por Thierry Meyssan
Mientras vemos con horror el resurgimiento de grupos fascistas, nazis o adeptos del antiguo imperialismo japonés, también constatamos que no fueron esas ideologías las causantes de la Guerra Mundial. La verdadera causa fue la alianza entre gobernantes dispuestos a lo peor. La misma configuración está reproduciéndose hoy. Si no reaccionamos ahora, en pocos meses se hará posible el estallido de una Tercera Guerra Mundial.
La Segunda Guerra Mundial debe servirnos de lección. Aquel conflicto no fue una tempestad inesperada en un cielo sereno. No fue una lucha entre Malos y Buenos. La Segunda Guerra Mundial fue el producto de la conjunción de una serie de fuerzas capaces de destruirlo todo.
Después de la crisis económica de 1929, el mundo entero estaba convencido –y con razón– de que el capitalismo de la época había llegado a su fin. La Unión Soviética era el único Estado que proponía una alternativa: el bolchevismo. Rápidamente, Estados Unidos concibió una segunda alternativa: el New Deal. Italia promovió después una tercera opción: el fascismo.
Los grandes capitalistas anglosajones optaron entonces por respaldar un nuevo régimen, muy cercano al fascismo: el nazismo. Creían que Alemania arremetería contra la URSS, lo cual preservaría los intereses que el gran capitalismo veía amenazados tanto por las colectivizaciones de los bolcheviques como por las reformas económicas del New Deal estadounidense.
Pero nada funcionó como lo habían previsto ya que Italia, Alemania y Japón conformaron el Eje y, siguiendo su propia lógica, iniciaron la guerra, pero no contra los soviéticos sino contra las grandes fortunas que habían preparado el conflicto.
En el imaginario colectivo, nadie cree responsables de la Segunda Guerra Mundial a los grandes capitalistas anglosajones que apoyaron el surgimiento del nazismo. Es más bien lo contrario, todos piensan en los pueblos británico y estadounidense como participantes en la victoria.
De aquella experiencia, tenemos que mantener en mente una realidad: hasta los planes más hábiles pueden escaparse de las manos de quienes los conciben y promueven. Antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial la paz ya se vio amenazada por la alianza entre tres regímenes muy diferentes entre sí: el fascismo, el nazismo y el Hakkō ichiu. Ningún especialista de las relaciones internacionales fue capaz de prever entonces la confluencia de aquellas fuerzas. Todos se equivocaron.
Aquellas tres ideologías tenían en común el deseo de cambiar el orden mundial sin preocuparse por las consecuencias que sus actos tendrían sobre las poblaciones. Eso no significa que sus adversarios fuesen forzosamente democráticos y pacíficos. De hecho, no lo eran, pero al menos no querían exterminar pueblos enteros.
No debemos equivocarnos de adversario. Tenemos que mantenernos muy vigilantes, pero no ante un tipo particular de régimen político sino para evitar la unión entre Estados gobernados por individuos capaces de lo peor. El peligro actual no es el fascismo, el nazismo ni el Hakkō ichiu, ideologías que quedaron marcadas por la época de su surgimiento y que no responden a las realidades de hoy. Tenemos que protegernos, en primer lugar, de una alianza mundial entre ideologías capaces de lo peor.
Y eso es precisamente lo que está a punto de suceder. Los actuales responsables del Departamento de Estado estadounidense, del gobierno de Kiev y del próximo gobierno de Israel no se plantean límites. La unión entre los «straussianos» estadounidenses, los «nacionalistas integristas» ucranianos y los «sionistas revisionistas» israelíes puede decidir, sin vacilar, sumir el mundo en una Tercera Guerra Mundial. Al menos tenemos la suerte de que la CIA no comparte sus ideas, de que la intervención militar rusa pone límites al accionar de Kiev y la coalición del nuevo primer ministro israelí todavía no ha conformado su gobierno.
LOS «STRAUSSIANOS» ESTADOUNIDENSES
Este reducido grupo –no más de un centenar de personas– controla hoy la política exterior de Estados Unidos, principalmente a través del secretario de Estado, Antony Blinken; de su subsecretaria, Victoria Nuland, y del consejero de seguridad nacional, Jacob Sullivan.
Los «straussianos» son seguidores del pensamiento del filósofo Leo Strauss [1], quien estimaba que en los años 1930 las democracias habían demostrado ser débiles. Según Leo Strauss, la única posibilidad de evitar ser víctima de un próximo régimen antisemita sería que los judíos instaurasen su propia dictadura, o sea masacrar para no ser masacrado.
Los «straussianos» ya mostraron lo que son capaces de hacer cuando organizaron los atentados del 11 de septiembre de 2001 y desatando varias guerras para destruir el «Gran Medio Oriente» o «Medio Oriente ampliado».
Es sorprendente comprobar como, a pesar de las polémicas surgidas en el seno de la clase dirigente estadounidense sobre la administración de George Bush hijo, la mayoría de los dirigentes políticos actuales sigue ignorando quiénes son los straussianos.
LOS «NACIONALISTAS INTEGRISTAS» UCRANIANOS
Este grupo cuenta cientos de miles de personas, quizás millones. Se originó durante la Primera Guerra Mundia y se consolidó en medio del periodo que precedió la Segunda Guerra Mundial, durante ese conflicto y en el marco de la guerra fría [2].
Los «nacionalistas integristas» ucranianos son seguidores del poeta y criminal de guerra Dimitro Dontsov. Se consideran a sí mismos vikingos varegos destinados a librar la última batalla contra el Mal, o sea –según ellos– contra la civilización rusa.
No debemos dejarnos engañar por la expresión «nacionalismo integral», escogida por Dimitro Dontsov como referencia al pensamiento del francés Charles Maurras. Dontsov nunca fue patriota ni nacionalista, en el sentido clásico de ese término. Nunca defendió el pueblo ucraniano ni la tierra ucraniana sino todo lo contrario.
Desde 1919, los «nacionalistas integristas» ya mostraban de qué eran capaces asesinando a más de 4 millones de sus conciudadanos, cifra que incluye 1,6 millones de judíos. Desde 2014, iniciaron en Ucrania una guerra civil que ha costado la vida a más de 20 000 de sus conciudadanos. En 1921, cedieron a Polonia la Galitzia ucraniana y también la región ucraniana de Volinia como pago previo por la participación del ejército polaco en la guerra contra la URSS.
En el 2000, los nacionalistas integristas ucranianos se aliaron con los straussianos estadounidenses durante un gran congreso organizado en Washington, con el straussiano Paul Wolfowitz como invitado de honor.
Es muy peligroso fingir –como lo hace la OTAN– que los «nacionalistas integristas» son un grupo marginal en Ucrania. La OTAN sólo busca restar crédito a las advertencias de Rusia y movilizar a Occidente a favor de Ucrania. Pero el hecho es que los nacionalistas integristas están asesinando, sin juicio ni proceso, a los ucranianos que se identifican con la cultura rusa.
Es también particularmente peligroso sumarse al delirio de los «nacionalistas integristas», como acaba de hacerlo el parlamento alemán con la adopción de una ley sobre el «Holomodor», o sea el supuesto «genocidio por hambre». La hambruna de los años 1932-1933 no fue provocada por los soviéticos en general ni por Stalin en particular. Además de Ucrania, numerosas regiones de la URSS se vieron afectadas por aquella hambruna, que fue resultado de una catástrofe climática. Por cierto, en la propia Ucrania, la hambruna no afectó las ciudades sino sólo las zonas rurales porque los soviéticos decidieron que debían lidiar con el problema garantizando la alimentación de los obreros y no la del campesinado. Dar crédito al mito del genocidio planificado es alimentar el odio antirruso… como hicieron los nazis cuando exacerbaron el odio contra los judíos.
LOS «SIONISTAS REVISIONISTAS» ISRALÍES
Los «sionistas revisionistas» son alrededor de 2 millones de israelíes. Al alinear varias formaciones políticas junto a Benyamin Netanyahu han logrado hacerse de una mayoría parlamentaria.
Los «sionistas revisionistas» son seguidores del ucraniano Zeev Jabotinsky –el personaje que afirmaba que Palestina es «una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra». En otras palabras, para Jabotinsky no existían los árabes palestinos, al no existir no tenían derechos y había que expulsarlos de su patria.
En septiembre de 1921, Jabotinsky estableció una alianza secreta con los «nacionalistas integristas» ucranianos –el primer elemento del Eje que ya iba formándose. Aquella unión suscitó la indignación de toda la diáspora judía y Jabotinsky fue expulsado de la Organización Sionista Mundial. En octubre de 1937, Jabotinsky se alió también con los antisemitas del mariscal Rydz-Smigly, número 2 del régimen polaco encabezado por Jozef Pilsudski, alianza también rechazada por la diáspora judía.
Al inicio de la Segunda Guerra Mundial, Jabotinsky escogió como secretario particular a Bension Netanyahu, el padre de Benyamin Netanyahu.
Es simplemente asqueroso que, 75 años después de la creación del Estado de Israel, la mayoría de la gente todavía siga mezclando opiniones diferentes –y a menudo opuestas– ateniéndose sólo a la religión de quienes profesan esas opiniones.
El «sionismo revisionista» profesa lo contrario que el sionismo de Nahum Goldman y del Congreso Judío Mundial. De hecho, el «sionismo revisionista» ni siquiera se preocupa por los judíos y nunca dudó en aliarse con fuerzas armadas antisemitas.
Los «sionistas revisionistas», entre los que se cuentan Menahem Beguin y Ariel Sharon, demostraron de qué eran capaces cuando perpetraron la Nakba –la expulsión por la fuerza de la mayoría de la población de Palestina, en 1948. Hasta el día de hoy, aquel crimen sigue haciendo imposible la paz en Palestina.
Benjamin Netanyahu se alió con los straussianos en 2003, durante un gran congreso realizado a puertas cerradas en Jerusalén [3]. Desde la elección de Volodimir Zelenski, que se ha convertido en su amigo personal, Netanyahu restableció la alianza de Jabotinsky con los «nacionalistas integristas».
O sea, ya se constituyó el Eje.
LA IDEOLOGÍA COMÚN DEL NUEVO EJE
El fascismo italiano, el nazismo alemán y el Hakko ichiu no tenían mucho que ver entre sí. De la misma manera, los «straussianos», los «nacionalistas integristas» y los «sionistas revisionistas» piensan diferente y no persiguen los mismos objetivos.
Sólo los nazis eran tan extremadamente antisemitas como para querer liquidar a todo un pueblo. Los fascistas despreciaban a los judíos pero no trataron de exterminarlos. Los imperialistas japoneses nunca odiaron a los judíos e incluso los protegieron, tanto en Japón como en los territorios que ocuparon.
De la misma manera, mientras los «nacionalistas integristas» son obsesivamente contrarios a la cultura rusa y quieren matar a todos los rusos, hombres, mujeres y niños, los «straussianos» sólo desprecian a los rusos, sin pretender por ello exterminarlos, y los «sionistas revisionistas» persiguen otros objetivos.
Aislado, cada uno de esos tres grupos representa un peligro para ciertas poblaciones. Pero juntos son una grave amenaza para toda la humanidad. Esos tres grupos comparten un mismo culto de la violencia y del poder y han demostrado que pueden lanzarse a emprender guerras de exterminio. Además, consideran que su momento ha llegado y que no deben retroceder.
Pero ese Eje todavía carece de solidez. Por ejemplo, los straussianos estadounidenses acaban de advertir a los sionistas revisionistas israelíes que no deben tratar de extender las colonias judías en los territorios palestinos.