Aviso

 

por Thierry Meyssan

El presidente republicano George Bush hijo y los demócratas Barack Obama y Joe ‎Biden han destruido la libertad de expresión en Occidente. Por dos décadas, la prensa ‎ha venido mirando hacia otro lado para no ver todo lo que contradice los discursos ‎oficiales de Washington y ha optado por repetir todo tipo de idioteces. Sin embargo, ‎Donald Trump ha centrado su campaña para la elección presidencial de 2024 en el ‎regreso a la libertad de expresión. Por ahora, es el único candidato que adopta esa ‎posición. ‎

Donald Trump pronunció, el 15 de diciembre, su primer discurso como candidato a la nominación ‎del Partido Republicano a la elección presidencial. Y dijo tener como prioridad el regreso a la ‎libertad de expresión en Estados Unidos, precisamente en momentos en que las revelaciones de ‎Elon Musk –los llamados Twitter Files– y las de la America First Legal Foundation demuestran ‎que toda la información que se transmite está manipulada. ‎

Cada cual está en su derecho de tener su opinión sobre Donald Trump –aunque hay que señalar ‎que, desde su elección en 2016, este hoy ex presidente estadounidense ha sido objeto de una ‎campaña mundial de difamación que impide evaluar correctamente su acción. Pero todos tendrán ‎que reconocer que, desde el 11 de septiembre de 2001, Trump ha planteado interrogantes muy ‎pertinentes. ‎

 

 

‎«Si no tenemos la libertad de expresión, simplemente no tenemos un país libre. Es tan simple ‎como eso», declara Donald Trump al principio de este video. «Si ese derecho, el más ‎fundamental, está llamado a perecer, entonces el resto de nuestros derechos y libertades ‎se derrumbarán como fichas de dominó. Se hundirán uno a uno.» ‎

Trump reitera además que hay que establecer una distinción entre
 el derecho de las plataformas a la inmunidad, si se limitan a repercutir los contenidos sin entrar ‎a evaluarlos,‎
 y la responsabilidad de esas plataformas si se permiten hacer observaciones sobre los ‎contenidos y llegar a censurarlos. En este último caso, debe existir la posibilidad de emprender ‎acciones judiciales contra las plataformas, exactamente de la misma manera que es posible ‎hacerlo contra los autores de los mensajes que difunden. ‎

‎«En estas últimas semanas, informes explosivos han confirmado que un siniestro grupo de ‎burócratas del Estado Profundo, de tiranos de Silicon Valley, de activistas de izquierda y de medios ‎de empresas depravados conspiraron para manipular al pueblo estadounidense y hacerlo callar», ‎declaró Trump. ‎

‎«Colaboraron para suprimir informaciones vitales sobre todos los temas, desde las elecciones ‎hasta la salud pública (…) El cártel de la censura debe ser desmantelado y destruido y eso debe ‎suceder inmediatamente», prosiguió. ‎

1- LOS HECHOS DEL 11 DE SEPTIEMBRE DE 2001

La mentira generalizada en Occidente comenzó con la descripción de los atentados del 11 de ‎septiembre de 2001 en Estados Unidos [1]. Desde los primeros minutos de aquellos ‎acontecimientos, los medios designaron al “culpable”, sin investigación y sin que nadie reclamara ‎la autoría de los hechos. Aquel mismo día, algo más tarde, una periodista de la BBC aseguró que el ‎edificio 7 del World Trade Center acababa de derrumbarse, a pesar de que el edificio todavía ‎se veía claramente en pie detrás de ella. ‎

Aunque algunos periodistas describieron con honestidad y espíritu crítico lo que estaban viendo, ‎una sola persona se atrevió a decir ante las cámaras que era falso lo que estaban diciendo las ‎autoridades. Esa persona fue el promotor inmobiliario Donald Trump, quien osó decir ‎públicamente que las célebres Torres Gemelas no podían haberse derrumbado sólo por efecto ‎del impacto de los aviones que se habían estrellado contra ellas. Trump sabía bien lo que decía, ‎precisamente porque en aquella época tenía entre sus empleados a los arquitectos que habían ‎construido el World Trade Center. ‎

Donald Trump, el 11 de septiembre de 2001.‎

Trump tuvo la perspicacia de agregar que las autoridades seguramente tenían razones de ‎seguridad nacional para esconder la verdad al público. Seis meses después, yo mismo no fui tan ‎hábil como él en el momento de la publicación de mi libro L’Effroyable imposture, que ‎se convirtió en un best seller mundial.‎

Entre mis recuerdos de aquella época está el de una periodista de una importante revista ‎estadounidense que vino a entrevistarme en París. Cuando le hice notar que si el impacto de los ‎aviones hubiese derribado las Torres Gemelas, estas no se habrían derrumbado sobre sí mismas, ‎como en una demolición controlada, sino que habrían caído lateralmente, aquella periodista me ‎respondió que ella no tenía opinión al respecto porque no era experta en la materia. También ‎recuerdo que un jefe de redacción de otra gran publicación estadounidense me llamó por ‎teléfono para decirme que me apoyaba pero que no podía publicar lo que yo sostenía. ‎

En Occidente, un pesado manto de silencio cayó entonces sobre la verdad. Los años posteriores, marcados ‎por el «rediseño del Medio Oriente ampliado», nos trajeron una larga serie de mentiras. Una ‎vasta operación del Pentágono fue presentada al público como una serie de intervenciones ‎contra dictaduras o en guerras civiles. Washington destruía pueblos… pero por una causa justa. ‎Los medios de difusión no vacilaron en afirmar que Irak disponía de la tercera fuerza militar más ‎importante del mundo… y de «armas de destrucción masiva», o que Muammar el-Kadhafi y ‎Bachar al-Assad eran dictadores, etc. ‎

Aquellos hechos marcaron el inicio del Fact Checking. Medios sumisos aseguraban ‎profesoralmente cosas imposibles de creer. El diario francés Le Monde publicó cálculos ‎totalmente absurdos asegurando que todo era claro y lógico. ‎

Después, vinieron los insultos. Las personas que reflexionaban fueron catalogadas como ‎‎«complotistas» o «conspiracionistas» y acusadas de ser ideológicamente extremistas. ‎Dos grandes periodistas publicaron un libro escrito por encargo donde aseguraban que ‎si no había fragmentos de un Boeing en el Pentágono era porque el avión se había estrellado en ‎‎«picada horizontal» (sic) [2]. Todos esos argumentos ‎absurdos fueron repetidos incansablemente. ‎

2- LA CAMPAÑA DE 2016 CONTRA LOS JACKSONIANOS

El debate que yo había abierto mundialmente sobre los acontecimientos del 11 de septiembre ‎de 2001 demoró muchísimo en llegar a Estados Unidos. Fue necesario que, en 2004, un ‎reconocido intelectual estadounidense, David Ray Griffin, decidiera escribir un libro para refutar ‎mis argumentos. En ese empeño, el recientemente fallecido David Ray Griffin descubrió con ‎asombro que yo tenía razón. ‎

Un abogado de Donald Trump asiste a la conferencia organizada por Thierry Meyssan ‎en Bruselas, en 2005.

En 2016, para sorpresa de todos, Donald Trump obtuvo el apoyo del Partido Republicano y fue ‎electo presidente de Estados Unidos. Los medios sumisos impusieron la idea de que aquella ‎elección era una victoria del populismo sobre la razón. Pero tendríamos que preguntarnos ¿por qué ‎el pueblo estadounidense eligió a un personaje como Donald Trump? ¿No será porque Trump ‎rechazaba la mentira dominante?‎

Cuando ya había obtenido la investidura del Partido Republicano para competir en la elección ‎presidencial –sin ser republicano–, se inició contra Trump una campaña bipartidista tendiente a ‎destruir su imagen [3]. Esa campaña comenzó incluso antes de que Donald Trump llegara a la Casa Blanca, fue orquestada a escala ‎internacional por David Brock y costó al menos 35 millones de dólares. ‎

Por primera vez, la prensa occidental describía al presidente electo de Estados Unidos como un ‎racista y llamaba abiertamente a eliminarlo antes de que hiciese demasiado daño. En 4 años de ‎mandato, ninguna de las decisiones importantes de Trump fueron mencionadas por los medios, ‎que se dedicaron sólo a repetir chismes de pasillos sobre divergencias en el seno de su equipo. ‎‎¿Oyeron ustedes hablar alguna vez del decreto presidencial que excluyó a la CIA del consejo de ‎seguridad nacional o de la decisión de Donald Trump que puso fin al financiamiento de los ‎yihadistas?‎

La política exterior del presidente Trump fue presentada como el desvarío absurdo de un solo ‎hombre, cuando en realidad Trump actuaba siguiendo una escuela de pensamiento, ‎la del 7º presidente estadounidense, Andrew Jackson (1829-1837). Pero, ¿han oído ustedes ‎hablar de Donald Trump de otra manera que no sea acusándolo de ser racista?‎

3- LA ELECCIÓN PRESIDENCIAL ESTADOUNIDENSE DE 2020

La elección presidencial de 2020 fue tan importante como los atentados del 11 de septiembre. ‎Pero lo que se cuenta sobre ella no tiene nada que ver con lo sucedido. Lo importante ya no es ‎saber quién hizo trampa ni cómo lo hizo sino el hecho de haber podido comprobar que esa ‎elección no fue transparente. El conteo de los sufragios de más de la mitad de los votantes ‎se realizó bajo condiciones que no satisfacen las exigencias de transparencia de una democracia. ‎

“The real story of January 6”, documental de The Epoch Times, es el único testimonio que ‎muestra el momento en que la manifestación pacífica frente al Capitolio se convirtió en motín. En ese documental puede verse claramente como varios policías lanzan ‎intencionalmente a un manifestante desde una altura de varios pisos. Por desgracia, ‎no hemos podido adquirir los derechos de difusión de esas imágenes.

El mundo entero pudo ver una elección opaca en un país que dice ser ejemplo de democracia. ‎Es posible que Donald Trump se equivoque al calificar aquello de «robo»… pero la verdad es ‎que nadie sabe el resultado real de aquel escrutinio. En todo caso, esa opacidad dio lugar a ‎la toma del Capitolio por manifestantes pacíficos… luego de que la policía lanzara ‎intencionalmente a uno de ellos desde varios metros de altura. ‎

4- LA PANDEMIA DE COVID-19 DE 2020-2021

Durante la pandemia de Covid-19, la administración Biden y el ente supranacional europeo dirigido ‎por Ursula von der Leyen engañaron intencionalmente a sus conciudadanos. Divulgaron todo tipo ‎de cifras falsas y afirmaron, a sabiendas de que era mentira,
 que las “vacunas anticovid” (a base de ARN mensajero) protegen contra la transmisión del virus ‎‎(los fabricantes nunca afirmaron tal cosa);‎
 que las “vacunas anticovid” (a base de ARN mensajero) pueden ser recomendadas a las ‎embarazadas;‎
 que las “vacunas anticovid” (a base de ARN mensajero) protegen a los niños (en realidad ‎los niños no contraen la enfermedad, los casos de covid en niños son muy excepcionales);‎
 que las “vacunas anticovid” (a base de ARN mensajero) no tienen efectos secundarios notables, ‎independientemente de la edad y del estado físico de los pacientes (en realidad, esas vacunas ‎están provocando graves accidentes cardiacos entre los hombres de menos de 40 años);‎
 que las vacunas producidas en Occidente son la única opción eficaz contra el Covid-19 ‎‎(en realidad, numerosos Estados han utilizado con éxito otros medicamentos en la fase inicial de ‎la enfermedad o han sido capaces de hallar y producir sus propias vacunas).‎

I

Escondiéndose tras las autoridades científicas de su Departamento de Salud, ‎el presidente Joe Biden mintió a sus conciudadanos sobre el Covid-19. ‎

Algunos interpretan esas mentiras como simple incompetencia, otros las ven ‎como pruebas de la corrupción que practican los grandes laboratorios farmacéuticos. Pero, sea lo primero o lo segundo, lo importante es que Occidente se hunde en la mentira porque sus ‎medios de comunicación están sometidos a la censura. ‎

LA ORGANIZACIÓN DE LA CENSURA ESTATAL

Los documentos de Twitter (Twitter Files), sacados a la luz por el nuevo dueño de esa red social, ‎Elon Musk, y los correos electrónicos de la agencia federal estadounidense de salud pública (CDC), ‎obtenidos y divulgados por la asociación America First Legal Foundation [4], demuestran que la ‎administración Biden controló y censuró en secreto todo el conjunto de los mensajes que ‎transitaban por Facebook, Twitter, YouTube, Instagram, Whatsapp y Hello, a nivel mundial. ‎

Eso fue posible porque Washington contó con cómplices extranjeros. El propio presidente Joe Biden ‎creó una agencia de censura, la denominada «Junta de Gobernanza de la Desinformación» ‎‎(Disinformation Governance Board) [5]… y tuvo ‎que disolverla bajo la presión de las críticas. Pero esa estructura sigue existiendo y hoy prosigue su ‎acción bajo un nombre diferente. ‎

La ex colaboradora del presidente ucraniano Zelenski, Nina Jankowicz, vive ahora ‎en Washington. Desde allí supervisa toda la propaganda de guerra occidental contra Rusia.

Ese ente se dedica a censurar las noticias e informaciones sobre los nacionalistas integristas ‎ucranianos [6], sobre los crímenes del régimen de Zelenski ‎‎ [7] y nos intoxica sobre los actos de Rusia y de China. ‎De esa manera trata de evitar que la opinión pública mundial perciba el hecho que el mundo ya ‎no sigue a Occidente. ‎

Hay que reconocer que el avance del populismo es ante todo una respuesta popular a la extensión ‎de la censura, primero en Estados Unidos y ahora en todo Occidente. La libertad de expresión ‎ha sido asesinada por aquellos que tenían la responsabilidad de protegerla. Y con ella ha muerto ‎la democracia, también a manos de sus supuestos protectores. ‎

Los esfuerzos de Donald Trump, si llegaran a ser exitosos, reimplantarían la libertad de expresión… ‎pero no la democracia. Ya es demasiado tarde. El mundo ha cambiado. ‎

En los 20 últimos años ha desaparecido el mínimo de igualdad que alguna vez existió entre los ‎ciudadanos. Las enormes diferencias entre los ingresos de trabajadores y patrones se han ‎multiplicado por más de 1 000 y las clases medias se ven prácticamente en la ruina. ‎

Bajo tales condiciones, habrá que inventar un nuevo régimen político, que sólo podrá construirse ‎en interés de todos y si todos disponemos de libertad de expresión.