La economía europea se ha basado en el último decenio en la llamada ‘dieta alpino-mediterránea», cuyos ingredientes principales eran el boom urbanístico, el turismo, la exportación y el consumo interno. Dicha fórmula creaba excelentes platos minimalistas, de apariencia altamente sugestiva pero vacíos de contenido culinario y con fecha de caducidad impresa.
La economía europea estaría lastrada por la excesiva dependencia energética del petróleo y gas natural (rondando el 60%) , por la incertidumbre del sector turístico (10% del PIB ), pivotar en exceso sobre el sector automotriz (7% del PIB nacional y el 10% de las exportaciones), insuficientes inversiones en I+D+i, una preocupante atomización de las empresas agro-alimentarias, así como de una necesaria diversificación y búsqueda de mercados alternativos.
Así, tras una etapa dulce impulsada por favorables vientos de cola, la crisis de la industria automotriz provocará un choque de las placas tectónicas del sector industrial europeo que podrían hacer tambalear a los buques insignias de marcas como Renault, Mercedes y Volkswagen y que podría tener como efecto colateral la entrada en recesión de la economía europea en el horizonte del 2030.
En este contexto, la central de Volkswagen estaría estudiando cerrar la factoría de Cristal de Dresde, donde fabricaba el eléctrico ID.3 debido a la baja demanda de coches eléctricos en el sur de Europa, a la retirada de las ayudas públicas del Gobierno alemán para comprar vehículos eléctricos, a la bajada de precios de Tesla y la entrada de las marchas chinas como BYD que imposibilita que los coches eléctricos germanos sean competitivos. Ello ha provocado una psicosis colectiva traducida en recortes en la producción, retrasos en el desarrollo de proyectos y una lucha salvaje entre las marcas para reducir costes.
Por su parte, la Asociación de la Industria Automovilística Alemana (VDA por sus siglas en alemán) prevé en Alemania un desplome de las ventas del 14% en 2024 dada la incertidumbre reinante en el mercado lo que podría tener como efecto colateral la suspensión por las grandes marcas europeas de sus planes de producción de coches eléctricos. Así, tanto Renault como Mercedes y Volkswagen se estarían planteando la revisión de su estrategia que pasaba por fabricar únicamente vehículos eléctricos en el año 2030 y estiman que la producción de modelos de combustión se mantendrá durante los primeros años de la próxima década.
En el caso navarro, la ambiciosa apuesta del grupo Volkswagen de invertir 1.024 millones de euros en el periodo 2023-2027 que suponía la electrificación de la planta de Landaben y la llegada de dos nuevos modelos 100% eléctricos del grupo, y cuyo inicio de producción en serie estaba prevista para el 2026, podría quedar en suspenso, así como la prevista planta de ensamblaje de baterías de Hyundai.
Ello podría desembocar en el declive de la industria automotriz en Europa que emplea a cerca de 13 millones de personas y representa el 7 % del PIB europeo, con lo que podríamos asistir a un vertiginoso incremento de las tasas de paro, a la drástica reducción de los ingresos estatales y consecuente incremento de los Déficits (la industria del automóvil es responsable del 10% del total de las exportaciones europeas) y la posterior entrada en recesión de las economías europeas en el horizonte del 2030, con lo se antoja urgente diseñar las líneas maestras de la futura reconversión industrial que se avecina en el horizonte del próximo quinquenio.