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 «...  la Universidad, así como los académicos tenemos una gran responsabilidad, como un actor privilegiado en nuestra misión social como generadores de conocimientos, pero especialmente como formadores de nuevas generaciones de colombianos, para asegurar que esta no sea otra oportunidad perdida para realizar las “reformas indispensables que nos permitirán transformar al país y enrutarlo hacia la sociedad equitativa y sostenible a la que todas y todos aspiramos”...»

Pienso que el proyecto que debemos promover y construir para el futuro de país no puede ser para el beneficio exclusivo de una minoría, mucho menos el personal de un mesías. Tampoco un modelo importado de otra latitud o parte de una estrategia de una potencia en la pretensión de dominar al resto del mundo. Nó. Lo imagino como un país para la convivencia pacífica, para la vida y el bienestar colectivo de los colombianos.

Un país para todos, sin exclusiones de raza, religión, género, escolaridad, edad, condición física o mental, ingresos u otra diferencia. Un proyecto de país en el que podamos vivir en armonía y en paz en toda la geografía nacional – hasta la Colombia más profunda -, con igualdad de oportunidades, justicia, con una economía para el desarrollo de la sociedad de manera sostenible y equilibrio con la naturaleza. Un país construido por todos y para todos, y no para beneficio de unos pocos y sufrimientos de muchos. Un país plural donde coexistan y se toleren todas las ideologías y colores políticos, no solo los colores blanco y negro de la polarización. Un país para la vida y no un camposanto de la muerte para los que piensan diferente.

Colombia se merece otro rumbo y los colombianos olvidados por las élites se merecen una vida digna. Un nuevo proyecto de país, donde toda la población pueda tener capacidades para realizar sus necesidades humanas – alimentación, salud, educación, pero también igualdad y participación política -; donde los sueños individuales no sean frustrados y la pobreza económica no sea heredada ni la trampa que condene a la frustración de proyectos de vida individual.

¿Cuáles serían los cambios concretos que deberíamos realizar? Más que diagnosticados están los problemas y muchas inteligencias ya han pensado en soluciones.

La Misión Internacional de Sabios 2019 conformada por expertos de Colombia y otros países, produjo en su informe ideas audaces e inspiradoras dirigidas al núcleo de los problemas nacionales.  Son ambiciosas, pero pensadas a largo plazo. Ofrecen múltiples soluciones para enfrentar colectivamente tres grandes retos estratégicos identificados como Colombia biodiversa, Colombia productiva y sostenible, y Colombia equitativa. Un marco de referencia de políticas y acciones para ese nuevo país que anhelamos y debemos construir con la participación de la comunidad científica y de las poblaciones y comunidades como actores de su propio desarrollo, para formar una sociedad basada en el conocimiento, equitativa y sostenible social y ambientalmente, como lo señala la misma Misión.

En los retos, la Misión propone conocer y aprovechar la diversidad cultural y natural del país para impulsar una nueva economía, que denominan bioeconomía, para dejar de depender de la explotación de recursos no renovables y productos agrícolas primarios con un modelo basado en el conocimiento y economía circular, en la que deben desaparecer todas las actividades económicas más contaminantes, destructoras y agotadoras de recursos, y en su lugar incorporar actividades más eficientes y limpias. Asimismo, modificar la estructura productiva del país hacia industrias y servicios con contenido tecnológico alto, y la integración de amplias capas de población, hoy excluidas, al desarrollo económico y al desarrollo humano con equidad.

Afirman los misionarios que las reformas que requiere el país no son marginales ni puntuales sino de fondo, que deben adoptarse de inmediato para que la niñez y la juventud puedan aspirar a un mejor futuro. “La inequidad, el hambre, la debilidad de nuestros sistemas de salud y educación, el deterioro del medioambiente, la desindustrialización, el recrudecimiento de la violencia selectiva y la incapacidad de acción colectiva son problemas estructurales cuya solución no puede seguir aplazándose”. Son palabras que confirman y reafirman las causas que explican el malestar y el estallido social que se expresó, desde el 28 de abril de 2021, y que vivió el país de manera crítica y dolorosa.

Reafirma la Misión en su propuesta, el valor de la ciencia, como herramienta para la concepción de soluciones, particularmente en circunstancias de amenaza de la salud humana, el cambio climático y los conflictos sociales. Y, son muy claras sus recomendaciones de cómo actuar en términos de políticas de cambio. No son iniciativas para una simple reactivación. Su propuesta apunta a una reconfiguración de la economía y a una transformación de la sociedad. El proyecto contempla, entre otras decisiones, educación universal en todos los niveles; la creación en las artes y en las ciencias como una opción real para la juventud; el conocimiento como creador de riqueza, factor de desarrollo económico y desarrollo humano.

Sabias son las palabras cuando declaran: “la coyuntura que vivimos invita al cambio y a la transformación. Observamos que en las movilizaciones, los ciudadanos –especialmente los jóvenes– están luchando por causas diversas en medio de un dolor histórico común, y todos comparten la necesidad de un viraje en los asuntos públicos del país”. Mejor, y de manera más honesta, no ha podido pensarse. Pensamiento y propuesta que no pueden rayarse con prevenciones ideológicas ni políticas. 

Propuesta de la Misión compatible con la ruta de desarrollo que propuso para los países latinoamericanos Carlota Pérez, economista y profesora de Tecnología y Desarrollo Socioeconómico en la Universidad Técnica de Tallin en Tallin,    Estonia. Ruta que contempla la especialización estratégica en industrias de procesos alrededor de recursos naturales con orientación exportadora, para producir materiales básicos especiales, naturales y sintéticos –macros y nanos–  y  productos biológicos; con tecnologías competitivas e innovando en toda la cadena productiva; pero también, con desarrollo diferenciado de cada rincón del territorio con base en la vocación productiva local, para el mercado doméstico o externo; con redes  de empresas integradas  en el sistema nacional de innovación preparándose para dar el salto para la nueva revolución tecnológica con tecnologías genéricas en biotecnología, nanotecnología, infotecnología, bioelectrónica y cognotecnología.

Ese proyecto de nuevo país debe contemplar una transformación radical que se base, también, en la teoría de  la economía del donut, de la inglesa Kate Raworth, que incorpora la  idea de respetar el límite del planeta, que no puede superarse sin destruir las condiciones externas para el desarrollo de la sociedad de manera sostenible y armoniosa con la naturaleza; con uso de fuentes de energía renovables, economía energética, renaturalización y protección de zonas devastadas por la deforestación y la minería ilegal, agricultura regenerativa, transformación de las ciudades, y especialmente, una nueva forma de vivir y consumir abandonando la  cultura irresponsable  de consumir y desechar como si la tierra fuera fuente y basurero  de dimensiones infinitas. 

Y la Universidad, así como los académicos tenemos una gran responsabilidad, como un actor privilegiado en nuestra misión social como generadores de conocimientos, pero especialmente como formadores de nuevas generaciones de colombianos, para asegurar que esta no sea otra oportunidad perdida para realizar las “reformas indispensables que nos permitirán transformar al país y enrutarlo hacia la sociedad equitativa y sostenible a la que todas y todos aspiramos”. 

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