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Por Jorge Coronel López

Economista, Profesor universitario

Nadie serio negaría que el país ya ha acumulado las semanas suficientes para jubilarse de sus contradicciones culturales y de su excesivo poder político elitista, empobrecedor, corrupto y mafioso. Los cambios que se claman y reclaman son gritos por la dignidad, por la búsqueda de identidades, por el incumplimiento de expectativas vendidas otrora; son gritos por el respeto ancestral al conocimiento y por la búsqueda utópica de una realidad paradisiaca medianamente alcanzable.

Pero promover dichos cambios e ir tras ellos implica alterar los órdenes del poder y especialmente, requiere arrebatarles el poder a quienes, por décadas, o si se quiere siglos, lo han ejercido.

La vergonzosa desigualdad y pobreza que arrastramos; la necesidad de superar el desprecio rural y el menosprecio por la vida campesina; la urgencia de que el Estado tome las riendas de los territorios y de las instituciones; la premura por desligar los intereses que han cooptado y capturado al Estado; el apremio por encontrar políticas de desarrollo que se armonicen con un modelo económico que enfrente de verdad el cambio climático y las múltiples desigualdades; la obligación de cumplir la premisa constitucional referida a un Estado Social de Derecho y la necesidad de avanzar sobre el marco del Acuerdo de Paz como mecanismo de transición política y social, son algunas de las razones que deberían justificar programas y propuestas políticas ambiciosas y con un carácter de cambio decisivo.

Sin embargo, una cosa es predicar estas situaciones, hechos y realidades; y otra muy distinta es plantear análisis que concreten su verdadera dimensión y condición. Esta es la tarea de los estadistas, por lo tanto, son ellos los que tienen que ser capaces de ver más allá de las montañas de ilusiones, pero también ver más abajo del suelo de los problemas. Esta es la tarea que tienen los candidatos presidenciales hoy en Colombia.

Alejandro Gaviria el nuevo candidato

En último par de meses hemos visto surgir varios nombres bajo las etiquetas de candidato o precandidato. Creo que ninguno ha causado la euforia que produjo el lanzamiento de la candidatura de Alejandro Gaviria, quien la semana pasada anunció su deseo de ser presidente. Lo hizo mediante un video promocional, donde habló, como siempre, de todo lo general y siguiendo un guion estricto y ajustado para este tipo de intervenciones.

Por ser un video de lanzamiento era aceptable no encontrar allí nada de fondo; sin embargo, tanto en sus discursos, como en sus escritos es difícil hallar dicho fondo, luego no es un asunto coyuntural, sino estructural en él.

Si a Fajardo se le critica por su falta de valentía para tomar posturas, a Gaviria habría que hacerlo por lo mismo: no compromete sus opiniones, cuida y mide el calibre de sus palabras, habla de los temas que son obligatorios o que están dentro de una agenda global, pero no arriesga, ni un ápice, sobre la manera de enfrentar dichos problemas, ni se atreve a meter los dedos en la podredumbre política y corrupta que gobierna el país, por eso solo habla de corrupción desde el balcón, porque teme bajarse de allí a capotear en la arena los indomables cuernos que podrían hacerle dar unas cuantas volteretas en el ruedo político colombiano.

Tan es así que, mientras recibía elogios por su video promocional, recibió sus respectivas críticas tras revelar en una entrevista su satisfacción por la designación de Carrasquilla en la Junta Directiva del Banco de la República, justo en reemplazo de su esposa.

Más allá de que este episodio que, dizque le ha quitado el sueño, lo importante es que dejó ver que es ese tipo de personas que posan de intelectuales, pero que se alimentan del clientelismo del establecimiento, es decir, están determinados por él mismo y no pueden pasar a determinar nada en absoluto. Tras el episodio, salió luego a lamentarse y calificó como un “error” el hecho de “no pensar antes de responder”. No sabe uno que es peor, si su franqueza o su intención de mentir para ganar adeptos.

Pero esto le ocurre por su falta de coraje, que es otra de las razones que han justificado la sed de cambio en este país. Por ejemplo, los jóvenes se cansaron de que los políticos les pusieran dentro de su boca sus dedos alargados y corruptos, a cambio de bocados de pan y de oportunidades francas y dignas. El país está cansado de frases bonitas y de que le vendieran humo.

Alejandro Gaviria no ha tenido posturas francas y determinantes sobre la desigualdad en el país, entiéndase que una cosa es que haya hecho referencia a dicho fenómeno, pero otra muy distinta que haya identificado las causas y haya planteado seriamente alternativas y soluciones. Lo mismo que ocurre con su discurso sobre la corrupción, pura generalidad. Tampoco se ha indignado por las injusticias, luego se puede afirmar que las causas y luchas sociales no han estado dentro de sus análisis ni cerca de sus palcos de defensa. Ellas no le han merecido apoyo o consideración alguna y habría que suponer que las desconoce o que no le interesan.

Además del video promocional, lanzó un Ideario de 60 puntos, muy parecido al Manifiesto Democrático de Uribe que contenía 100 y semejante al de Duque que sumaba 203. Imposible leer el Ideario de Gaviria, sin asociarlo con estos dos.

Sobre el “Ideario” de Alejandro Gaviria

El “Ideario” contiene notas sueltas y escritas de una forma políticamente correcta. Parecen más titulares de prensa que ideas para una agenda programática. Por ejemplo, el primer tema que aborda lo denomina: las formas importan en la política. El primer punto dice: «Las virtudes republicanas del respeto y el diálogo civilizado son importantes. La degradación del debate público es un problema creciente que debe preocuparnos a todos».

¿Qué querrá decir con degradación? La mayoría lo asocia con insultos y esto estaría cerca del concepto de humillación y envilecimiento. Pero hay que tener en cuenta que el debate político suele ser acalorado e incómodo por los temas que se abordan, aunque se puede ejercer dentro del respecto y sin caer en la degradación. Pero, resulta que degradar también significa «disminuir progresivamente la fuerza, la intensidad o el tamaño de algo» y ese algo podría ser el debate en sí. De manera que por esta vía se podría apelar a una condición cómoda de no querer debatir, por el simple hecho de que los contrincantes, con sus argumentos, incomodan. Esto ya ha tenido lugar en el país a través de la idea de la polarización. La polarización en Colombia es vista como algo negativo, de manera que cuando un candidato le dice a otro “no polarice”, lo que le está diciendo tal vez es: “no degrade el debate”. Aquí está la fórmula que han encontrado algunos para evadir los debates que entraña la Política, y es uno de los problemas que nos ha impedido avanzar en la discusión.

El segundo tema que presenta lo titula: El cambio social requiere voluntad y método. Allí dice: «el cambio social no es cuestión de todo o nada. No consiste en sustituir un modelo corrupto que ya no puede mejorarse por otro perfecto que ya no habría que mejorar». ¿Por qué tan poca ambición en una persona que se presenta como transformador e intelectual? Esta frase se parece mucho a aquella pronunciada por Turbay en la contienda presidencial de 1978: «Tenemos que reducir la corrupción a sus justas proporciones».

En el punto 3 sobre el cambio social dice: «Para resolver los problemas de la sociedad, uno debe primero tratar de entenderlos a fondo. La improvisación carismática no puede sustituir al conocimiento práctico». Si primero hay que entender los problemas de la sociedad, por qué entonces no presentó sus ideas al respecto. Con esta frase tan carismática parece que peca por lo que dice en la parte final de su sentencia. ¿Será este otro error por “no pensar antes de responder” como le dijo a alguien tras el episodio de Carrasquilla? ¿Cuáles serán los problemas sociales para Alejandro Gaviria? Pues, llama mucho la atención que en su Ideario no haya dicho nada sobre: cierre de brechas territorial y social, reconversión tecnológica, los problemas del modelo económico del país, la fragilidad de la economía, la débil política exterior y la captura y cooptación que padece el Estado.

Finalmente, Alejandro Gaviria cae en una grave contradicción. En el tema El papel redistributivo del Estado es fundamental plantea lo siguiente:

  1. El papel redistributivo del Estado es fundamental para la generación de equidad. Comienza con la salud, el cuidado infantil y la educación, incluye los derechos laborales, y debe contemplar igualmente programas de protección e inclusión social para combatir la pobreza.

Aquí reconoce la función social del Estado y destaca la importancia que tiene en la redistribución del ingreso. No obstante, es muy cuestionable el enfoque que le otorga, pues habría que hacerle ver que la redistribución no comienza con la salud, ni con la educación, en otras palabras, no comienza con los derechos reconocidos; la redistribución en el segundo país más desigual de América Latina tiene que empezar por ajustar el sistema tributario, luego inicia con reformas que recojan de verdad la idea de la progresividad, lo cual, no sólo pasa por alto, sino que hábilmente pone la lupa en otro lado, muy parecido a como lo hizo Uribe en su Manifiesto de 100 puntos, cuando en el punto 89 señaló lo siguiente: «La progresividad del tributo no se debe medir tanto en el origen como en el destino social».

Esta sutil frase, aparentemente inofensiva, escondió una de las peores ideas que han podido hacer carrera en el país. Es culpable, nada más y nada menos, que de la absurda desigualdad y sobre ella se construyó un sistema tributario regresivo. Por esta vía la tasa efectiva de tributación de los más altos ingresos se ha rebajado, mientras que la carga tributaria ha recaído sobre los ingresos medios y bajos. Aquí la explicación sobre por qué somos uno de los más desiguales del mundo.

Pero lo más grave no es solamente eso. En el tema las fallas del mercado coexisten con las fallas del Estado dice lo siguiente:

  1. El Estado no es el solucionador de todos los problemas sociales. Tampoco es el causante de la desigualdad y la pobreza.

Aquí el candidato limpia de un plumazo los errores cometidos por los gobiernos con las reformas que nos han traído hasta acá. Cuando dice que «el Estado no es el solucionador de todos los problemas sociales» le abre la puerta al mercado, quizá fiel a su doctrina neoliberal. Pero, acto seguido le lava la cara al Estado cuando sostiene que no es el causante de la desigualdad y la pobreza. Entonces ¿Quién es el culpable? ¿El mercado solamente? ¿El mismo al que le abre la puerta en la frase inicial?

No ha pasado una semana del lanzamiento de su candidatura y ya ha dejado mucho qué pensar. Lo que representa Alejandro Gaviria dista mucho de lo que necesita el país, pues está tan determinado y comprometido que no podrá alterar ningún orden o poder. Podrá seguir de frente con su candidatura, pero todo indica que está de espaldas al país.

TOMADO DE REVISTA SUR