Hay muchos «sesudos» análisis sobre Cuba. Algunos detallan, «doctamente», las diversas «protestas», pero minimizan el bloqueo reduciéndolo a un factor más. Eso es inaceptable porque el bloqueo a Cuba infecta a las vidas hasta lo más íntimo.
Si algún revisionismo tiene ganas de auscultar las prioridades de Cuba, debe hacer una parada obligada en las razones históricas de su Revolución. Omitirlo es sospechoso. Siguen ahí, en pie, el antimperialismo y la construcción del socialismo; ahí están el vocerío anticapitalista y la dignificación de la vida; están la lucha por la igualdad y el desprecio a toda exclusión. Está la autocrítica y está el deber marxista por la superación de todas las taras burguesas y, también, están las asignaturas pendientes que ha sido durísimo superar en virtud del bloqueo que atraviesa todas las escalas de la vida...
Es insensato asumir solidaridades dogmáticas o acríticas. De nada sirven, a nadie sirven. Pero es necesario exigir bases para desembarcar opiniones, especialmente cuando abunda el palabrerío de «tirios y troyanos» que, incapaces de organizar ni una piñata, pontifican recomendaciones y sentencias como gurúes politólogos. Algunos de ellos, activistas del oportunismo, se trepan al repertorio de los «malestares» y se hacen voceros autoproclamados de un
debate interno que no se resuelve con proclamas de manual. Suelen ser ególatras que se creen dueños del revolucionómetro o del marxistómetro. Y en sus territorios no levantan ni un termómetro.
Han contribuido a enredar el ya enredado galimatías de las emboscadas ideológicas que poco ayudan al internacionalismo revolucionario y nada ayudan a frenar al imperio. Algunos casos son notablemente sospechosos por su retórica ultraizquierdista, propia del infantilismo añejo que invariablemente ha sido usado por las burguesías. Sin contar el daño táctico y estratégico producto de prohijar confusiones a granel.
Solo se avanza, en la Revolución, profundizándola. Completando las tareas que los pueblos ordenan, con su programa de lucha y con el ascenso de la conciencia hacia la práctica del desarrollo soberano, en los tiempos de la praxis dialéctica que avanza entre «lo deseable, lo posible y lo realizable». No a punta de recetarios, sino a fuerza de inmiscuirse con las contradicciones desde sus núcleos más profundos. Y eso no se arregla con espasmos de lucidez o erudición enciclopédica.
En las ofensivas desatadas contra la Revolución Cubana, a la hora de su triunfo y hasta los episodios recientes, un común denominador es el bloqueo y, con él, la secuencia de privaciones, retaceos, calumnias y ataques que, desde las trapisondas económicas, las aventuras militares y hasta el martilleo mediático, han dejado caer contra el pueblo de Cuba el peso inmenso del poder imperial a una Isla pequeña. La barbarie militar, financiera y mediática descargando su ferocidad y odio contra un pueblo heroico que se ha defendido, con dignidad y sacrificios, forjándose en la disciplina intelectual férrea y en solidaridad sincera (aunque a veces espasmódica) de muchos hermanos en el mundo.
Nuestro punto de unidad, entre otros, es la lucha contra el capitalismo y se escuchan pocas denuncias y repudio de los sabiondos. Es el capitalismo y sus horrores, empeñado en destruir a la Revolución desde afuera y desde adentro. Es el capitalismo con su monstruosidad consustancial endiablada contra un pueblo al que no ha podido derrotar ni por la vía del engaño ni por la vía del hambre. Es el capitalismo y toda su basura ideológica esparcida como pandemia de antivalores pudriéndolo todo con sus razones de usura, egolatría, dispendio, hurto y corrupción «genéticas». Es el capitalismo que no se contenta con robar territorios y riquezas naturales; que no se contenta con esclavizar a los pueblos y que, además, pretende que se lo aplaudamos, se lo agradezcamos, que pensemos que siempre ha tenido la razón por humillarnos y que debemos heredar a nuestra prole su típica moral opresora... como si fuese la mejor herencia. Es el capitalismo con su putrefacción bélica, clerical, financiera y mediática.
Antes de hablar sobre Cuba, exijámonos todos que se asuma posición firme contra el capitalismo y contra el bloqueo, y que cualquier intento de minimizarlo merezca repudio y sea combatido. Y después hablemos, explicitada la plataforma de militancia desde donde se habla, asumamos un lugar al lado del pueblo cubano (no encima no adelante), hombro con hombro. No asumirse como «fiel de la balanza» o juez demagogo «candil de la calle y oscuridad de la casa». No es mucho pedir.
Hacen falta fuerzas generadoras de sentido anticapitalista y antimperialista. Fuerzas de combate contra la ideología de la clase dominante. Nos urge una «guerrilla semiótica» de acción directa, por todos los medios, para producir los anticuerpos culturales indispensables que exterminen, en plazos cortos, las influencias tóxicas de los medios y los modos burgueses para manipular conciencias. Teoría correcta para la acción correcta, sin pontífices de la ambigüedad progre.