“El médico que solo sabe medicina, ni medicina sabe”.
Dr. Héctor Abad Gómez
Fundador de la Salud Pública en Colombia
Defensor de Derechos Humanos
Era domingo 4 de abril de 2021, día de resurrección en el mundo cristiano. Día que, como tantos desde hace más de un año, era otro reto para sobrevivir en esta Tierra que aún se mantiene en diversas emergencias: climática, cultural, humana, alimenticia y política, agravada por la pandemia COVID 19 producida por el virus SARS-CoV-2.
Como médico y deportista responsable subía alegremente por la vía Medellín Bogotá rumbo a Guarne, en mi bicicleta de ruta, como todos los domingos y festivos. Transitaba por el carril exclusivo para ciclistas en
esa fresca mañana, en compañía de otro ciclista. Súbitamente me vi por los aires. Una moto, que circulaba a gran velocidad, me golpeó por detrás, pues había invadido el carril preferencial. En segundos, me estrellé contra el pavimento, cayendo sentado. No se cayeron mis gafas deportivas ni el casco protector y, al mismo tiempo, el motociclista y su compañera quedaron dispersos en la vía. Yo, con un dolor intensísimo en el tórax y gran dificultad para respirar, intenté pararme, mas no pude; el dolor me lo impedía. Fueron minutos eternos y sentía que moría. Se acercaron los que me atropellaron y me dijeron: “no somos bandidos, somos gente de bien y no nos volaremos”. Hice un inmenso esfuerzo, me puse de pie y me recosté en el poste de la luz del separador central. En minutos, aparecieron la policía de carretera, el tránsito y una ambulancia. Me trasladaron a la Fundación Clínica del Norte de Bello. Allí fui ingresado al servicio de urgencias, en una camilla.
Estando allí escuchaba gritos y lamentos. Había una gran congestión. Se acercó un médico y me dijo: “debe esperar el triaje, hay otros más delicados que usted”. Transcurrió media hora y me hizo un examen clínico superficial. Ordenó rayos X y una tomografía axial computarizada (TAC) de columna. Los camilleros me condujeron por largos pasillos aún con la disnea (asfixia) y el dolor, que en escala de 1 a 10 lo catalogo como 10 (el peor de mi vida). Con gran dificultad y debidamente ayudado pasé de la camilla al equipo de radiología, aumentando con ello mi dolor.
Me dejaron hospitalizado en un penumbroso pasillo, y sin acompañante y en un reducido espacio me acomodaron con cerca de veinte pacientes más. Reflexionando, concluyo que el galeno no me revisó como debería hacerlo. ¿Por qué lo afirmo? Porque fui médico de urgencias por varios años en la Clínica León XIII de Medellín, donde teníamos que hacer la ronda al inicio del turno, aunque el paciente estuviera en espera para ser evaluado por otros médicos especialistas. En los tres días siguientes pude ver y vivir directamente cómo es la atención brindada a los pacientes, quedando más sorprendido por lo que se hace y no se practica. Veamos:
Luego del segundo y hasta el cuarto día, estuve en un gran salón acondicionado para “urgencias”. Treinta pacientes aproximadamente estábamos allí, todos adultos y en camillas todo el tiempo pues no había camas. Las enfermeras y enfermeros (en menor número) no son suficientes para brindar lo mejor de su noble profesión, y en los turnos de la noche el número se reduce a la mitad. Trabajan todo el tiempo, distribuyendo los medicamentos ordenados por el personal médico. Es de resaltar que este último no hace rondas para recibir o entregar los turnos, como si lo hace enfermería. Lo dicho es grave pues los pacientes quedan a la deriva, abandonados por el grupo médico, hombres y mujeres, que están muy ocupados con sus computadores.
Los médicos, jóvenes en su mayoría, no dialogan con el paciente, carecen de calor humano, pues están posesionados de la tecnología que los aleja de los enfermos, convirtiéndolos más en técnicos que en médicos integrales pues su formación académica es escasa en relaciones humanas cálidas, afectuosas. Su actitud es la expresión del “poder de un conocimiento” que crea un distanciamiento social. Una visita médica al paciente es una maratón, no dura cinco minutos.
Varios pacientes estábamos en difíciles condiciones clínicas como no poder pararnos (lesiones vertebrales o fracturas de miembros inferiores), o movernos con comodidad; no había camas. Sentíamos que estábamos en un hospital de guerra donde los recursos son deficientes, a pesar de ser una clínica muy moderna.
Tenía la orden de salida dada por el neurocirujano desde el segundo día de hospitalización, pero con un corsé que ayudaría a la recuperación de mi salud. Mi familia tuvo que recurrir a una concejala de Medellín para que por medio de su cargo e influencia me dieran de alta y con el corsé u ortesis, la cual se hizo efectiva al cuarto día. Se habló, asimismo, con el secretario de salud de Bello. Pero escuchen: por incapacidad para la deambulación, debía ser trasladado en ambulancia. La respuesta a mi solicitud fue negada porque “no había”. Fui trasladado en un vehículo familiar con el riesgo de mayor lesión.
Es un derecho como paciente ser tratado con respeto, dignidad y comodidad, pero es negado por los trámites burocráticos que producen incómodos y molestos resultados. Es cierto que aún en el marco de la emergencia creada por la pandemia COVID 19, la atención prioritaria para cualquier urgencia clínica o quirúrgica se tiene que brindar con prontitud y calidad médica, pues la vida, el supremo derecho de cualquier ser humano, es prioritaria, independiente de su condición social, política, étnica o religiosa. No se deben ahorrar recursos tanto humanos como tecnológicos. Mas, lo enunciado, no es la realidad que tenemos que soportar.
Con base en el anterior relato, puedo afirmar lo siguiente:
1. Existe un caos en la normatividad referente a vehículos motorizados que están invadiendo las estrechas calles y matando o produciendo secuelas en peatones y deportistas. Sus conductores hacen caso omiso de los límites de velocidad en vías urbanas o en carreteras; desconocen las señales preventivas; la policía de tránsito o de carretera no sanciona a los infractores que ocasionan con su imprudencia e irresponsabilidad, muertes e incapacidades permanentes, por conducir desatentos al hablar por celulares o no tener la suficiente habilidad o capacidad para manejar un vehículo.
2. El accidente permitió que yo, como víctima y médico, sintiera la perversidad de la ley 100 de 1993, que convirtió la salud en una vulgar mercancía y solo genera riqueza a los intermediarios financieros; que profundiza la mala atención en salud para los colombianos que tienen que soportar filas, atrasos en diagnósticos y procedimientos tanto de laboratorio como de imágenes, negación de medicamentos y atención deshumanizada. Con la pandemia del COVID 19 muchas enfermedades ya no se mencionan y, por ende, su detección y tratamiento son tardíos, lo cual ocasiona más morbilidad y mortalidad, en tanto los recursos se dirigen hacia el diagnóstico y tratamiento de esta al ser la opción económica de mayor rentabilidad y recurrir a costosas pruebas de antígeno, qRT-PCR, reacción en cadena de polimerasa, transcriptasa reversa en tiempo real y a la utilización de unidades de cuidado intensivo (uci) y, desde hace poco, a vacunas experimentales como las de ARN mensajero.
3. Compruebo en carne propia cómo la medicina, en la sociedad capitalista neoliberal, es cada vez más una profesión tecnocrática, burocrática y deshumanizada, que se ha impuesto mucho más en la pandemia, produciendo una pésima atención y baja calidad científica y humanística. Se están graduando generaciones de profesionales de la salud muy dependientes de la tecnología, olvidando principios tan simples como un saludo, unos buenos días; arrasando con las ciencias básicas como microbiología, bioquímica, inmunología, salud pública y algo tan esencial: semiología, fisiología, farmacología, porque se espera que no sean los médicos sino las máquinas con los algoritmos de la inteligencia artificial quienes elaboren los diagnósticos. Es un gran retroceso humano, porque la medicina es una noble profesión que tiene en su haber mucho de arte y no es una ciencia exacta como la ingeniería.
El mercado, con su oferta y demanda de mercancías, ha vulgarizado no solo la vida sino una profesión -tan antigua como la humanidad- como la medicina, que ya no forma y capacita a un médico en forma integral sino a un mal digitador que rápidamente escribe una corta historia clínica, pues ha convertido a este en un secretario con pomposo título de médico, al que el modelo de salud le impone mínimos tiempos para que remita a otras especialidades las evaluaciones; además, el sistema de salud vigente viola la autonomía e independencia médicas e impide actuar con responsabilidad y ética, para así poder sobrevivir con un trabajo tan humano en un mercado muy competitivo sometido a las leyes de la oferta y la demanda, porque sus empleadores, no relacionados con la salud, se apropian de las inmensas ganancias económicas y violan, a la vez, sus derechos laborales: pésimos salarios, contratos basura por la prestación de servicios, tercerización laboral, no renovación de contrato.
Si mi atención de urgencia en la Fundación Clínica de Bello por el accidente en que por poco pierdo la vida, la viví como médico y no hubo colegaje, me pregunto: ¿Cómo es la experiencia de la gente del común que acude a los centros hospitalarios de Colombia? Lo vivido en dicha clínica es muy probable que se replique en otras clínicas y hospitales, tanto públicos como privados, en esta época en donde la protagonista es la pandemia del COVID 19.
Finalizo este breve escrito, con dos artículos de la Constitución Política de Colombia, así:
Del Título I. De los principios fundamentales
Art. 1. Colombia es un Estado social de derecho organizado en forma de República unitaria, descentralizada, con autonomía de sus entidades territoriales, democrática, participativa y pluralista, fundada en el respeto de la dignidad humana, en el trabajo y la solidaridad de las personas que la integran y en la prevalencia del interés general.
Capítulo 2. De los derechos sociales, económicos y culturales
Art. 49. La atención de la salud y el saneamiento ambiental son servicios públicos a cargo del Estado. Se garantiza a todas las personas el acceso a los servicios de promoción, protección y recuperación de la salud.
Los invito a que saquen sus propias conclusiones.
Félix Orlando Giraldo Giraldo-Médico Universidad de Antioquia