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«No es, indefectiblemente, el título, un reflejo fiel o indicador observable de las estructuras cognitivas y metacognitivas que hacen posible al ser humano pensar, interpretar la realidad, hacer juicios, predicaciones, declaraciones e inferencias sobre hechos, eventos, fenómenos, y, en consecuencia, estructurar decisiones y el curso de acciones a voluntad para crear y aplicar conocimiento, resolver problemas y realizar necesidades humanas individuales y sociales». 

Hoy hay una gran confusión, desafortunada, instalada y generalizada socialmente, frente a la correspondencia entre las titulaciones o certificaciones que otorgan las instituciones educativas a las personas y los conocimientos, valores y habilidades que poseen los titulados, cualquiera sea su nivel. 

La gran confusión, y más en ciertos grupos sociales, consiste en asumir que un «título» es un signo inequívoco que informa de la capacidad o idoneidad de una persona para desempeñarse efectivamente en las actividades propias de una profesión, en interacciones interpersonales y, en particular, en procesos de razonamiento o pensamiento.

Considero que el título no es realmente una garantía suficiente de estado o nivel de conocimiento, ni grado de superioridad en capacidades de acción efectiva o poder para actuar, o dominio de habilidades para la ejecución de tareas profesionales; y menos, de dominio de procesos de pensamiento correcto. No, no es necesariamente una impronta o señal externa de la estructura mental o patrón de conexiones neurales que da cuenta de sus conocimientos y habilidades.

El título no es, indefectiblemente, un reflejo fiel o indicador observable de las estructuras cognitivas y metacognitivas que hacen posible al ser humano pensar, interpretar la realidad, hacer juicios, predicaciones, declaraciones e inferencias sobre hechos, eventos, fenómenos, y, en consecuencia, estructurar decisiones y el curso de acciones a voluntad para crear y aplicar conocimiento, resolver problemas y realizar necesidades humanas individuales y sociales.

Los títulos no son garantes de actuación efectiva y ética. Basta conocer las intervenciones incompetentes de los profesionales titulados que participaron en muchos proyectos de infraestructura viales y energéticas, industriales y habitacionales, como la Ruta del Sol II, Reficar, Hidroituango, el puente Chirajara, el edificio Space en Medellín y muchos otros privados ocultos, en los que son innegables las fallas técnicas y sobrecostos por problemas de corrupción y de competencias técnicas.

En la sociedad moderna, el título es una condición necesaria o un requisito establecido para ejercer algunos oficios y profesiones. Pero, en muchos procesos que realizamos los humanos no se requiere de ese «papel», esa certificación institucional. No se requiere un título para tener ciertas ideas, creencias y pensar correctamente o pensar diferente; lo que en algunas sociedades y en ciertos regímenes de gobierno está proscrito, censurado. 

No se exige título, por ejemplo, a las personas que realizan labores domésticas, al artesano que fabrica muebles, al mecánico del taller y tendero de barrio, al cocinero y ayudante de cocina en restaurantes, entre otros. No se exige certificación de idoneidad en tareas que no requieren formación en disciplinas científicas y tecnológicas. 

No son los títulos los que actúan… Son las personas dotadas de conocimientos, habilidades y valores, quienes toman decisiones y ejecutan patrones de acciones para obtener los resultados esperados.

Parecieran una herejía mis afirmaciones sobre el valor de los títulos o certificaciones para ejercer un oficio o profesión. ¡No! Al contrario, es una advertencia frente al propósito y naturaleza de las titulaciones, la proliferación descontrolada de titulaciones actuales, desconfianza en la calidad en la formación en algunas instituciones educativas, y las amenazas que se ciernen en el espacio de actividades profesionales con las posibilidades de evolución inusitada de la robótica y la inteligencia artificial.

En el futuro, y más temprano de lo que imaginemos, habrá máquinas inteligentes que realizarán actividades más complejas que las automatizadas hoy y realizadas por robots, que consideramos que solo pueden ser realizadas por seres humanos.

Una muestra anticipada de esta tecnología es el modelo de inteligencia artificial ChatGPT, un modelo de chatbot —programa que simula conversaciones con humanos— creado por la empresa de investigación e implementación de inteligencia artificial OpenAI. Se trata de una herramienta entrenada para mantener conversaciones; generar respuestas a preguntas concretas sobre hechos, eventos, sucesos históricos; realizar explicaciones, definiciones; producir líneas de códigos, textos, guiones, poemas, traducciones, y hasta consejos y chistes, entre otras acciones. 

Indiscutiblemente, son diversas las posibilidades de cambios que potenciará la inteligencia artificial en la educación, particularmente sobre qué aprender, las actividades de aprendizaje y cómo guiar los procesos educativos. Aparecerán nuevas profesiones y los currículos se transformarán radicalmente en sus finalidades, contenidos, estrategias, roles del docente, recursos y evaluación de resultados de aprendizaje.

Podría anticipar que ya no tendría mucho sentido el aprendizaje de conocimiento factual —datos e información—, ya que se tendría fácil acceso a ellos con tecnologías de generaciones futuras de herramientas informáticas como ChatGPT. Igual, muchos conocimientos sobre métodos, técnicas, herramientas y procedimientos estarían disponibles con herramientas de futuras generaciones de la web, para el desarrollo de la habilidad específica y su uso efectivo de forma autónoma e inmediata en las actividades donde se requieran.

En consecuencia, considero que la educación del futuro, además de ocuparse de la formación en valores, reglas y prácticas sociales y culturales para la integración armoniosa del individuo en la sociedad, debería concentrarse en el desarrollo de habilidades, más que en conocimientos factuales, conceptuales y procedimentales para realizar tareas específicas. Habilidades intelectuales para la ejecución de las operaciones básicas de pensamiento y desarrollo de innovaciones; habilidades para navegar en su entorno de aprendizaje personal —PLE— con el fin de encontrar información que requiere el educando en la construcción del «saber sobre» y el «saber hacer», como lo ofrece hoy ChatGPT. Y, particularmente, el desarrollo de habilidades para el trabajo en equipo y la autogestión de conocimientos.

Esos nuevos propósitos, orientados más a habilidades, requieren un mayor involucramiento del educando en las actividades de aprendizaje a través de la interacción y conexión con personas, fuentes de información, nodos de conocimiento, creación continua de redes —neuronales y externas— y patrones para adquirir, experimentar, crear y conectar nuevos conocimientos. En estas actividades toman valor y utilidad aplicaciones y herramientas —buscadores, gestores bibliográficos, blogs y wikis, chatbots, entre otros— que incorpore el estudiante en su propio entorno de aprendizaje —PLE— para buscar, analizar, procesar, producir, sintetizar y compartir información, discutir y reflexionar.

Esa nueva realidad educativa también requiere un nuevo rol del profesor. Ya no un surtidor de información, ni un instructor en métodos y procedimientos estandarizados. Su función será de diseñador, creador, tutor, maestro, experto, administrador, evaluador y también aprendiz experto. Será quien cree ecologías de aprendizaje, entornos de aprendizaje y algunos recursos; cree y organice experiencias de aprendizaje con sus recursos y servicios; ayude al educando en la creación y desarrollo de sus redes personales de aprendizaje; administre algunas actividades de aprendizaje y observe y realice auditoría para la verificación de resultados de aprendizaje, entre otras.

Las nuevas herramientas de inteligencia artificial que se incorporarán en el futuro, como parte de la ecología de aprendizaje del estudiante, no solo liberarán al profesor de algunas actividades instructivas, sino que también servirán como asistentes personalizados a cada estudiante, a disposición permanente las 24 horas del día, en la solución de dudas, verificación de aprendizajes, retroalimentación y evaluación formativa y sumativa.

Esta orientación en la formación de las personas, sumada a la conciencia del educando del auténtico propósito de la titulación profesional, resolvería muchas de las disfuncionalidades del actual sistema educativo, así como las frustraciones e inconformidades de muchos egresados.

¡Es tiempo de realizar los cambios en la formación de las futuras generaciones de profesionales! Nuestra Universidad puede ser pionera.

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