Colombia toda se ha estremecido. Una enorme convulsión social tiene al país revuelto desde hace ya varios días. Los de abajo todos, en su gran diversidad social, de género, racial y regional se han volcado a las calles impulsados por una particular simbiosis de fiesta y alegría, pero también de bronca e ira contra el poder. La calle y la plaza pública son hoy escenarios de la algarabía, pero también el lugar propio de la democracia, donde se dirimen los desacuerdos y se ajustan cuentas a un gobierno inepto, sordo e indolente. Este gran acontecimiento, inesperado para casi todos, estalló el pasado 28 de abril, bajo la forma de un paro nacional convocado por las centrales obreras y otros sectores agrupados en el Comando Nacional de Paro. Su impacto social y político ha sido enorme, el alto Gobierno enfrenta ahora una crisis política de proporciones y los de arriba parecen preocupados. Entre tanto, en las calles de las principales ciudades del país se baila, se canta y se grita en medio del fragor y la lucha callejera de los jóvenes con la fuerza pública. Hoy, nadie sabe todavía en qué pueda parar todo esto.
1.
Por sus alcances, el paro del 28A superó no sólo los cálculos y pronósticos de los analistas sociales y políticos, sino incluso lo previsto y planeado por sus dirigentes. Por el contexto en el que fue convocado y en el que habría de realizarse, nadie imaginó que alcanzara las dimensiones que finalmente ha cobrado. El 28 de abril pasábamos y aún hoy seguimos pasando por el peor pico de la pandemia, cuando los niveles de contagio y muerte por causa del Covid 19 han llegado a récords aterradores. En ese marco nadie se imaginaba que tuviéramos un despliegue tan formidable de la protesta social. Y menos si se tiene en cuenta que tal situación aparecía reforzada con el discurso oficial del miedo al contagio y el toque de queda como herramienta desmovilizadora por parte de las autoridades, complementadas en la víspera con el abusivo pronunciamiento de una magistrada del Tribunal Superior de Cundinamarca ordenando la prohibición de los permisos para la movilización del 28. Pero la indignación contra el Gobierno era mayor y cada vez sigue siendo mayor. El factor detonante de todo fue el Proyecto de reforma tributaria que el Gobierno pretendía hacer aprobar por el Congreso de la República.
Por todo ello, lo primero que debe valorarse es que el paro del 28A constituye un acto heroico en medio de una situación de desespero, semejante al protagonizado por el pueblo de los Estados Unidos durante los meses de junio y julio del año pasado, cuando, en plena pandemia, salieron a las calles en masa a protestar por la muerte del ciudadano afroamericano George Floyd, asesinado por un policía blanco. Y el primer logro de este acto heroico, el nuestro, lo constituye el haber logrado romper la estructura de dominación del biopoder dispuesto desde los inicios de la pandemia por el Gobierno para imponerle a la sociedad toda, medidas sanitarias que menoscaban las libertades políticas. Sin la transgresión popular de esta estructura de dominio biopolítico el paro del 28 no hubiera obtenido jamás los alcances que hoy registra. A partir de hoy, esa transgresión ha liberado a las masas para posteriores enfrentamientos al gobierno y el capital. Y para que ella no devenga en un acto de irresponsabilidad contra la vida de los protestantes, debe estar acompañada de la exigencia inmediata de una campaña de vacunación masiva y gratuita y que la pandemia sea gestionada con un enfoque de salud pública preventiva y curativa, tal como lo ha exigido el personal médico a través de sus organizaciones.
2.
Gracias a todo esto la movilización del 28 y días posteriores fue multitudinaria, así no haya alcanzado los niveles de participación ciudadana registrados por el paro del 21N. Si bien esto último puede ser cierto, también lo es el hecho de que, por su intensidad y radicalidad, el paro de esta vez ha alcanzado los niveles de una verdadera revuelta juvenil y popular contra la policía, el Esmad y los símbolos de representación del capital y el poder, con las grandes ciudades como escenario principal. Todo ello en los marcos de una huelga general, cuyos protagonistas centrales han sido la juventud, las mujeres, sectores de trabajadores sindicalizados y enormes contingentes de precarizados y trabajadores informales, los más afectados por la pobreza, el hambre y el desempleo. Algo nunca visto antes en Colombia después del 9 de abril del 48.
A lo largo y ancho de la geografía nacional, el país se ha estremecido durante estos días. Los de arriba, con sus partidos y su gobierno inepto temen por lo que pueda ocurrir. No acatan ponerse de acuerdo en qué hacer, mientras los medios llaman a la calma a un pueblo enfurecido por el abuso y la desesperación acumulados de tiempo atrás. No entienden que lo sucedido el 28A y días subsiguientes no son hechos aislados, conectan y son la continuidad de las acciones iniciadas por el paro nacional del 21N, cuyas causas a la vez vienen de mucho antes, pero que fueron sepultadas en 2020 por el peso que cobró el dominio del biopoder y sus medidas de confinamiento y emergencia social decretadas entonces por el bonapartismo presidencialista de Duque.
El paro ha tenido como epicentro a Bogotá y Cali, especialmente a esta última, con un fuerte protagonismo de masas en otras ciudades capitales como Medellín, Barranquilla, Bucaramanga, Pereira, Ibagué, Pasto, Neiva, Villavicencio y Popayán, extendiéndose a cerca de 600 municipios más. Pero los actos de mayor radicalidad y heroísmo de parte de los huelguistas los hemos visto en Bogotá y Cali, ciudades donde la ira y la bronca popular alcanzó su mayor expresión. Se calcula que cerca de siete millones de personas han tenido participación directa en lo que va corrido del paro. Habiéndose iniciado el 28 de abril, la jornada conectó con la celebración masiva del primero de mayo, y durante los últimos días se han unido a la revuelta los taxistas de varias ciudades, así como los camioneros de diferentes regiones y sectores de la minga indígena del Cauca, cuya presencia ha oxigenado y fortalecido la protesta. Su relanzamiento el 5 de mayo expresó el vigor de la misma, con multitudinarias manifestaciones en todo el país y con expresiones de fraternización con miembros de la fuerza pública: un mensaje de los huelguistas a bajar el nivel de violencia y brutalidad que caracterizó los primeros días de huelga.
3.
Aparte de haber logrado romper la estructura de dominación del biopoder, el paro logró su mejor conquista en su cuarto día, al obligar al presidente Duque a retirar el Proyecto de reforma tributaria del Congreso y propiciar la renuncia del Ministro de Hacienda. Las mejores y más significativas conquistas de las masas movilizadas en Colombia en mucho tiempo. Tal vez la única en el contexto del neoliberalismo desde las épocas de César Gaviria. Producto del mejor y más certero ataque que los de abajo hayan podido organizar y dar contra gobierno alguno en Colombia después del 14 de septiembre del 77. En lo inmediato, y si la dirección del movimiento sortea adecuadamente el desenlace de la situación, esta conquista habrá de generar cambios sociales y políticos en la correlación de fuerzas entre las clases en Colombia. Y ello sería definitivo para enfrentar la tentación bonapartista y totalitaria de la extrema derecha y redefinir el curso político del país en el corto y el mediano plazo.
El logro obtenido hasta el momento no ha calmado ni desactivado la protesta, como lo esperaban los de arriba y el Gobierno. El relanzamiento de ésta el 5 de mayo, tres días después del retiro del Proyecto de reforma tributaria, así lo indica. Surgen nuevas exigencias. Y los huelguistas sienten que tienen la capacidad de ir por más. De hecho, la dirección del movimiento le ha exigido al Gobierno que se siente a negociar el Pliego de emergencia presentado en los inicios de pandemia, del cual enfatizan dos peticiones que son de capital importancia hoy: el retiro del Proyecto de ley de reforma al régimen de salud y el reconocimiento, con enfoque de derecho social, de una renta básica para los desempleados y trabajadores informales. Todo esto se corresponde con la superación coyuntural de los desacuerdos políticos en la dirección del movimiento. Tema este que continúa gravitando como uno de los factores de mayor debilidad, siendo el otro la precaria organización de masas de aquellos sectores que sirven de puntales en el sostenimiento de la protesta: los precarizados, los trabajadores informales y los desempleados, hombres y mujeres jóvenes que comparten con la juventud estudiantil las primeras filas del movimiento en los centros urbanos.
4.
La pretensión del presidente, de hacer aprobar del Congreso su proyecto de reforma tributaria, contrarió a todo el mundo, no sólo a los de abajo. Por múltiples razones, tanto los empresarios como los partidos políticos todos, los de la coalición de gobierno, incluidos sectores del Centro Democrático, así como el partido Liberal y los partidos de izquierda y centro izquierda se pronunciaron en contra de tal pretensión. Duque y su equipo de gobierno no se percataron que habían quedado solos en este diferendo. Con este desacuerdo en la cumbre del poder, los de abajo en la calle enardecidos y un Gobierno débil y aislado, la república se ha precipitado en una crisis política de proporciones, cuyo rasgo principal es el extravío del rumbo democrático y la garantía de los derechos, desplazados hoy por las ambiciones y requerimientos personales de camarillas sub judice, que pretenden poner la institucionalidad del Estado a su servicio.
En medio de las circunstancias, Duque pretendió sortear la situación reprimiendo brutalmente la protesta y sacando al Ejército a patrullar varias ciudades, lo que le ha merecido pronunciamientos de censura de organismos internacionales de derechos humanos, así como de sectores de la prensa y dirigentes políticos de otros países. Entre tanto, su jefe político invita a los miembros de la policía y el Esmad a disparar sus armas contra los manifestantes, mientras sectores de su bancada parlamentaria lo incitan a declarar el estado de conmoción interior para conjurar la situación. Pero los de abajo no se arredran, su el ataque continúa intenso y generalizado, frontal y sin tregua. Con excesos a veces, pero acertado en los objetivos.
Podría decirse entonces que ni la brutalidad policíaca ni la dilación gubernamental en atender el clamor de los huelguistas han logrado quebrar la voluntad política de la movilización popular. Por el contrario, después de estos diez días que han estremecido a Colombia, el Gobierno no sólo ha tenido que despedir a su Ministro de Hacienda y renunciar a su pretensión inicial, sino que además ha anunciado ya su decisión de abrir un diálogo nacional con sectores empresariales, políticos y sociales, incluidos los promotores de la huelga. Y aquí es cuando la situación se torna todavía más tensa por lo que pueda suceder, lo que exige la mayor claridad política en la dirección del movimiento.
5.
Lo primero que hay que tener presente entonces es que, con los anuncios de diálogo hechos por el Presidente, la huelga ha entrado en una nueva etapa, la etapa de una posible negociación con el Gobierno
De lograr que el Gobierno se siente realmente a negociar con la dirección del movimiento, de ninguna manera ello puede implicar la desactivación y el desmonte de la movilización de masas, así ésta tenga que asumir variaciones en su forma e intensidad. Este factor, así como la evaluación permanente de la situación política general por parte de la dirección, es determinante para garantizar que la negociación sea real y efectiva, y evitar que el Gobierno la convierta en una estrategia de dilación con el propósito de ganar tiempo para desgastar el movimiento, mientras los de arriba o fracciones de ellos conspiran contra la huelga y los huelguistas.
En relación con esto, prestantes analistas y dirigentes políticos han planteado que la situación política del país en esta coyuntura se halla enmarcada entre dos factores: de un lado, el Presidente enfrentado a los huelguistas, y de otro, la pretensión de Uribe de propiciar una mayor militarización, hasta el golpe de Estado si es preciso. En relación con Duque, estos mismos analistas y dirigentes difieren. Para unos, el Presidente es parte principal del problema y no de las soluciones, en consecuencia, proponen pedir la renuncia de Duque y de Marta Lucía como una alternativa constitucional que encauce la inconformidad democrática y evite el golpe de Estado. Otros, en cambio, consideran que la manera de evitar el golpe militar sería salir en defensa de Duque. La dirección del movimiento tiene que asumir esta discusión y ajustar la dinámica de la huelga a la evolución y comportamiento de tales factores, toda vez que los mismos hablan de los cambios y recomposiciones que puedan darse, y que de hecho habrán de darse, entre los de arriba y en el régimen político mismo.
Por el momento, parece evidente que la aceptación expresa por parte de la dirección del movimiento de sentarse a negociar con Duque le resta momentáneamente actualidad y vigencia a la consigna de pedir la renuncia del Presidente y la Vicepresidenta. Pues, tal aceptación entraña un reconocimiento del Presidente como interlocutor válido para negociar las exigencias del movimiento. Es posible que la consigna haya llegado un poco tarde. Sin embargo, la misma podría volver a cobrar plena vigencia y actualidad en el evento en que las negociaciones llegaren a fracasar por intransigencia gubernamental, y siempre que el movimiento conserve su fortaleza y pueda ser relanzado con la potencialidad con la que inició. Un escenario como ese pondría al movimiento en la senda de exigir que tanto Duque como Marta Lucía se vayan, la mejor y más eficaz opción de evitar que Uribe termine imponiéndose con el golpe de Estado o algo parecido.