La intensa devaluación del peso ha debido estimular la producción nacional y las exportaciones. Pero en efecto quedamos con la mayor inflación y con menor crecimiento. ¿A qué se debe la paradoja aparente?
¿Crisis = oportunidad?
La economía colombiana ha afrontado una desaceleración marcada durante el último año. Este hecho no se debe solo a la caída de los precios del petróleo, sino a no haberle dado prioridad o atención a la estructura productiva de la industria nacional (a pesar de una década de buen crecimiento).
Ante este panorama, el deterioro de los términos de intercambio y el déficit de cuenta corriente se han hecho evidentes, lo cual ha resultado en una de las devaluaciones más profundas de la moneda colombiana durante el siglo XXI (Gráfica 1).
Fuente: Banco de la República, construcción propia.
En palabras muy sencillas, ahora se pueden comprar menos dólares por cada peso y la m moneda colombiana ha perdido poder adquisitivo internacional. Según las teorías tradicionales, este escenario es ideal para aumentar la venta de productos hechos en Colombia y para fortalecer las exportaciones. Y sin embargo- como muestra la Gráfica 2- las exportaciones siguen cayendo después de un año de intensa devaluación: entre enero de 2015 y enero de 2016 las exportaciones disminuyeron en 34,5 por ciento.
Fuente: DANE.
Crisis estructural
Lo anterior deja ver que tenemos un problema estructural es decir, que no logramos aumentar las exportaciones a pesar de la tasa de cambio favorable. Y aquí debe notarse que el anterior aumento de las ventas al exterior se concentró en sectores de baja complejidad, especialmente del sector minero-energético. Esto se ve de manera clara en la Gráfica 3.
Fuente: Banco de la República y construcción propia
Por otra parte, el debilitamiento de la estructura productiva e industrial de Colombia obedeció sobre todo a las recientes soleadas de desregulación comercial y tratados de libre comercio.
Bajo estas circunstancias, el simple hecho de la devaluación (o sea de tener precios competitivos en el mercado mundial) no garantiza que muchos sectores “despeguen” por el sencillo hecho de que han dejado de existir o porque se les dificulta importar a mayor precio la maquinaria o bienes de capital y los insumos que necesitan para aumentar su producción.
Enero de 2015 y enero de 2016 las exportaciones disminuyeron en 34,5 por ciento.
De esta manera muchas empresas industriales presentan alzas de costos muy por encima del aumento de sus ventas externas. Y también por encima del aumento en los precios de bienes importados que compiten con ellas, lo cual implica que tampoco se produzca la “sustitución de importaciones” – esa otra vía de desarrollo industrial que en teoría debe darse a raíz de la devaluación-.
Por supuesto que algunos sectores, como la floricultura y el café, han mostrado alguna recuperación en sus exportaciones, como se muestra en la Gráfica 3, pero las “locomotoras” que más divisas generaban no han sido muy sensibles a la devaluación y son los que marcan la tendencia a la baja.
Tasa de cambio y balanza comercial
El Ministro de Hacienda, Mauricio Cárdenas. Foto: MINHACIENDA |
Una devaluación significa que a los extranjeros les resulten más baratos nuestros productos y que por lo tanto aumenten su demanda por los bienes que exportamos, pero también significa que aumente el precio de los bienes importados por nosotros y disminuya su demanda. Para que la devaluación mejore la balanza comercial (exportaciones menos importaciones), el primer efecto debe ser más intenso que el segundo.
La intensidad de estos efectos depende de la sensibilidad de la demanda de los bienes en cuestión al cambio de los precios, vale decir a la llamada “elasticidad-precio” de los bines en cuestión. E infortunadamente, muchos estudios han mostrado que la demanda por bienes tiene un comportamiento poco sensible en el corto plazo, de suerte que la devaluación no siempre puede tener los efectos deseados sobre la balanza comercial.
En este punto existen muchos debates en la literatura académica acerca de si -después de un cierto lapso de caída de las exportaciones en un escenario de devaluación, como ocurre hoy en Colombia- se produce o no un repunte de las ventas en el extranjero (la hipótesis conocida como curva “J”).
En el caso de Colombia es muy claro que no todos los bienes importados son sensibles al precio porque algunos de ellos son productos de primera necesidad que no pueden ser sustituidos con facilidad por empresas locales. Por más que el ministro Cárdenas lleve más de un año insistiendo en la necesidad de “comprar colombiano”, es evidente que en Colombia no existen o han sufrido un completo estancamiento ciertas industrias de alta tecnología o especialización.
Por otra parte la devaluación no ha compensado por completo la caída de los precios externos del petróleo y demás exportaciones bandera de Colombia, de modo que en realidad hay que decir que nuestras principales exportaciones son muy poco sensibles a variaciones en la tasa de cambio.
Los hechos anteriores ponen en duda la validez de la teoría convencional sobre el efecto de la devaluación para el caso concreto de la economía colombiana actual.
Repunte coyuntural
Aunque los últimos datos de crecimiento del sector industrial (con un acumulado de 1,7 por ciento entre enero de 2015 y enero de 2016), han sido presentados como uno de los beneficios de la devaluación, esta cifra se debe en realidad a hechos coyunturales como la entrada en servicio de la Refinería de Cartagena y el repunte de las ventas de autos ensamblados en Colombia.
No obstante, otros sectores claves e intensivos en mano de obra dentro de la industria manufacturera, como los textiles, las carrocerías y el acero, siguen mostrando un sostenido y preocupante deterioro.
Malas decisiones
Hacienda cafetera en Risaralda. Foto: Juan Camilo Gómez Alzate |
Los daños de la devaluación parecen ser peores que su supuesta bondad para las exportaciones o para la sustitución de importaciones.
Por una parte la presión inflacionaria resultante del encarecimiento de las importaciones es muy fuerte – ya que las empresas tienen que elevar sus precios en proporción al alza de sus costos-. Y a esto hay que sumarle que una proporción cada vez mayor de los productos de la canasta familiar dependen de las importaciones. Para el caso colombiano basta recordar que más de un 20 por ciento de los alimentos consumidos provienen del extranjero (y ni mencionar otros bienes de primera necesidad).
Estas presiones inflacionarias acaban por deteriorar los salarios reales de los trabajadores, más todavía cuando la política de salario mínimo se ha reducido a una actualización anual para ajustar el salario a la inflación que ya había carcomido su poder adquisitivo. Al no aumentar el poder de compra, esta política desemboca en una reducción de la demanda interna que no puede ser apalancada indefinidamente por el crédito.
En conclusión y en vez de fortalecer el aparato productivo nacional, la devaluación ha frenado el crecimiento y ha acentuado la inflación. Consecuencias directas de que el Banco de la República no hubiese asumido el riesgo de utilizar las reservas en su momento para controlar la dramática caída del peso colombiano.
En este escenario, la respuesta del Ministerio de Hacienda ha consistido en enviar mensajes de tranquilidad y adaptación al nuevo escenario con la idea de que una moneda devaluada impulsaría el crecimiento del país.
La realidad es muy distinta: déficit en cuenta corriente y déficit fiscal que llevarán a ajustes dolorosos donde el mito de la austeridad macroeconómica seguirá primando y donde la teoría de un modelo de crecimiento guiado por las exportaciones y apalancado en una tasa de cambio competitiva se pone en duda. En ese escenario, pueden ser más los problemas que los beneficios.
* Profesor e investigador del Centro de Investigaciones para el Desarrollo (CID) de la Universidad Nacional. Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.