«Le corresponde al sistema educativo la formación de personas con tres actitudes básicas que subyacen en las recomendaciones de Guadalupe Nogués, Oscar Ortega y ChatGPT: dialógica, frente a la verdad y crítica. Actitudes para superar ese clima de conflicto permanente, visible hasta en las conversaciones, que permitan construir una democracia saludable».
Es muy desafortunado que algunas conversaciones entre colombianos no puedan desarrollarse libres de pugnacidad, odio e intención de minimizar al otro. Especialmente, conversaciones entre personas que piensan diferente. Impera en ellas, más las emociones que la razón. Más el dogma que la verdad. Más la intención de imponer unas perspectivas, que construir una mejor aproximación explicativa a la realidad.
Es un fenómeno extendido. Se observa en conversaciones triviales sobre asuntos que no comprometen las condiciones de su entorno y su vida. Se hace más intenso y polarizado en temas políticos, como en las iniciativas de cambios y reformas en el sistema de salud, laboral y pensional que está tramitando actualmente el Gobierno.
No se ha aprendido a conversar con los que piensan distinto, con quienes se tiene desacuerdos ideológicos. No se ha aprendido a tener con ellos conversaciones amplias, tranquilas, sin tensiones ni agresiones. Cada conversación, como mínimo, culmina en un mayor distanciamiento. Pareciera que cada encuentro fuera más una batalla que termina en un mayor desacuerdo y no un diálogo para construir acuerdos.
En esos intercambios de opiniones diferentes y posiciones radicales, cuando se escucha al otro, las ideas se asumen como verdad absoluta y no como aproximaciones a la verdad. Con esta actitud se construye una barrera que destruye la posibilidad de llegar a acuerdos, de avanzar en conocimientos y resolver conflictos y problemas. Y, en algunos casos derivan en explosiva agresión, en discursos de intolerancia… en una guerra de ofensas. Desaparece el diálogo y se profundizan las diferencias.
Esta práctica social es desafortunada para la democracia, no hace posible construir acuerdos, productos de negociaciones, frente a las diferencias y profundiza la polarización, manteniendo dividido al país en grupos irreconciliables de amigos y enemigos.
Necesitamos hablar, dialogar, para participar en todo lo que nos afecta, en todos los espacios de nuestro entorno vital: el grupo, la familia, el barrio, la ciudad, la región y el país. Si no expresamos lo que sentimos, deseamos, aspiramos y participamos en la toma de decisiones, tenemos que sufrir las consecuencias de decisiones que toman otros.
Necesitamos dialogar. No solo con los que piensan igual y queremos hablar. Necesitamos hablar más con los que piensan diferente, en un clima armonioso y respetuoso de diálogo. No con una actitud hostil y de confrontación para la derrota del otro, sino con la disposición de encontrar caminos para superar las dificultades y encrucijadas que enfrenta hoy Colombia y el mundo.
«Quizás tenemos más en común con los que piensan distinto, pero quieren conversar, que con los que comparten con nosotros una opinión, pero son intolerantes», afirma Guadalupe Nogués en un evento TEDx en Rio de la Plata, en su charla Como hablar con otros que piensan distinto. También mi colega Oscar Ortega, profesor de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Antioquia, en una poderosa metáfora en su canción inédita “Seamos”, invita a vivir en armonía, aunque seamos diferentes, así como se organizan en un patrón coherente las formas diversas, aparentemente incompatibles, de las piezas de un rompecabezas; resultado de una especie de diálogo de las formas que decanta en la figura o imagen solución.
Y hasta ChatGPT —una herramienta informática con inteligencia artificial que simula conversaciones con humanos y puede generar respuestas válidas y naturales a preguntas y comentarios en tiempo real—, reconoce que no es fácil hablar con los que piensan distinto. Considera que es un desafío y sugiere que, para hacerlo, se requiere saber escuchar, buscar áreas de acuerdo y no centrarse en diferencias, no tomar las opiniones de manera personal, usar un lenguaje respetuoso, ser empático, evitar la polarización y el conflicto, buscar soluciones creativas de manera colaborativa con actitud abierta y flexible.
Yo creo en el diálogo con quienes piensan diferente, más no en la exclusión y su eliminación. Igual, considero que en la consideración de la diversidad de las ideas está la riqueza de posibilidades, para elegir en democracia aquellas soluciones a los problemas humanos y del país que nos permitan vivir en una sociedad más equitativa y sostenible.
Nos compete a los educadores, formadores de los futuros ciudadanos, promover e impulsar la cultura del diálogo y la búsqueda de acuerdos en situaciones de conflicto de intereses. Educar en el valor de la democracia y la tolerancia para fomentar una cultura del respeto y el diálogo que permita que los colombianos con ideas y perspectivas diferentes, podamos convivir en armonía y construir juntos un futuro en paz.
Le corresponde al sistema educativo la formación de personas con tres actitudes básicas, actitudes que subyacen en las recomendaciones de Guadalupe Nogués, Oscar Ortega y ChatGPT. Actitud dialógica, actitud frente a la verdad y actitud crítica. Actitudes para superar ese clima de conflicto permanente, visible hasta en las conversaciones, que permitan construir una democracia saludable.
Actitud dialógica para escuchar al otro en comunicación como iguales, para conocer su aproximación a la verdad. Apertura frente a la verdad e interés permanente por su develamiento; con disposición para buscarla, encontrarla y aprender con y del interlocutor. Y, especialmente, actitud crítica para dudar y someter a examen o juicio cualquier idea que aspire a ser cierta o verdadera, y disposición para rectificar si se está equivocado o su aproximación es limitada. Esas nuevas actitudes tenemos que incorporarlas en los propósitos de formación de los currículos, e instalarlas en todos los espacios de interacción y actividades de aprendizaje de los educandos.