchos países.
Este modelo, basado en una lógica perversa de «extraer-producir-consumir-desechar», se revela como irracional en un planeta con recursos limitados. Si no sustituimos de manera oportuna el modelo económico vigente, que nos acerca peligrosamente al límite de sostenibilidad de nuestro planeta, estaremos comprometiendo las oportunidades de desarrollo de las generaciones futuras y poniendo en riesgo la misma supervivencia de la humanidad.
Se han desarrollado diversos enfoques para abordar el desafío crucial de equilibrar el desarrollo humano, el desarrollo económico y la conservación del medio ambiente tales como el decrecimiento económico, la economía circular y el modelo de la «economía donut». Estos enfoques tienen como objetivo establecer una relación racional y sostenible entre las actividades humanas y la naturaleza. Se fundamentan en la premisa de utilizar los recursos naturales de manera racional, permitiendo su regeneración y facilitando un estilo de vida sostenible sin el riesgo de agotar y destruir nuestro planeta, asegurando así la supervivencia humana.
Son propuestas alternativas al modelo actual que demandan cambios significativos en nuestros valores, estilos de vida y hábitos de consumo. Requieren innovaciones disruptivas en la gestión del ciclo de vida de productos y procesos productivos —concepción, diseño, implementación, operación o uso—, orientadas hacia la sostenibilidad y la responsabilidad; que resultan esenciales para reducir el uso de recursos naturales y la mitigación o eliminación del deterioro ambiental.
El modelo de la rosquilla, propuesto por la profesora británica Kate Raworth, merece una mención especial. Este paradigma se fundamenta en el principio de que no podemos sobrepasar los límites finitos del planeta sin destruir la posibilidad de un desarrollo sostenible y armonioso de la sociedad con la naturaleza. Contempla la existencia de un espacio de posibilidades para actividades económicas seguras, justas y sostenibles que permitan una vida digna para todos. En este enfoque, se renuncia a la búsqueda de un crecimiento económico infinito y se adopta el concepto de bienestar como el estado en el cual todas las necesidades básicas de la población están cubiertas. Además, se reconoce que el auténtico bienestar solo puede lograrse cuando se satisfacen las necesidades básicas humanas.
El futuro sistema económico que se adopte para resolver los problemas inherentes al modelo vigente deberá fusionar las dimensiones ambientales y humanas en la gestión de la producción con actividades que sustenten la vida y su preservación para asegurar que la Tierra siga siendo habitable. Propósito que implica una ruptura drástica con la forma en la que vivimos, nos relacionamos y consumimos, abandonando la cultura irresponsable de consumir y desechar, como si el planeta fuera una fuente inagotable de recursos y un vertedero de dimensiones infinitas. En su lugar, debemos adoptar prácticas sostenibles que respeten los límites de nuestro entorno, promoviendo la reutilización, el reciclaje y un enfoque más consciente hacia los recursos naturales.
Este cambio nos dirigirá hacia un modelo sostenible que coloca la dignidad humana y la conservación y protección del medio ambiente en posiciones privilegiadas, en contraposición al crecimiento económico ilimitado. Nos llevará esta transformación a abandonar la cultura irresponsable de consumir y desechar, y a adoptar un modelo económico que privilegie el desarrollo humano, con actividades que conserven y protejan nuestro planeta. Una aspiración irrenunciable a que el futuro no despierte miedo, sino esperanza y anhelo, sin las trágicas historias de inequidades sociales hasta ahora vividas por muchos.
Pienso que se nos agota el tiempo para cambiar el modelo de economía que destruye a un modelo de economía para la vida, centrado en la dignidad humana y en la conservación de todas las formas de vida en nuestro planeta. Es este un gran desafío, un reto orbital inaplazable, que debe ser parte integral de la agenda de preocupaciones y misiones de los gobiernos y del sistema educativo. Un sistema educativo que debe formar a las personas en un nuevo modelo de vida con nuevos valores y propósitos, y una nueva forma de pensar los problemas y soluciones en la realización de las necesidades humanas futuras. En palabras del papa Francisco: «Se trata de transformar una economía que mata en una economía de la vida».