Después de la pandemia tenemos que repensar la universidad, por los cambios venideros y los producidos en tiempo de pandemia. Reflexiones conjeturales que deben realizarse en un ejercicio prospectivo en todas las dimensiones de las actividades humanas —científicas, tecnológicas, económicas, sociales, políticas y culturales—, tejidas en una estrecha relación para redefinir su misión y estrategias.
La universidad no solo debe repensar los objetivos de la investigación y la extensión social, sino, especialmente, la orientación de la formación profesional y sus estrategias didácticas. Debe producir cambios rápidos para enfrentar retos derivados de las experiencias vividas en la pandemia, el despliegue intensivo de las tecnologías TIC, la reorganización de la economía mundial y la geopolítica, generada por la guerra Ucrania-Rusia; además, desarrollar capacidades científicas y tecnológicas para dar el salto y aprovechar de forma ventajosa la próxima revolución tecnológica, por la concurrencia de innovaciones en nanotecnología, biotecnología, bioelectrónica, infotecnología y cognotecnologías —llamadas tecnologías convergentes—.
Los cambios generados por la pandemia y los que producirá la revolución tecnológica venidera demandan una nueva educación, no restringida a competencias para el trabajo. Son otros los fines, como lo declara Noam Chomsky en su reciente artículo al preguntarse ¿cuál es el propósito de la educación? Formar mejores seres humanos, incrementando sus facultades, para mayor autonomía y emancipación intelectual, con pensamiento analítico, crítico y creativo para la búsqueda y construcción de la verdad, el cambio permanente, la innovación y la adaptabilidad a la incertidumbre. Capacidades decisivas en entornos más dinámicos e inciertos y que deben constituir la esencia de los propósitos de los nuevos currículos con perspectivas abiertas y flexibles, y nuevas prácticas pedagógicas con didácticas para aprender dentro y fuera de los ambientes tradicionales del campus universitario.
Currículos que prioricen habilidades intelectuales para trabajar con información y producir conocimiento, que apalanquen la creatividad, la innovación y el emprendimiento; habilidades integradas y cohesionadas con valores como la justicia, la solidaridad, el desarrollo sostenible, entre otros, de cuya sinergia emerja ese ideal de ser humano para vivir mejor en una sociedad justa, equitativa y en armonía con la naturaleza.
Currículos organizados con modelos pedagógicos que incorporen la teoría de aprendizaje conectivista, «teoría del aprendizaje para la era digital», estrategias de aprendizaje activo, experiencial y colaborativo en equipos de aprendizaje, basadas en proyectos o en problemas y actividades auténticas de los contextos reales de las profesiones. Estrategias centradas en el estudiante para el desarrollo de la autonomía y capacidad de autogestión de conocimiento a su ritmo, con actividades en entornos ampliados de aprendizaje (PLE) que trasciendan los espacios escolares, con herramientas de la web 4.0 para integrarse en comunidades de conocimiento, conversar, discutir, reflexionar y aprender con otros aprendices y otros miembros practicantes de la comunidad en su disciplina. ¡Esa es otra realidad en la práctica educativa!
Y mientras emprendemos esos cambios de fondo para una nueva universidad, podemos actualizar los currículos con las experiencias que vivieron los estudiantes para enfrentar la emergencia de la pandemia con aprendizaje remoto y actividades asincrónicas y prácticas docentes con estrategias didácticas sustentadas en tecnologías de la web 4.0.
Lo que propongo es un cambio en las prácticas educativas actuales que privilegie la autogestión del aprendizaje y autonomía del estudiante, otorgándole mayor control, participación, socialización e integración en redes y comunidades de prácticas en sus experiencias de aprendizaje, para buscar, analizar, procesar, producir, sintetizar y compartir información, discutir y reflexionar para crecer en conocimientos, habilidades y valores.
Un cambio del entorno de aprendizaje, estructurado en las aulas de clase y administrado por profesores surtidores de información, reguladores y controladores del aprendizaje, a entornos de aprendizaje, crecientemente autónomos y autodirigidos del estudiante. Un cambio en el que la «casa» del aprendizaje no sea solo el sistema educativo, ni los docentes la autoridad y quienes “transmitan” el saber, sino el ciberespacio la ecología del aprendizaje y los miembros de la comunidad de saberes, los socios en la formación.