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“The Red Plague” es el título de la última saga del arsenal publicitario contra el chavismo que recorre viralizada la Web, no sólo bajo el formato de video compartible, también lo hace en cualquier posteo desde el exilio, invocando una oleada fascista que arrase con todo lo chavista, porque es eso, como la peste, además de aborrecible, es exterminable.

Limpiar Latinoamérica de la “impureza roja” no sólo es una consigna, es una especie de ánimo que internamente va tomando fuerza en la misma medida en que las dificultades crecen, arden y se intensifican rápidamente. Entonces el asedio imperial se desdibuja dándole paso a la sensación de que, quien puede estarnos haciendo daño, es el mismo

gobierno. Así también, la misma izquierda, que hace unos meses defendió la necesidad de mantener la paz y al gobierno de Maduro, comienza a trastabillar entre posteos quejosos que refieren a engaños y a chantajes, entre otras contradicciones.

Dice una amiga desde la comodidad del “primer mundo” que a los gobiernos imperiales no les interesa atacar físicamente a Venezuela, “basta con mantenerla hundiéndose para que siga siendo el mal ejemplo”. De esta forma cualquier intento antisistema tiene en Venezuela el peor referente a la hora de mantener la estabilidad económica y la prosperidad de un país. “Así a nadie se le ocurrirá votar nuevamente por el socialismo”, sentencian los feligreses de “la peste roja”.

Lo cierto es que la multidimensionalidad de esta guerra es difícil de descifrar inclusive para buena parte de la intelectualidad de izquierda en Latinoamérica y el mundo, pues es complejo siquiera pensar que los tentáculos del asedio pueden estar disgregados en algunas instancias de gobierno tomando la forma de corrupción, negligencia, burocratismo, autoritarismo y otros flagelos, que le restan velocidad para enfrentar la ofensiva desmembradora del Estado.

Es decir, el plan para Venezuela consiste en convertirla en varios países pequeños, y este peligro trasciende el enfrentamiento partidista rojo vs. blanco, buenos vs. malos, GPP vs. “La MUD”. Este enfrentamiento es una especie de caricatura que simplifica una confrontación mucho más compleja y fundamental: se trata de la unidad nacional vs. el desmantelamiento de la nación venezolana.

Pocos lo mencionan en voz alta, pero unos cuantos susurran el ejemplo de Yugoslavia con la preocupación de quien alcanza a extender su horizonte unos metros más allá de sus dogmas de cabecera.

Yugoslavia, aquella gran nación que hace poco más de 20 años parecía haber sobrevivido a la caída de la Unión Sovietica, sufrió los corrientazos de la balcanización promovida por Estados Unidos y terminó convirtiéndose en seis pequeños países enfrentados entre sí, algunos de los cuales desfilan por estos días en la grama del Mundial de Fútbol.

Las contiendas yugoslavas circundaban alrededor del odio entre regiones, y jaló desde las mezquindades el crecimiento de pretensiones independentistas, siempre acudiendo al anticomunismo como hilo conductor de toda la secuencia.

Ahora “la peste roja” es el nuevo aliento del patoterismo facho que reúne toda la arrechera local y transnacional en un enemigo único, y le abre camino al próximo ejemplo clásico de cómo se derrota a cualquiera que se proponga rebelarse contra el orden establecido, ese único orden pensable y tolerable.

Entonces, seccionando el territorio y el alma nacional en pedacitos, separando lo enfermo de lo sano, se acabarían los malos ejemplos y Latinoamérica retornaría a su cauce desigual libre de ruido independentista.

Así todo volverá a estar limpio.

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