La Fundación Oxfam en su informe Economía para el 99% de la población (2017) señala: “Tan solo ocho personas (ocho hombres en realidad) poseen la misma riqueza que la mitad más pobre de la población mundial, 3.600 millones de personas; lo que demuestra que la brecha entre ricos y pobres es mucho mayor de lo que se temía. Las grandes empresas y los más ricos logran eludir y evadir el pago de impuestos, potencian la devaluación salarial y utilizan su poder para influir en políticas públicas, alimentando así la grave crisis de desigualdad”.
El informe, asimismo, demanda un cambio fundamental en el modelo económico de manera que beneficie a todas las personas y no solo a una élite selecta.
En los últimos quince años unos 100 millones de latinoamericanos salieron de la pobreza y, sin embargo, la distancia que los separa de los más ricos apenas ha variado.
Diversas mediciones de la norma internacional usada para la desigualdad, el Coeficiente Gini, coinciden con el dato anterior; como por ejemplo:
El Banco Mundial y el Centro de Estudios Distributivos, Laborales y Sociales (CEDLAS), en 2014, aplicando el Gini obtuvieron los siguientes resultados: África Subsahariana tiene un nivel de desigualdad del 56,5, seguido por América Latina (52,9) y bastante lejos de Asia (44,7) y Europa del Este y Asia Central (34,7).
De acuerdo a CEDLAS: “América Latina es muy desigual desde la colonia.Parte de las brechas actuales tienen su raíz en una larga historia de sociedades elitistas, con sistemas políticos poco democráticos y modelos económicos excluyentes. Los avances que se lograron a partir de 2000 sólo han compensado la profundización de la desigualdad en la década de los 80 y 90 que llevó a que la región consiguiera el mote de la más desigual del planeta“.
Por otro lado, siguiendo a la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) y a la Fundación Oxfam (2014), el 10% más rico de la población de América Latina había amasado el 71% de la riqueza de la región. Si esta tendencia continuara, dentro de solo seis años el 1% más rico de la región tendría más riqueza que el 99% restante.
Entre 2002 y 2015 las fortunas de los multimillonarios de América Latina crecieron en promedio un 21% anual, es decir, un aumento seis veces superior al del PIB de la región. Gran parte de esta riqueza se mantiene en el extranjero, en paraísos fiscales, lo que significa que una gran parte de los beneficios del crecimiento de América Latina está siendo acaparada por un pequeño número de personas muy ricas, a costa de los pobres y de la clase media.
Amén, la CEPAL calcula que la tasa impositiva media efectiva para el 10% más rico solo equivale al 5% de su ingreso disponible. Como resultado, los sistemas tributarios de América Latina son seis veces menos efectivos que los europeos en lo referente a la redistribución de la riqueza y la reducción de la desigualdad.
En el año 2016 el Banco Mundial publicó un artículo llamado “Las diferencias entre ricos y pobres no son solo de dinero“, el cual, a grosso modo, señalaba que si menos de 100 personas controlan la misma cantidad de riqueza que los 3.500 millones más pobres del planeta, el resultado puede expresarse con una sola palabra: desigualdad.
La desigualdad, asimismo, no se define únicamente por la brecha entre los que tienen más y los que tienen menos. También se evidencia en el acceso a agua potable, electricidad, saneamiento, educación, salud y otros servicios básicos de calidad.
La expansión de la economía a comienzos de este siglo ayudó a millones de personas a salir de la pobreza extrema. Y si bien América Latina registró las tasas más altas de crecimiento en su historia, la región sigue siendo la más desigual del mundo.
Según la Organización de Naciones Unidas (ONU), acabar con la pobreza para 2030 implica que cada año 50 millones de personas deberían comenzar a tener ingresos por encima de US$1,90 al día. Es decir, cada semana aproximadamente 1 millón de personas tendrían que salir de la pobreza durante los próximos 15 años. ¿Es posible?
La clave para poner fin a la pobreza está no solo en el crecimiento económico, sino también en la importancia de reducir las desigualdades entre los que tienen más y los que menos tienen (el 40% más pobre). Para la ONU, la desigualdad de los ingresos en los países en desarrollo aumentó un 11% entre 1990 y 2010.
Si bien el crecimiento económico ha sido clave para mejorar la vida de los más pobres de Latinoamérica, la distribución del ingreso económico no ha sido del todo equitativa, lo que trae aparejado problemas familiares y psicosociales que gatillan un enorme descontento popular, velado y/o explícito, hacia el sistema político y económico imperante.