Pasqualina Curcio
Llamar cada cosa por su verdadero nombre no solo disminuye la probabilidad de confusión, sino que nos permite tener más conciencia como pueblo a qué atenernos. Mostrábamos en la entrega anterior la contradicción entre el discurso socialista y las cada vez mayores desigualdades al momento de distribuir lo que se produce entre el trabajo y el capital, consecuencia, en parte de la hiperinflación inducida por el ataque al bolívar, pero también al rezago del salario nominal con respecto el aumento de los precios. Decíamos que a eso se le suma la confusión, presente en el discurso de algunos dirigentes de la revolución, entre socialismo y estado de bienestar social, al punto de que se refieren al “estado de bienestar socialista”.
El estado de bienestar social nada tiene que ver con el socialismo, por el contrario, solo puede entenderse en el marco del capitalismo. Tiene que ver con la manera cómo se re-distribuye la producción que previamente, fue desigualmente distribuida entre trabajadores y capitalistas. Es decir, una vez la ganancia en manos de la burguesía y el salario en
manos de los obreros, cómo estas remuneraciones de los factores se re-distribuyen. Es aquí donde entra el rol del Estado.
Para re-distribuir, el Estado recauda impuestos. La idea es que quienes en el proceso social de producción se hayan hecho de mayores recursos se los entreguen al Estado para que éste lo reparta entre quienes menos tienen. Así, el impuesto sobre la renta hace que el que más ingresos haya tenido pague más impuestos. No así el impuesto al valor agregado (IVA) que debemos pagar todos independientemente de nuestros ingresos cuando compramos alguna mercancía.
En el ejemplo que dábamos, dado un precio igual a 200, distribuido 190 a la ganancia y 10 al salario, el Estado, a través de impuestos, interviene para captar una parte y re-distribuirla. Mientras mayores son los impuestos sobre la renta y mayor el tamaño del Estado, el modelo se acerca más al estado de bienestar social, mientras menor es el tamaño del Estado y menores los impuestos sobre la renta, el modelo es más neoliberal aunque siempre en el marco del capitalismo.
En el estado de bienestar los capitales ceden un poquito de sus ganancias y se las entregan al Estado para que éste la re-distribuya, pero a través de la prestación de bienes y servicios que interesan a la burguesía, nos referimos a salud y educación que permiten la mayor productividad del trabajador y de su reproducción como clase. Ni por equivocación le ceden al Estado actividades económicas estratégicas y lucrativas como las bancaria, financiera, aseguramiento, alimentos, medicamentos incluso electricidad y telecomunicaciones, entre otras.
Hoy, el estado de bienestar vuelve a estar de moda como lo estuvo después de la II Guerra Mundial. Naciones Unidas incluyendo la CEPAL y el propio FMI, siguiendo instrucciones de los magnates reunidos en el Foro Económico Mundial, no han dejado de hablar de la necesidad de “adaptar el estado de bienestar” a nuestros tiempos y redefinir nuevos contratos sociales para dar más espacio al Estado. Los de Davos están conscientes no solo de las grandes desigualdades derivadas de medio siglo de neoliberalismo, sino cómo estas se han revertido contra el propio capitalismo en la medida en que, por una parte, ha disminuido la capacidad de compra promedio de la población mundial implicando una ralentización de la producción y con ella una menor acumulación y concentración de capital y, por la otra, ha despertado cada vez más la conciencia de los pueblos contra el capitalismo, lo cual hemos podido observar en distintas manifestaciones de protesta a nivel mundial.
El estado de bienestar social es la línea que, en estos tiempos emana de Davos para contener las rebeliones de la clase obrera en el mundo y garantizar la continuidad y el predominio del sistema capitalista. Es lo que permite comprender que los grandes multimillonarios del mundo hayan incluso aceptado pagar un impuesto sobre sus ganancias. Lo que aquí estamos afirmando está escrito en el libro “Covid-19: el gran reinicio mundial” de Klaus Schwab fundador del Foro Económico Mundial.
La moda, al parecer, pretende calar en Venezuela, está presente en el discurso de algunos dirigentes revolucionarios que, quizás confundidos, se contradicen con el proyecto y la narrativa socialista, con el agravante de que en nuestro país, la instauración de ese estado de bienestar social es, en términos criollos, una “papaya” para la burguesía en la medida en que ni siquiera implica que los capitales cedan parte de sus groseras ganancias por la vía de los impuestos porque el Estado venezolano históricamente ha obtenido sus ingresos principalmente de la industria petrolera.
No por casualidad la presión tributaria no petrolera en Venezuela desde 1976 ha sido y es una de las más bajas del mundo, 9% (2017), de los cuales solo 1 punto porcentual es por concepto de impuesto sobre la renta y la diferencia es IVA. Entre 2014 y 2017 no solo se hizo más desigual la distribución de la producción entre trabajo y capital como mostramos en la entrega anterior, sino que el tamaño del Estado también se redujo haciendo menor su capacidad de re-distribución. En 2014, de todo lo que se producía el 13% se destinaba a impuestos, cifra que se redujo a 9% en 2017.
La máxima de las contradicciones se presenta cuando en un mismo discurso escuchamos decir: “lo que garantizará el verdadero progreso económico de Venezuela es el avance hacia un estado de bienestar social (discurso capitalista) en el marco de la revolución bolivariana legado de Chávez (discurso socialista) y para ello hay que producir más, lo que hace necesario incentivar la inversión de los grandes capitales privados extranjeros, acondicionarles zonas económicas especiales y exonerarlos de impuestos”. Mientras tanto, en los hechos, la distribución de la producción entre trabajadores y capitalistas es cada vez y extremadamente más desigual enmarcada en una narrativa de imposibilidad de aumentar el salario cuyo poder de compra ha caído 99% desde 2’018 porque “no hay dinero” (discurso que dejamos para que lo defina usted mismo).
Nuestra Constitución es clara “Venezuela se constituye en un Estado democrático y social de Derecho y de Justicia” y el Plan de la Patria enmarcado en la Carta Magna y escrito por Chávez también es claro: “trascender el modelo rentista petrolero capitalista al modelo económico productivo socialista, dando paso a una sociedad más igualitaria y justa, rumbo al socialismo, sustentado en el rol del Estado Social y Democrático, de Derecho y de Justicia”.
Las revoluciones socialistas siempre serán objetivo de asedio por parte de los grandes capitales, más aún si se dan en el país con la mayor reserva de petróleo, gas, oro, coltán y agua del mundo. Ante el bloqueo económico y el ataque al bolívar la respuesta debe ser más revolución. Políticas reformistas como las del estado de bienestar social solo confunden en el discurso y tal como ha demostrado la historia siempre desvían el rumbo. En todo caso, el pueblo venezolano, soberano, con elevados niveles de conciencia, con identidad propia y difícil de confundir, nunca se ha dejado llevar por las modas mundiales impuestas por el FMI. Lo demostró tempranamente en el 89 cuando se levantó contra la moda de aquel momento.