«¿Qué debemos hacer para enfrentar esa práctica de comunicación que amenaza la libertad, la democracia y atenta contra el derecho constitucional de acceso a la información veraz e imparcial? No nos queda otra alternativa más que asumir individualmente una posición cautelosa, racional, crítica y de compromiso con el develamiento de la verdad. Dudar siempre, hasta verificar y confirmar en otras fuentes confiables la información».
En Colombia estamos a merced de un grupo de medios de comunicación hegemónicos que por su dependencia económica y afiliación ideológica sesgan el tipo de contenido que publican y la información que difunden, para acorralar la verdad. Un grupo de medios a los que no les interesa que se conozca esa verdad, en unos casos y, en otros, de manera impune, propalar mentiras, fake news, para asesinarla, con el propósito de desprestigiar y destruir, hacer «trizas», el proceso de cambio social y político iniciado en el actual Gobierno.
En palabras del propio presidente: «medios de comunicación que han hecho una campaña contra el Gobierno inmisericorde… la gente se extraña de ver cómo todos los días en emisoras, en canales de televisión, se nos ataca, y se nos ataca y se nos ataca...».
Reales emporios de las comunicaciones con más de la mitad de los medios, según un estudio de Reporteros Sin Fronteras y la Federación Colombiana de Periodistas. Un emporio de propiedad de los tres grandes grupos empresariales que también son dueños de EPS y administradoras de pensiones: la Organización Luis Carlos Sarmiento Angulo, la Organización Carlos Ardila Lulle y el Grupo Empresarial Santo Domingo– Valorem.
Verdaderos pulpos multimediales, con tentáculos en todos los canales de comunicación: televisión, radio, periódicos, revistas, sitios web, redes sociales. De allí se alimenta el contenido que llega a millones de colombianos, de todas las clases sociales, especialmente las más vulnerables y manipulables; contenidos que las personas luego difunden en comunicaciones familiares, persona a persona, en el trabajo, telefónicamente, correos electrónicos, redes sociales y en todas las interacciones sociales.
Estos medios de comunicación parecieran estar dirigidos por profesionales en la desinformación, la propaganda y el juego sucio en la política. Expertos en la estrategia comunicativa ya probada históricamente para llegar a las masas con mensajes que apelan a la emoción, en lugar de la razón. No ocultan la intención de generar indignación en la gente, contrariar la opinión pública y hacer franca oposición a los actuales proyectos de cambio del actual Gobierno. Sin escrúpulos sacrifican la verdad e irrespetan la «objetividad periodística», utilizando información falsa, omitiendo datos relevantes, usando titulares temerosos y desobligantes, haciendo exageraciones y minimizando o distorsionando hechos.
Se trata de una estrategia opuesta a la utilizada en el Gobierno anterior, en la que hasta complicidad y silencio se pueden señalar en iniciativas y actos de ese Gobierno lesivos para los intereses comunes. La estrategia desinformativa, diseñada, dirigida y bien coordinada, es ejecutada con precisión de relojero, cada minuto, las 24 horas del día.
Si se analizan las comunicaciones que producen esos medios, relacionadas con las iniciativas del nuevo Gobierno, se identifica un patrón conocido: negar los problemas y magnificar bondades de, por ejemplo, los sistemas de salud y pensional actual; pero también distorsionan el alcance y caricaturizan las reformas. Lo que hacen es deformar o malinterpretar hechos, denunciar supuestas irregularidades sin soportes fácticos o con fuentes dudosas, invisibilizar buenas decisiones y medidas del Gobierno, y anticipar supuestos desastres sociales y económicos como consecuencia de las iniciativas de cambios. Todo adobado con lenguaje sensacionalista e ideológico para generar rechazo y opinión desfavorable a las reformas.
En la guerra sucia de desinformación, despliegan un arsenal de acciones casi robotizadas, diseñadas con rigurosa meticulosidad e intensidad programada para lograr sus objetivos: desinformar, atemorizar, descalificar, demonizar y hacer «trizas» las iniciativas de reformas en los sistemas de salud, pensional y laboral. Lo hacen alternando intervenciones en la radio y la televisión durante el día, reforzadas en los sitios de Internet y los medios impresos. Los ataques son bien orquestados, coordinados, con acciones en todos los frentes, incluyendo bodegas de Internet equipadas con cibertropas, en los que usan toda la artillería para lograr el propósito de desinformar, enlodar al gobierno y a los partidos que lo respaldan, y generar mal ambiente a los proyectos de reforma que les resultan una amenaza para los negocios de sus propietarios.
Han tomado esos medios hegemónicos sus espacios para dar trámite mediático a las reformas con ataques desde muy tempranas horas de la madrugada hasta el cierre de emisiones, en toda la gama de programas de sus parrillas: entretenimiento, noticias, opinión, musicales, humorísticos… y hasta deportivos. Hay una clara coordinación, casi como una carrera de relevo en los ataques con cambios de estilos. Comienza en programas de radio en la madrugada, continua en todas las emisiones de radionoticias y telenoticias, con titulares engañosos y hasta desobligantes, como el de «pesadilla» asignado en un noticiero de cierre de uno de los medios, para calificar la primera reunión que sostendrán Petro y Biden. Y en algunos casos, abiertamente incitadores del odio contra el Gobierno del cambio.
Como bien lo describe Luis Alfonso Mena en un artículo en su blog, en el flujo de acciones para manipular y orientar la opinión pública, el relevo lo toman los programas deportivos, seguidos por los de humor, en los que sus periodistas también intervienen para no dejar espacio libre a la verdad. En los deportivos acuñan comentarios políticos entre los informes sobre deportes. Mientras en los de «humor», el equipo suelta ofensas y agresiones contra presidentes y ministros, disfrazadas de chistes políticos burdos. Y, para rematar con descargas pesadas de la jornada, el turno lo asumen espacios de «opinión», con arremetidas continuas, mimetizadas de análisis políticos y las mismas intenciones: desinformar, descalificar y generar opinión desfavorable contra el Gobierno. El ciclo no para, se repite incesante las 24 horas del día, de lunes a domingo.
La oposición es sin descanso, en todos los frentes, a diestra y siniestra, en todos los medios: radio, televisión, revistas, Internet y todos los recursos que tiene la élite a su disposición.
Nadie se escapa del embate desinformativo y la narrativa de manipulación de la opinión pública de los medios de los poderosos económicos. Es víctima el campesino, el pensionado, el ama de casa, el obrero, el tendero, el profesional, el estudiante, el desempleado. A todos está dirigido la campaña engañosa, el relato periodístico falaz, la operación encubierta de desinformación, con la correspondiente dosis de veneno sicológico para indisponerlos contra toda iniciativa de cambio que proponga el actual Gobierno. Así como se indispuso a muchos colombianos para que salieran a rechazar «emberracados» el Acuerdo de Paz con las Farc-Ep, en el plebiscito realizado en 2016.
¿Qué debemos hacer para enfrentar esa práctica de comunicación que amenaza la libertad, la democracia y atenta contra el derecho constitucional de acceso a la información veraz e imparcial —como lo plantea el artículo 20 de nuestra Carta Magna? No nos queda otra alternativa más que asumir individualmente una posición cautelosa, racional, crítica y de compromiso con el develamiento de la verdad. Dudar siempre, hasta verificar y confirmar en otras fuentes confiables la información.
Para no caer en la trampa de la desinformación y manipulación sobre lo que sucede en el país, debemos tener una estrategia clara, herramientas y medios variados y confiables, para acceder a información de calidad y veraz, ser rigurosos en el análisis de la información relevante y buscar formas de verificación. Hacer lecturas de los hechos con criterios objetivos, sin sesgos ideológicos ni políticos... y siempre dudar.
Y, se nos puede preguntar cuáles son esos medios confiables. No parece fácil encontrar esos medios independientes y sin agendas ideológicas o políticas, pero, existen. Puede recurrirse al sistema de medios públicos conformado por canales públicos de televisión y las emisoras radiales. Ya se están configurando redes de medios alternativos. Un primer encuentro nacional de medios alternativos comunitarios y digitales se tiene programado para llevarse a cabo en Bogotá, el próximo 18 de abril. Y desde el lunes 13 de febrero se abrió paso en el país a un nuevo programa radial, Colombia Hoy Radio, dirigido por el jefe de prensa de la Casa de Nariño, Germán Gómez.
También, para proteger a los ciudadanos de la información falsa y la manipulación inescrupulosa en asuntos de interés público, el Gobierno debe promover la educación crítica de sus ciudadanos, la transparencia y la independencia de los medios, y una cultura de responsabilidad en la difusión de información; así como promover y apoyar la existencia y acceso a medios de información diversos, plurales e independientes, que permita a los ciudadanos conocer diferentes perspectivas y formarse una opinión informada. Además, combatir y sancionar ejemplarmente la difusión de noticias falsas.
Finalmente: ¿quién controla esto?