Esto no es un ataque, sencillamente contra la “paz”; es un ataque con los luchadores políticas, contra las alternativas de izquierda, contra la oposición política que no acepta esta paz de los cementerios
“Firmante del acuerdo de paz, luchador social”. Así se presentó Harold Ordoñez en la audiencia realizada el 2 de Septiembre para enfrentar los cargos de que lo acusa la Fiscalía: homicidio agravado, concierto para delinquir agravado, porte ilegal de armas. Harold estuvo vinculado a las FARC-EP y luego participó del proceso de paz. Desde entonces, ha impulsado una serie de proyectos e iniciativas para los reincorporados en el marco del Acuerdo de Paz, ha realizado estudios de maestría en la Universidad Javeriana y tiene un trabajo a tiempo completo en la Secretaría de Paz de la Gobernación del Valle del Cauca. Pese a todo esto, la Fiscalía lo acusa de ser “Óscar”, comandante de la columna Adán Izquierdo de las FARC-EP que opera en la zona alta de Sevilla y Tuluá, en el Valle.
Montaje judicial
Las pruebas que entrega la Fiscalía no resisten el menor análisis y han llevado a sus familiares, amigos (que somos muchos) y organizaciones sociales a denunciar esto como un montaje judicial. Los testimonios de dos funcionarios de la municipalidad de Sevilla (que vieron a Óscar en un retén, con la cara tapada), de un soldado profesional, y por supuesto, la infaltable inteligencia militar con sus informes amañados.
Es gravísimo que el ex partido de Harold, la pandilla de Timochenko y Carlos Antonio Lozada, hoy llamado Comunes, haya sido crucial para ese perfilamiento pérfido. Harold, cansado de la corrupción, del oportunismo y de la ausencia de una perspectiva de lucha al interior de esta colectividad, renunció al partido por el que se jugó la vida durante años, el 20 de enero del 2020. Miembros de Comunes, revanchistas y sectarios, comenzaron a señalarlo como “disidente”. Este acoso y matoneo al que fue sometido, lo hicieron abandonar Tuluá y tener que desplazarse hacia Palmira. En una reunión (en la que participaron representantes de la ONU y de la Secretaría de Paz de la Gobernación) se les había solicitado que frenaran esos “rumores” malintencionados y aclararan la situación de Harold, lo que nunca hicieron. En lugar de ello, sus rumores llevaron al perfilamiento de un luchador consecuente por la “inteligencia” militar.
Estas son las “pruebas” con que cuenta la Fiscalía. La evidencia a favor de Harold, por el contrario, es abrumadora: hay suficientes pruebas de que él no se encontraba en los lugares de los hechos que se le imputan, que él, debido a todas sus obligaciones no podría ejercer de comandante de una columna guerrillera, y lo más importante, que Óscar es, sencillamente, otra persona, con una serie de características muy diferentes a las de Harold. Esto es un montaje, un falso positivo judicial, por donde se le mire.
Persecución política
¿Por qué ensañarse entonces con Harold, a quien uno de sus profesores describe como “un firmante del Acuerdo que parece prácticamente de postal: padre responsable, estudiante brillante, impulsor del diálogo social desde el mismo Estado y promotor campesino”[1]? Para quienes no han tenido la suerte de conocer a Harold, no sólo es un hijo cariñoso, un padre dedicado y un cónyuge ejemplar. Es un amigo como pocos. Despierto, inteligentísimo, crítico, sagaz, divertido, recochero, generoso, con un corazón gigante. Con una alegría de vivir que se le escapa por todos los poros de su cuerpo. Que le gusta tomarse un trago conversado con los amigos escuchando a Kraken, bailar salsa, jugar tejo, que toca la guitarra, que es, en definitiva, un tipo fenomenal.
El Estado se ha ensañado con Harold, porque él representa una alternativa política que amenaza los privilegios de los cuatro cacaos, terratenientes y generales que manejan el país como su finca privada. Harold jamás ha abandonado ni traicionado sus convicciones de cambio social, ha seguido luchando (sin armas) por las reivindicaciones del campesinado, impulsando Zonas de Reserva Campesina, y movilizándose contra las medidas anti-populares de este gobierno. Harold jamás ha llamado a aceptar este sistema podrido ni la “paz” de los cementerios. Harold no ha salido a aplaudir a los generales de los falsos positivos. Harold no se acomodó a la sombra de un cargo o de un proyecto como todos esos lagartos que han desangrado los fondos del dizque “post-conflicto”. Harold ha apostado por la lucha sin armas, por cumplir de manera ejemplar con el acuerdo de paz (a diferencia del incumplimiento sistemático del gobierno), pero no es un arrepentido vergonzante. Por eso lo odian tanto las sanguijuelas que desangran a Colombia, como algunos de sus ex compañeros que no soportan ver en él todas las virtudes de las que ellos carecen.
Harold ha seguido haciendo lo que supuestamente les permitiría el Acuerdo de Paz a sus firmantes -hacer política sin armas. Esto no es un ataque, sencillamente contra la “paz”; es un ataque con los luchadores políticas, contra las alternativas de izquierda, contra la oposición política que no acepta esta paz de los cementerios. Como decía el famoso “pájaro” de Tuluá, León María Lozano, el Cóndor, quien asaltaba las cárceles para liberar a los peores criminales para unirse a sus bandas conservadoras, “el único crimen es oponerse al gobierno; lo demás, son pendejadas”. Esa lógica asesina sigue intacta.
Lo que esta persecución infame recuerda es que el Estado colombiano reprime, por todos los medios (legales e ilegales) a los que lo cuestionan, critican, y a los que luchan por cambiar un régimen que es una democracia de fachada que echa mano de métodos dictatoriales cada vez que sienten sus privilegios cuestionados. Ahí hay 300 ex combatientes desaparecidos y una infinidad de muertos, desaparecidos, violados y mutilados de las últimas protestas como testigos.
Terrorismo de Estado
Harold fue capturado por agentes el domingo 29 de Agosto durante una fiesta de cumpleaños en la que estaba con su hija de 5 años. Fue arrebatado, literalmente, de los brazos de una niña en edad pre-escolar: ese es el momento que el Estado eligió para dar su golpe e iniciar esta parodia de montaje. Este modus operandi perverso recuerda a la manera en que asesinaron, vilmente, a otro firmante de la paz, Wilson Saavedra (Jorge Enrique Corredor), quien era muy cercano a Harold y con quien, juntos, impulsaban una serie de proyectos para la reincorporación de ex combatientes en la zona rural de Tuluá. Wilson fue asesinado en Mayo de 2019 en Tuluá mientras compraba un pastel para la fiesta de cumpleaños de uno de sus hijos. La monstruosa cobardía de asesinar y capturar a ex combatientes mientras realizan actividades de carácter familiar, no es coincidencia: ya las revelaciones sobre las “chuzadas” del DAS en el 2009, habían demostrado que algunas de las acciones definidas por ellos mismos como “sabotaje, desprestigio” se dirigían hacia las familias de quienes consideraban opositores[2]. Matar a la semilla, decían los chulavitas, pájaros y paracos. Aterrorizar a la semilla pensarán estos agentes. Ese es un modus operandi bien afianzado en los aparatos represivos del Estado colombiano.
Esto es mucho más que un montaje. Buscan golpear a toda la unidad familiar, traumatizar a los niños, dar a sus padres donde más les duele. Realmente este accionar de los aparatos de Estado y de sus tentáculos para-oficiales es de una cobardía y de una perversidad difícil de digerir. Buscan generar terror entre los luchadores sociales y los firmantes de la paz que siguen consecuentes con sus convicciones. Es, claramente, una acción de terrorismo de Estado -terror diseminado a través de los aparatos judiciales y represivos estatales.
Terrorismo de Estado que busca desmoralizar a la familia de Harold para que lo presionen a abandonar su lucha; a otros firmantes de la paz, para que callen ante la injusticia y se “reconcilien” con la corrupción, el paramilitarismo, la explotación brutal de los campesinos y trabajadores, y la militarización de la vida; y a los todos los luchadores sociales que hoy día se enfrentan contra un régimen ilegítimo y odiado por la inmensa mayoría de colombianos que sobreviven en la precariedad, el hambre, la pobreza, la ausencia de servicios básicos y de perspectivas para su futuro, para que vuelvan a sus casas y dejen de protestar.
Creen que persiguiendo a Harold van a lograr esto. ¡Qué poco conocen las reservas morales del pueblo colombiano! ¡Qué poco entienden la valentía y la decisión demostrada por esos miles, millones de jóvenes que han demostrado que se niegan a arrodillarse ante la cleptocracia gobernante! ¡Qué poco conocen a la familia de Harold y en particular a su amante compañera Daniela, una mujer admirable en todo sentido y una luchadora como él! Se equivocaron con Harold. Él sabe que detrás tiene amigos, compañeros, sueños, proyectos y a todo un pueblo que ha empezado a movilizarse por cambiar este régimen perverso y podrido. Tranquilamente, sin gesto desafiante ni preocupación, les recordó quién era él. Harold Ordoñez Botero, firmante de la paz, luchador social.
Harold sabe, como lo saben esos millones de jóvenes en las calles de todo Colombia, que hay mucho por lo que seguir luchando. Por un futuro para él, para su hija. Queremos libre a Harold porque es nuestro amigo, pero también porque es un imprescindible, para que pueda seguir luchando por una sociedad más justa.
José Antonio Gutiérrez D.
3 de Septiembre, 2021