¿Cómo evitar el tema del imperio? ¿Cómo no volver a hablar de sus amenazas?
La historia de la humanidad está llena de imperios, de imperios de todo tipo. Todos diversos y complejos, y lo único indiscutible acerca de ellos es que, pese a su soberbia, no son eternos como pretenden, porque al cabo desaparecen uno tras otro por distintas vías. Y, es más, porque ninguno dura ni siquiera mil años, como prometió ya el nazismo alemán (que apenas duró 13) y como desde principios de este siglo XXI pregona el prepotente imperio estadounidense. (En realidad durar mil años solo lo consiguió el imperio bizantino quizá porque, aunque lo logró ya amenazado, nunca se propuso alcanzar objetivo tan lejano.)
¿Y cómo se hunden los imperios? Durante mucho tiempo se prefirió explicar sus derrumbes como resultado de agresiones o invasiones. Ahora se hace más énfasis en su derrumbe interno. Pero lo más frecuente es que ambos componentes, derrumbe interno y agresión o agresiones, coexistan y se refuercen, de modo que de lo que se trataría en cada caso es de determinar cuál de ellos desempeñó (o desempeña) el papel principal. Y en el del imperio actual es claro que es el derrumbe interno.
No obstante, una cosa es un imperio regional, como fueron los del viejo o lejano pasado, y otra distinta un imperio mundial como los modernos, sean del pasado reciente o se trate sobre todo del que tiene aplastado a este mundo en la actualidad. Los regionales, por grandes que fuesen, y los hubo enormes, podían desaparecer sin que el resto del mundo se enterase, o al que apenas le llegaba una tardía y confusa información sin importancia. Nada extraño, porque en esos siglos preindustriales el planeta aún no era uno, dado que los continentes no estaban integrados, las distancias terrestres eran enormes, los océanos difíciles de cruzar, y los contactos culturales entre continentes o países lejanos solían ser raros, tardíos o inexistentes.
Pero, como se sabe, el capitalismo que domina el planeta desde hace al menos seis siglos es un sistema universal de dominio, y los imperios capitalistas, sobre todo los más recientes, siempre racistas y guerreristas, han sido cada vez más grandes, más poderosos, y más universales. Y su inevitable decadencia y derrumbe afectan a gran parte del planeta, como fue el caso del imperio español en el siglo XIX, o al planeta entero, como fue el reciente caso del imperio británico en el siglo XX, y como ocurre sobre todo con el caso actual, el del imperio estadounidense. El derrumbe del imperio británico, ayudado solapadamente por Estados Unidos (EU), lo absorbieron la Segunda guerra mundial y la crisis del viejo colonialismo luego de esta. Pero el caso que hoy vivimos, el de la decadencia creciente del imperio universal que es EU, tiene especial importancia no solo por su tamaño y su enorme poder político, económico, financiero, militar, mediático y cultural sobre el mundo sino también porque cualquier imperio mundial en decadencia, sobre todo uno tan militarista y guerrerista como EU, mientras se pudre por dentro, se hace más agresivo y amenazante para intentar tapar con ello esa putrefacción, enfrentando cualquier rivalidad económica que acentúe su decadencia y poniendo así al planeta al borde la guerra y de ser posible hasta del de la destrucción. Pues comparadas con las armas nucleares actuales de que EU dispone, y de las que también disponen quienes responderían a sus ataques, las dos criminales bombas atómicas que le arrojó Truman al Japón en 1945 quedarían reducidas a un simple par de modestos cohetones.
El desastre interno de EU es enorme y parece imparable. Por lo pronto, convertido en estado ratero, se dedica a robar petróleo. Se lo roba a Siria, secuestra petroleros iraníes en ruta hacia Venezuela y se apropia del petróleo que ésta ha pagado. Pero esas raterías serían simples entretenimientos imperiales. Biden tiene grandes planes. El plan socio-económico interno de corte keynesiano que logró hace poco que le aprobara el Congreso es un proyecto enorme que podría haber funcionado en otro momento o contexto. Ahora es muy difícil que funcione. EU tiene hoy demasiados problemas que entorpecen ese plan de 1,2 billones de dólares, el cual, rehaciendo la maltratada infraestructura interna del país, que está desde hace décadas en la ruina (carreteras, autopistas, puentes, autobuses, trenes, calles, represas, etc.), crearía millones de empleos, y que lo que parece estar provocando es el incremento acelerado de la enorme multitud de migrantes de esta América latina que huyen de su miseria hacia EU, principal causante de la misma, incrementando su crisis fronteriza y su presión sobre México para que los detenga. Además, lo que Biden pretende con este ambicioso plan es superar al fin a China, como si esta estuviera echada inmóvil esperando. Si a eso se le suma la imparable crisis interna del país, la descomposición social, la violencia, la creciente amenaza de secesión, la droga, el alcohol, el racismo, el desempleo, las huelgas, la amenaza republicana y el declinante apoyo con el que cuenta Biden, puede tenerse una idea más precisa del enorme tamaño de esa crisis y de su profundidad.
Y para tratar de encubrirla, el gobierno de Biden no encuentra otra cosa que no sea agredir y amenazar con provocaciones militares diarias a China y a Rusia; provocaciones que apuntan todas a una guerra nuclear que puede iniciarse con cualquier choque accidental y llevarnos al desastre. Los ejemplos de esto nos los muestra a diario la gran prensa y no vale la pena que los cite.
Entre tanto el mundo, empezando por la servil Europa, sigue comportándose como lo que es: como cómplice indiferente de EU. Y no solo es Europa. Es que todos miran para otro lado, nadie hace nada. Por eso es que EU hace lo que quiere y atropella a quien quiere. El ejemplo más deplorable esta cobarde complicidad es el de la inútil ONU. ¿Para qué sirve ese organismo tan costoso como inútil? ¿para escuchar discursos hipócritas, cínicos o rastreros que marcan la pauta, y también uno que otro discurso decente o valeroso que nadie toma en cuenta? La indiferencia de esta ONU es hoy más vergonzosa, no porque sea nueva, que no lo es, sino porque ahora resulta más servil e inútil que otras veces debido a que estamos cada día más cerca de una posible guerra nuclear que derivaría de un irresponsable incidente yankee. Habría que preguntarle a Guterres, que tiene el cuello torcido de tanto mirar para otro lado a fin de no ver nada de lo que pasa, ¿Duerme usted, señor Secretario General? ¿Cobró usted su sueldo este mes, señor Secretario General?
Y lo mismo habría que preguntarle a otros complacientes y bien pagados servidores de EU como el representante de la CPI que acaba de visitarnos para averiguar si en Venezuela se violan los derechos humanos y luego declara que Colombia, cuyo gobierno masacra a diario impunemente a su pueblo, es un modelo de respeto a esos derechos. Tampoco piensa en hacerle unas preguntas sobre ese tema al gobierno de EU. Claro que no. Perdería su puesto. Y lo mismo pasa con la inefable señora Bachelet, premiada represora de mapuches que, igual que este representante de la CPI, ya no tiene el cuello torcido, sino que lo tiene volteado como el de esos imaginarios monstruos medievales que por tener la cabeza o las piernas al revés de los humanos parecía que venían cuando en realidad se iban. En este caso a cobrar sus suculentos sueldos por servir al imperio.
Y mientras tanto, por medio del desteñido Biden o de cualquiera de sus funcionarios, EU continúa su irresponsable juego al borde del abismo, amenazando con desencadenar un choque nuclear cuyo inicio accidental, o quién sabe si provocado, es capaz de sorprendernos cualquiera de estos días.