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El Che Guevara dijo que el verdadero revolucionario es motivado por el amor, es decir, el amor hacia los oprimidos, los pobres, los niños muriendo de enfermedades prevenibles. Esa frase de él es cierta pero muchos reformistas y su ala más hippy la han aprovechado para vendernos la falsedad que la revolución es un acto de abrazos, velatones y respeto hacia nuestros enemigos. Nada más lejos de la realidad y también del pensamiento del Che.

Primero debemos tener claro que el amor es lo que nos motiva, luchamos por un mundo mejor, por un amor hacia el prójimo y contra el capitalismo que no conoce el amor sino el precio que le puedo poner a cualquier sentimiento. Ahora luego del asesinato de 13 personas en Bogotá a manos de la Policía, salen los de siempre hablando de amor, perdón y reconciliación y como el odio no tiene cabida en nuestra lucha. ¿Es cierto que no podemos odiar? De eso se trata este artículo.

Ante el asesinato de 13 jóvenes a manos de la Policía, Claudia López convocó un acto de reconciliación. No faltan los congresistas y ONG con sus cursos caros financiados por la cooperación internacional que hablan de resolución no violenta de conflictos, de amor, reconciliación y cómo superar el odio. Pero ¿debemos superar el odio? y si es así ¿el odio a qué?

Primero hablemos en términos generales como la frase del Che. Ante el sistema capitalista ¿tenemos el derecho de odiarlo? Yo diría que no sólo tenemos el derecho de odiarlo, sino tenemos el deber. Por ejemplo, vemos en el sistema de salud que la salud, bienestar físico y mental de la gente es un negocio. Pero ser un negocio no sólo significa que alguien gana dinero con tratar a pacientes, sino que alguien gana dinero por no tratarlos o que hay algunas situaciones que no se tratan por no ser rentables.

Ha habido mucho progreso a nivel mundial respecto a la mortalidad infantil. Por ejemplo, según UNICEF a nivel mundial mueren uno de cada 27 niños ahora comparado con uno de cada once en 1990 antes de cumplir cinco años de edad. Aun así estamos hablando de un promedio de 5.189.000 de niños menores de cinco años que murieron en 2019, y hubo un promedio de 2.440.000 de muertes neonatales, es decir, en los primeros 28 días de vida. Las razones son sencillas, la pobreza, el imperialismo y las ganancias de las empresas. Por ejemplo Colombia tiene unas tasas de mortalidad infantil de 14.2 por cada 1.000 nacidos vivos comparado con 3.7 en Alemania.[1] Los países con las peores tasas son africanos y también algunos países latinos como Bolivia que tiene una tasa de 26.8 una reducción importante de la tasa de 121.1 en 1990. Aun así sigue siendo alta y la reducción neonatal ha sido menor, pero aun si miramos a 1990 o 2018, vemos un cuadrado parecido, los países víctimas del imperialismo, los llamados países pobres son donde mueren más niños. ¿Cómo no odiar a un sistema económico que se basa en eso? Entre las causas más comunes de mortalidad encontramos enfermedades como neumonía (15%), diarrea (8%) y malaria (5%),[2] enfermedades de la pobreza en general. En el caso de los neonatos las causas comunes son complicaciones derivadas de parto prematuro (36%) complicaciones intraparto (24%) sepsis (16%).[3] Hay muchos factores en juego, entre ellos la falta de acceso a buen sistema de salud y eso sin hablar de las enfermedades prevenibles con vacunas que matan a millones de personas al año, o la desnutrición que cuando no mata, deja debilitada a la persona y genera un sinfín de otros problemas.

Pasando de eso a cosas más específicas. ¿Podemos odiar a personas claves en el sistema capitalista? Una cosa se desprende de otra. No se puede criticar al sistema capitalista y sus consecuencias sin criticar a los capitalistas y sus lacayos.  Personajes como Luis Carlos Sarmiento en Colombia, Jeff Bezos en los EE.UU. o Richard Branson en Gran Bretaña se hicieron ricos, contando cadáveres, (en algunos casos muy literalmente, pues invirtieron en el negocio de la salud, o más bien en el negocio de negar asistencia médica). No se puede amar a sus víctimas sin odiar a los victimarios, cualquier cosa distinta es un ejercicio de lavado de imagen, de apaciguar la consciencia propia o de relaciones públicas. ¡Quien no odia a Luis Carlos Sarmiento no quiere ninguna clase de cambio en Colombia!

Él manda pero él no golpea a nadie directamente, en el sentido físico, eso le corresponde a sus lacayos en la Policía. La Policía mató a 13 jóvenes además de Javier Ordóñez, ¿cómo no odiarlos?  No es la primera vez que ellos matan a alguien. Javier murió por varios golpes en la cabeza luego de ser electrocutado y cosas parecidas hicieron con muchos jóvenes y estudiantes, incluyendo el caso infame de Nicolás Neira, un joven asesinado por el ESMAD, y cuyo papá sigue peleando para llevar ante la justicia a sus verdugos y en todo ese tiempo no recibió el apoyo de los que hoy pregonan el amor y la no violencia.

El amor abstracto es un discurso de la derecha, del Estado, de la burguesía.  No se puede amar al pobre y no odiar a quien lo convierte en pobre.  No se puede amar a aquel que muere bajo los golpes del bolillo del tombo y no odiar al tombo que golpea. El tombo golpea para proteger un sistema y un orden social, un ejercicio de supuesto amor y reconciliación como lo que convoca la Alcalde no sirve para nada si ese sistema con su violencia socio-económica, política y represiva sigue intacto, con apenas unos cambios de forma. Algunos como Gustavo Bolívar dijeron que tenemos que derrotar a este gobierno en las urnas, pero para eso faltan dos años, y no sabemos cuántos muertos más, cuántas mujeres violadas en los CAI, y tampoco sabemos si realmente un gobierno del Polo cambiaría las cosas. Pues dicen que sí pero eso dicen todos y no hay motivos para esperar que lo hicieran de verdad. Los tombos se derrotan en la calle, metiéndoles miedo a golpear, no con leyes ineficaces ni trasladando la institución del Ministerio de Defensa al Ministerio del Interior, sino con organización y defensa propia.

Así el amor hacia el oprimido como lo pregonaba el Che sigue vigente pero también sigue más vigente que nunca su corolario del odio hacia el sistema, los ricos y sus lacayos y asesinos en las fuerzas policiales.  No se puede amar la luz sin detestar la oscuridad. El verdadero revolucionario no sólo ama sino odia y aunque muchos reformistas siguen usando la palabra revolución, en su versión suave, no existe el odio, ni la lucha de clases y es un asunto casi parecido a tomar un café entre amigos donde uno pelea para pagar la cuenta.

“Hacer la revolución no es ofrecer un banquete, ni escribir una obra, ni pintar un cuadro o hacer un bordado; no puede ser tan elegante, tan pausada y fina, tan apacible, amable, cortés, moderada y magnánima. Una revolución es una insurrección, es un acto de violencia mediante el cual una clase derroca a otra”. Mao Zedong. Informe sobre la investigación del movimiento campesino en Junán, marzo de 1927.

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