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Los seres humanos somos inherentemente racionales y emocionales. Nuestras percepciones, interpretaciones y acciones están profundamente influenciadas por nuestras emociones, que juegan un papel fundamental en nuestra experiencia de la realidad. Por ello, es crucial reconocer que las respuestas puramente emocionales, sin un equilibrio adecuado con la razón, pueden tener consecuencias indeseables, graves e incluso catastróficas.

Hemos sido testigos de cómo la falta de control emocional ha perjudicado el desempeño de equipos en competencias deportivas. Un claro ejemplo de esto se observó en el partido de fútbol entre Colombia y Uruguay, en las semifinales de la Copa América 2024. La falta de control emocional de un jugador colombiano, ante una provocación oculta de un jugador uruguayo que pasó inadvertida por el árbitro, generó su expulsión, afectando negativamente el desempeño de la Selección Colombia en el resto del partido.

De manera similar, en el ámbito político, se evidencia con frecuencia la incapacidad de algunos actores para gestionar pacíficamente las divergencias, confrontaciones y controversias. La falta de madurez en el manejo de las emociones y la dificultad para dialogar y llegar a consensos son claras en la escena política actual del país. Líderes políticos, legisladores, militantes y activistas, a menudo no logran controlar adecuadamente sus emociones cuando se enfrentan a posturas o ideas diferentes, especialmente en las redes sociales. Incluso, algunos gobernantes explotan esta inmadurez emocional para conseguir adeptos y hacer oposición, como se observa en la decisión de algunos gobernantes regionales de no acoger el 15 de julio como día cívico, decretado por el presidente. 

En las redes sociales, convertidas en verdaderas «canchas» virtuales de disputa permanente, las patadas de los futbolistas son sustituidas por agresiones verbales, descalificaciones, injurias, calumnias e incluso amenazas, sin aparentes límites ni reglas para la expulsión o sanción de los agresores. Estas confrontaciones estériles se alejan del diálogo respetuoso y, en lugar de buscar soluciones constructivas a través del debate racional, profundizan la polarización y dificultan la posibilidad de alcanzar acuerdos para avanzar hacia una democracia más participativa y una sociedad más cohesionada.

Considero que tanto en el fútbol, la política, como en todos los espacios de interacción social, los actores involucrados deben actuar con madurez emocional para poder gestionar tensiones, conflictos de intereses y desacuerdos de manera constructiva y productiva. 

Debido a la reiterada y generalizada incompetencia en la gestión de emociones, creo que el sistema educativo debe tener como propósito no solo el desarrollo de habilidades cognitivas y de razonamiento, sino también el aprendizaje de habilidades para el manejo de nuestras emociones.

Este aprendizaje permitirá un equilibrio saludable entre la emoción y la razón, fundamental para enfrentar situaciones desafiantes y tomar decisiones más acertadas en todas nuestras acciones, en los diversos espacios de interacción interpersonal a lo largo de nuestras vidas. Al integrar el aprendizaje emocional en el currículo, los estudiantes podrán desarrollar habilidades como la autoconciencia, la autorregulación, la empatía y la gestión adecuada de las relaciones interpersonales. Esto les ayudará a minimizar conflictos y vivir en armonía con los demás, al comprender mejor sus propias emociones y desarrollar estrategias efectivas para manejarlas.

Finalmente, pienso que incorporar experiencias de aprendizaje en el sistema educativo para el desarrollo de habilidades emocionales sería un paso importante para ayudar a las personas a desarrollar capacidades de gestión emocional, claves para enfrentar los desafíos de la vida y construir entornos sociales armoniosos para una convivencia en paz.

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