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Las elecciones presidenciales en Estados Unidos tendrán lugar el martes 5 de noviembre. Ese día también serán elegidos los 435 miembros de la Cámara de Representantes y un tercio del Senado que está compuesto por un centenar de integrantes. También serán electos los gobernadores de algunos estados. Más de 240 millones de personas están habilitados para votar en las elecciones estadounidenses de este año. Aproximadamente un 40% de ellos se abstendrá de hacerlo.

Aparte de lo que aparentan los actos de campaña y el abundante dinero que corre, en la mayoría del electorado lo que prima es la apatía ante el descrédito acumulado de la política y de los partidos.

Por el añejo sistema electoral de ese país, no es la mayoría del voto nacional popular la que determina el ganador de la Presidencia. Hay que ganar estado por estado. Según su población, el resultado de la votación popular emitida y de quien sea el candidato ganador allí, a cada estado le corresponde un número de votos o electores en el llamado Colegio Electoral Nacional, compuesto por un total de 535 miembros e igual cantidad de votos.

Todos los votos de cada estado de la Unión van a la cuenta del candidato que obtuvo allí el respaldo mayoritario. Hay que lograr mayorías en un número de estados suficientes para obtener 270 de esos votos y con ellos la presidencia.

Según las características demográficas y el peso político o tradicional que tienen en cada estado, bien el Partido Republicano, bien el Partido Demócrata, se ha determinado que, en la actualidad, hay unos 40 estados donde está bien definida de antemano la victoria de uno u otro candidato. De modo que es probable que serán los resultados electorales en solo un número relativamente pequeño de esos estados – de aquellos estados donde la votación normalmente resulta reñida o fluctuante -, en los cuales se defina la cuestión de quién se convertirá en el próximo presidente.

Es decir, el ganar en tres o cuatro de ellos podría hacer plausible la elección del candidato republicano y ex presidente Donald Trump o de su rival demócrata, Kamala Harris, actual Vicepresidenta del país, primera mujer negra en ejercer ese cargo.

Son seis los estados con votaciones más claramente “indefinidas” – Arizona, con 11 votos en el Colegio Electoral; Georgia con 16; Michigan, con 15; Nevada con 6; Pensilvania con 19 y Wisconsin con 10 – que podrían ser la clave para alcanzar los 270 votos que constituyen la mayoría en el Colegio Electoral y decidir quién será el que acceda a la Casa Blanca. Por eso, ambos partidos están haciendo una intensa campaña para ganarse a los votantes indecisos en esos estados y en alguno que otro donde estiman pueden dar la pelea.

Los votantes negros son un bloque particularmente considerable e importante en estados indecisos clave como Michigan (13 por ciento), Pensilvania (11 por ciento) y Wisconsin (5 por ciento). También tienen bastante peso en Carolina del Norte (23 por ciento) y Florida (13 por ciento), entre otros. Hay que recordar que el voto afroamericano se incrementó en 2008 y 2012 cuando Obama era candidato.

Hay muchas combinaciones o sumas de los votos que aportan esos estados que podrían poner a la vicepresidenta Kamala Harris o al expresidente Donald J. Trump por encima del umbral de los 270 votos electorales necesarios para ganar.

Se entrecruzan factores que hacen difícil el pronóstico. Estados donde el tema migratorio o el desempleo son más sensibles; aquellos donde es mayor o no el peso de la población negra o latina, y aquellos con considerable población de origen árabe quienes, junto a otros segmentos del electorado, se han mostrado muy sensibilizados y contrarios a la continuidad del apoyo militar y político del gobierno de Biden al estado de Israel y a su agresión en Gaza.

Ese tema, la cuestión migratoria y el aumento inflacionario, entre otros, pueden jugar en sentido adverso a las aspiraciones de la candidata demócrata en noviembre. A su favor parecen estar el tema del aborto, el respaldo sindical, el relativamente bajo nivel de desempleo, el voto afroamericano, y el de las capas más jóvenes del electorado.

A pesar que la economía estadounidense ha mostrado un fuerte crecimiento y creación de empleos durante el mandato de Biden, amplios segmentos de la población sienten presiones por los incrementos en el costo de vida como resultado de la inflación., lo cual podría perjudicar a Harris en todo Estados Unidos.

Aunque ha habido un repunte en la cobertura favorable hacia Kamala, las encuestas siguen siendo demasiado reñidas para predecir un resultado, especialmente en los estados y condados en disputa que, en última instancia, determinarán el resultado de las elecciones.

Es evidente que la salida de Biden presentó una oportunidad para los demócratas.

Desde ese momento las filas de ese partido cobraron impulso y han vibrado de manera diferente. En pocas semanas la campaña de Kamala Harris ha adquirido visos de un movimiento político y cultural, con una energía sobre el terreno no muchas veces vista.

Al perder a Biden como su blanco de ataque, de momento Trump ha quedado algo descolocado. Se ha señalado que el tema de la edad avanzada y los lapsos mentales ahora le pasan cuenta a él

No obstante, las elecciones siguen siendo muy competitivas y de difícil predicción. En las semanas que restan pueden intentarse zancadillas y ocurrir sorpresas.

Trump sigue siendo un candidato fuerte pese a que en los pasados 8 años, incluso cuando fue electo presidente, nunca ha logrado alcanzar un grado de popularidad por encima de los niveles de rechazo que su figura genera. Sin embargo, no se puede olvidar que, en las pasadas elecciones de 2020, tuvo el respaldo de unos 73 millones de votantes., el 47,4 del total. Una buena parte de sus bases lo siguen ciegamente. No es extraño que cometa torpezas, pero es un político habilidoso, diestro en el manejo de los medios de difusión.

Este año Trump y J. D. Vance (quien lo acompaña para vicepresidente en la boleta) se están inclinando fuertemente hacia la retórica populista. Se presentan como abanderados del dolor de las comunidades devastadas por la desindustrialización, la crisis de la vivienda, la crisis de los opioides y más. Quejas de cómo, bajo Biden, “nuestros hijos fueron enviados a la guerra» logran cierto impacto. Ese burdo populismo toca dolores y frustraciones muy reales en amplios sectores y regiones del país.

La incertidumbre sobre los posibles resultados en noviembre también proviene del posible impacto que en algunos estados claves podrían tener las candidaturas independientes, por fuera del bipartidismo, como la del Partido Verde que encabeza Jill Stein, u otras menores como la del reconocido intelectual negro Cornell West, que son susceptibles de restar algunos votos, sobre todo, a la candidatura demócrata.

En el mismo sentido es difícil calcular el impacto del reciente desmontaje de la campaña de Robert F. Kennedy Jr. como independiente, luego inicialmente intentara participar en las primarias demócratas. Alguna fuerza había adquirido la campaña e incluía posiciones críticas a la política exterior estadounidense.

Ahora, algo inesperadamente, Kennedy Jr. ha anunciado que cesa en su empeño electoral, al tiempo que otorga su respaldo el republicano Trump y lanza fuertes ataques contra el Partido Demócrata, con lo que le da un giro inesperado a la campaña presidencial. De inmediato sus cinco hermanos han condenado ese paso como una traición a la tradición y los principios de la familia Kennedy.

Cito palabras de Kennedy Jr.: “Los demócratas se han convertido en el partido de la guerra, la censura, la corrupción, las grandes farmacéuticas, las grandes tecnológicas, la gran agricultura y el gran dinero…, [de quienes han querido] ocultar el deterioro cognitivo del presidente en funciones… El Comité Nacional Demócrata y sus medios de comunicación diseñaron un aumento de popularidad para la vicepresidenta Harris sin ningún fundamento. Sin políticas, sin entrevistas, sin debates. Solo humo y espejos”.

En realidad, ambos partidos apelan a los sentimientos nacionalistas y a la defensa del papel de liderazgo de Estados Unidos en el mundo. Ambos propugnan continuar con la ayuda a Ucrania y demonizan a Vladimir Putin. Como en procesos anteriores, América Latina es apenas mencionada en esta campaña.


Breve nota acerca de la reciente Convención Demócrata.

Las actuaciones en la Convención Nacional Demócrata en Chicago (19-22 de agosto) fueron impecables, al igual que ocurrió un mes antes en la Convención Republicana. Todo un show televisivo. Las respuestas a los discursos en el recinto de la convención y en los rincones liberales de las redes sociales fueron eufóricas.

Progresistas y moderados se unieron para apoyar a Kamala Harris ignorando en gran medida el problema moral más urgente de nuestro tiempo: el genocidio en Gaza, pues, salvo muy contadas voces, casi todos se unieron bajo la bandera del silencio. Sin embargo, los muy pocos llamados a un alto el fuego, como el realizado por el senador Bernie Sanders, fueron recibidos calurosamente en el recinto de la convención. Dada la presión social existente, el tema fue considerado marginalmente con la celebración de un reducido panel sobre los derechos palestinos.

En el plenario las menciones fugaces y ambiguas en los discursos, acerca de la guerra de Israel contra Palestina, fueron despectivas y engañosas, al tiempo que devaluaban las vidas palestinas en comparación con las de los israelíes. Una representante del progresismo en el Congreso, como Alejandra Ocasio-Cortez, exageró algo las cosas al decir que «Kamala está trabajando incansablemente por un alto el fuego». Al propio tiempo que la Harris aceptaba la nominación presidencial, la administración aprobó una venta de armas de $ 20 mil millones a Israel, sin ninguna condición.

Mientras, en las áreas aledañas y durante varios días, considerables masas de personas se congregaron en apoyo s Palestina, en protesta contra las políticas de gobierno de Biden y con reclamos a detener el apoyo militar y político al gobierno de Israel. Muchos fueron víctimas de la represión y hubo decenas de detenidos.

Dentro del recinto, como estaba previsto, la candidatura demócrata se completó con la nominación de Tim Walz para la vicepresidencia.

Este es el actual Gobernador del estado de Minnesota, con antecedentes en los que intencionalmente se extraen su procedencia de zonas rurales del país, su carácter campechano, quien ejerció como maestro de escuela, instructor de un equipo de futbol americano, sus servicios en la Guardia Nacional en Nebraska y su impulso a programas sociales durante su ejercicio como gobernador. Con ello se pretende atraer votantes en zonas del país en las que el Partido Demócrata ha tenido tradicionalmente poco peso.