Aviso

 

José Vicente Rangel.- 1 Obviamente que me refiero a Colombia, nación con la cual tenemos una extensa frontera cargada de problemas. Una frontera porosa, convertida en desafío permanente, donde ha sido imposible normalizar un funcionamiento civilizado, respetuoso del derecho internacional y de múltiples acuerdo suscritos por las partes, es decir, por Bogotá y Caracas. La mayor parte de los problemas que se suscitan en la frontera colombo-venezolana los genera la actitud de ese vecino hostil, empeñado en activar y mantener tensiones que en algunos casos han estado a punto de desencadenar conflictos de carácter bélico. Cuya permanencia en el tiempo arroja un saldo de negaciones imputable, fundamentalmente, a la clase política dominante de Colombia, lo cual conviene puntualizar porque no tiene nada que  ver con el pueblo colombiano que, como tanto se ha dicho, históricamente ha sido su primera víctima.

2 Siempre el entramado oligárquico colombiano colocó en la mira a Venezuela, bien sea través de evaluaciones temerarias sobre presuntas reivindicaciones territoriales que no se ajustan a la realidad, o asumiendo conductas despreciativas hacia los logros venezolanos en materia de avances sociales y de su cohesión como comunidad. En este sentido cabe señalar que la violencia en Colombia es parte de la normalidad en ese país y que contrasta con la peculiaridad, de signo contrario, que funciona en Venezuela.

3 Pero lo más sobresaliente de la actitud que mantienen los factores de poder colombianos respecto a Venezuela, es la manera como las diferencias, remarcadas en los últimos tiempos por la existencia de sistemas sociales, económicos y políticos contrapuestos, funciona del otro lado de la frontera como estimulante de las posiciones más irracionales, al extremo de convertir a Colombia en una nación, prácticamente beligerante  –con una estrategia militar claramente definida por el tipo de equipamiento de su Fuerza Armada, la instalación en su territorio de bases militares norteamericanas operativas y la decisión de su gobierno de incorporarse a la Otan.

4 A este cuadro hay que agregar el mensaje de la conducción política colombiana. Su lenguaje agresivo, belicoso, con reiteradas amenazas. No de los bajos niveles de la política de ese país, sino de su cúpula. De los que realmente mandan. Creo que no existe precedente igual, salvo que nos remontemos a los tiempos que precedieron a la Segunda Guerra Mundial, cuando la provocación verbal de los dirigentes fascistas europeos se dedicó a minar las relaciones, para luego agredir a naciones como Polonia, Checoslovaquia, Austria, hasta asestar  el golpe final, es decir, el ataque y la ocupación.

5 La provocación en política siempre ha estado en la base de cualquier aventura. Citar ejemplos no es una desproporción, sino alertar. Así por ejemplo, no se puede desdeñar lo que ocurre con la dirección de la fuerza conservadora, mayoritaria en Colombia, e, incluso, con gente de otros partidos, instituciones públicas y medios de comunicación. Dos períodos constitucionales de Alvaro Uribe, dos de Juan Manuel Santos y el próximo de Iván Duque, cuyo lenguaje provocador antes de tomar posesión del cargo, es el mismo de sus predecesores. Lo cierto es que la oligarquía y la derecha colombianas tienen planes políticos y militares contra Venezuela, no de ahora, con motivo del desarrollo del proceso bolivariano contra el cual aducen razones  de carácter ideológico, sino de muy atrás en el tiempo, durante otros gobiernos venezolanos.

6 Cuando Pérez Jiménez pretendieron usurpar los derechos venezolanos sobre Los Monjes y cuando Lusinchi estaba en Miraflores tuvo que rechazar la insólita provocación que el gobierno de Virgilio Barco montó con la fragata Caldas en el Golfo de Venezuela. Durante los dos períodos constitucionales de Alvaro Uribe, éste inició una ofensiva contra el presidente Chávez con acusaciones sin fundamento, atribuyéndole a la iniciativa venezolana de abogar por la paz a un contubernio con la guerrilla de las Farc. Con lo cual articuló una sórdida campaña mundial.  En los dos períodos de Juan Manuel Santos, éste se encargó de  extremar esa posición y recurrió a foros internacionales para acusar de antidemocráticos a los gobiernos venezolanos, para infiltrar paramilitares y para darle a su política un contenido militarista, basado en el fortalecimiento de la fuerza armada colocada bajo el paraguas de los Estados Unidos. Porque todo cuanto caracteriza a la posición de la oligarquía que gobierna a Colombia tiene un hilo conductor: agredir con propósitos injerencistas a Venezuela, aprovechando la vecindad y el rol de punta de lanza del imperio en la región. No hay que engañarse con la posición colombiana sobre Venezuela.

Laberinto

El atentado contra el presidente Nicolás Maduro del pasado sábado 4 de agosto en la avenida Bolívar, no tiene por qué sorprender a nadie.
Se trata de la realización de un plan que contempla diversas opciones para intervenir, política o militarmente, en Venezuela…

Colombia, nuestro vecino más importante, exhibe una tradición de agresiones antivenezolanas que se remontan al pasado. Es por eso que la operación terrorista del 4/A no debe causar sorpresa…

La Colombia gobernada por la oligarquía más sólida y despiadada de la región –cuya principal víctima siempre ha sido el pueblo colombiano– ha estado involucrada en múltiples operaciones contra Venezuela: unas de tipo comercial, otras de carácter financiero en la frontera, como el ataque a la moneda nacional, el contrabando de extracción, no solo de gasolina sino de otros productos. Otras agresiones tienen que ver con la actuación de grupos paramilitares, tanto en los tiempos en que éstos funcionaban como apéndice de la Fuerza Armada como luego, cuando fueron desmontados en una operación concebida para infiltrar unidades a través de la frontera con Venezuela, a los fines de generar actos de terror en nuestro territorio…

La línea antivenezolana se extremó durante las dos administraciones de Alvaro Uribe y las dos de Juan Manuel Santos, pilares de la oligarquía y de las políticas de la ultraderecha. Uribe llegó a instrumentar una alianza con la oposición venezolana golpista.La orientó y financió abiertamente, incluso intervino en las campañas electorales venezolanas en la frontera, y ya fuera del gobierno se lamentó, en una insólita declaración, no haber tenido tiempo –siendo presidente– para atacar militarmente a Venezuela (a lo cual, por cierto, Chávez le contestó que lo que le faltó fueron cojones). Juan Manuel Santos, sibilino y cachaco, intrigó en organismo internacionales y en gobiernos de la región para adelantar una campaña consistente en afirmar que con motivo de la elección de la Asamblea Nacional Constituyente, Maduro había acabado con la democracia venezolana, y se negó a reconocer su reelección. Se espera que su sucesor, Iván Duque, siga esa misma orientación, ya que sin haberse posicionado del cargo manifestó en diversas declaraciones que no reconocía a Maduro como presidente ni designaría embajador en Caracas…

Son unos desvergonzados y unos cínicos los gobiernos, los medios de comunicación y los personajes que dudan del atentado contra el presidente Nicolás Maduro. Revelan que nada les importa. Ejemplo: Que lo sucedido se hubiera convertido en una masacre de haberse consumado, ya que pudieron morir centenares de funcionarios públicos, militares y también mujeres y niños presentes en el acto del 4/A. De esos sectores hay que esperar siempre lo peor. ¡Son unos criminales¡

José Vicente Rangel