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Firma de los Acuerdos de Paz con las FARC-EP

Porque se trata de un tema de veras prioritario – y en un país donde las leyes han tendido a no cumplirse-  publicamos este texto esperanzador del Secretario Ejecutivo de la Jurisdicción Especial para la Paz.  

Todos evaden su responsabilidad

“Eichmann se siente culpable ante Dios, no ante la ley”. Eso fue lo que dijo su abogado Robert Servatius en el proceso contra los criminales nazis. Eichmann agregó que él sólo cumplía órdenes.

 

Y Salvatore Mancuso, según Semana, declaró que “… por petición de los militares, (Carlos) Castaño ordenó la creación de hornos crematorios en el Catatumbo porque las cifras de muertos que estaba dejando el conflicto eran demasiadas y era mejor desaparecer la evidencia. Dijo que él y sus hombres han confesado casi 4.500 acciones criminales. Por eso pidió perdón públicamente y añadió que todas las acciones criminales que cometieron los paramilitares no debieron de haber pasado”.  

  • Por su parte alias “Romaña”, comandante del frente 53 de las FARC, dijo a La Silla Vacía que: “Va a haber muchos que van a declarar: Romaña me secuestró a mi papá, a mi tío o en tal parte se presentó ese fenómeno. Pero es colectivo. No es Romaña, es las Farc. ¿Pero en el momento de las reparaciones, usted va a dar la cara? ¿Va a pedir perdón? R: Claro. Pero colectivo… Reconocer o pedir perdón es algo que es como renunciar a lo que nosotros fuimos… Tengo la conciencia limpia que no se hicieron cosas que no fueran dentro del contexto de la guerra. ¿Hay algo de lo que usted se sienta arrepentido? ¿Un caso? R: ¿Un caso? No, no que haga que me sienta arrepentido”.  
  • Pablo Beltrán, líder del ELN, respondió así a las preguntas de Blu Radio: “¿Pero, por qué el Eln no liberó a Odín Sánchez? R: … Hicimos un acuerdo, la delegación del Gobierno y la nuestra, de hacer gestos humanitarios. Nosotros hemos cumplido lo que nos corresponde, y el Gobierno aún no. En el caso del señor en mención, nosotros nos comprometimos y vamos a cumplir, porque nosotros no somos ‘faltones’… ¿Cuántos secuestrados tiene el Eln? R: Muy poquitos…”.

El trazo común de las declaraciones anteriores es la evasión de la responsabilidad, de la culpa, del arrepentimiento personal. Todo parece institucional, burocrático. El procesado es una especie de “idiota moral”, como diría  Norbert Bilbeny.

Pero del otro lado las víctimas piden que se les diga la verdad, que se haga justicia, con toda razón; algunas incluso quieren cárcel, sufrimiento del victimario, acaso venganza. ¿Cuál es entonces el papel de la justicia transicional que se pactó en el Acuerdo de Paz  entre el Gobierno y las FARC?

Justicia que reconcilia

Jefe de la delegación de paz del ELN, Pablo Beltrán
Jefe de la delegación de paz del ELN, Pablo Beltrán
Foto: Canal Capital

La justicia transicional es una oferta de justicia especial orientada a superar el conflicto armado y recuperar la paz, después de períodos de masivas y sistemáticas violaciones de derechos. Es una justicia anormal para tiempos anormales, donde hay que hacer algunas concesiones razonables porque el combatiente no fue vencido sino que hubo una negociación.

La justicia transicional no es ausencia de justicia, sino una justicia especial, un  referente simbólico que abre la puerta a la reconciliación y la reconstrucción del tejido social. Para los casos de terminación de una guerra es además una justicia más eficaz y más eficiente que la ordinaria, en tanto aplica criterios de selección y priorización de casos, nuevas técnicas de investigación y judicialización, y penas especiales para enfrentar la situación.

El tránsito de las guerras a la paz  es una oportunidad para repensar el pacto social, el norte y las prioridades de un país con el fin de asegurar que no vuelvan a repetirse  los horrores de la guerra. Es más, es una oportunidad para construir un relato que aglutine a los colombianos y les proporcione un discurso de identidad nacional, a partir del rechazo común a ese pasado de espanto, de atrocidad, de devastación.

El Acuerdo Final entre el Gobierno y las FARC estableció una jurisdicción especial para la paz (JEP), centrada en garantizar los derechos de las víctimas a la verdad, a la justicia, a la reparación y a la no repetición. Esos derechos constituyen la condición para que la paz sea sostenible. Los colombianos y el mundo está esperando que esta jurisdicción funcione rápido y bien.

Es una justicia anormal para tiempos anormales

Por eso la JEP debe convertirse en un laboratorio ético que reflexione sobre los grandes conceptos de verdad, justicia, reconciliación, perdón y compasión. En particular esa jurisdicción debe convertirse en el espacio para que los victimarios pasen de la levedad al horror, mientras que las víctimas deben pasar del odio a la reconciliación.

¿Cuál impunidad?

Muchos han dicho que el proceso de paz entre el gobierno y las FARC va a generar impunidad, o sea ausencia de castigo. Eso no es cierto.

  • Primero, según datos del Consejo Superior de la Judicatura, la impunidad actual de las FARC es del 93 por ciento (1), de manera que no se va a “generar” impunidad sino que se busca erradicarla. 
  • Segundo, más allá de las FARC también hay impunidad, tanto en la justicia ordinaria (87 por ciento en homicidios, 97 por ciento en violencia sexual) como en la Justicia y Paz pactada con los paramilitares (96 por ciento de impunidad, aunque Carlo Nasi la estima  en el 99 por ciento) (2).

Luego la impunidad en Colombia es endémica. ¿No es hora de ensayar algo nuevo, a ver si funciona?

De la levedad al horror en Alemania

Según relata Primo Levi, un sobreviviente de Auschwitz  asistió a un partido de fútbol entre las SS y algunos deportados encargados de las cámaras de gas y describió cómo  los asistentes “muestran sus preferencias, apuestan, aplauden, como si el partido se estuviera celebrando en el campo de un pueblo”. Y añade Levi que  “a algunos este partido les podrá parecer una pausa de humanidad en medio de un horror infinito. Pero para mí, como para los testigos, este partido, este momento de normalidad, es el verdadero horror del campo…Ese partido no ha acabado nunca…De allí proceden la angustia y la vergüenza de los supervivientes”.

Difícil encontrar un ejemplo más patético de lo que Hannah Arendt denominaba “la banalidad del mal”, que ella relata así: “el totalitarismo busca, no la dominación despótica sobre los hombres, sino un sistema en el que los hombres sean superfluos… me impresionó la manifiesta superficialidad del acusado (Eichmann)… los actos fueron monstruosos, pero el responsable era totalmente corriente, del montón…(el padre de familia) es el gran criminal del siglo”.  Y Primo Levi agrega que “resulta estúpido hablar de alemanes malos: lo diabólico era el sistema; el sistema nazi era capaz de arrastrar a todo el mundo a través de la crueldad y la injusticia, tanto a los buenos como a los malos… al fin de cuentas, para ser sincero, no encontré monstruos, sino funcionarios”.

Pero Zizek anota que: “personas como Eichmann no fueron simplemente funcionarios que cumplían su deber; fueron funcionarios de un modo perverso… Los rituales de poder fueron parte de esta economía obscena de goce.  En este sentido, los nazis jugaron papeles burocráticos para incrementar su placer… una especie de juego perverso”. Estos “monstruos normales”, como los llamaba Theodor Adorno, no son tan inocentes si además de cumplir órdenes hubo un obsceno goce silencioso.

La levedad en la Colombia en guerra

Cincuenta años de guerra que terminaron en una espiral de locura, dejaron como único saldo ocho millones de víctimas, 220.000 muertos, 60.000 desaparecidos, medio millón de mujeres violadas y una estela de dolor.

Ese dolor no ha tenido duelo. Hay que recordar que el proceso penal hace las veces de rito funerario, no por la pena que pudiere establecer, sino por el rito mismo que simboliza el duelo. Y la comunidad desempeña un papel importante en el duelo, tanto en las culturas occidentales como en las comunidades indígenas y afrocolombianas. El grupo social es un tercero que hace las veces de notario: su presencia da fe de la constitución de un cerramiento. En otras palabras, sin duelo las heridas seguirán sangrando. Y hay allí una especie de goce perverso de los victimarios: no cesa la crueldad que disfrutan por el dolor persistente. La ausencia de duelo es la verdadera victoria de los victimarios.

Las víctimas no han podido narrar el horror ni el dolor. Como anota María Victoria Uribe, “las víctimas se debaten entre la dificultad de hablar, la necesidad de contar y el miedo a no ser escuchadas o creídas. Sus sociedades les temen porque ellas portan palabras de verdad, de una verdad que duele, lacera, que avergüenza tanto por el horror de lo sucedido como por la culpa de haberlo permitido… Pero, tarde o temprano, esas sociedades se encuentran de frente con lo que pretendieron dejar en el olvido: deben afrontar sus vergüenzas y sus miserias, mirar cara a cara a las víctimas y escuchar con humildad lo que tienen que decir”.

Los colombianos nos volvimos indolentes ante tanta guerra seguida. Más que banal, la violencia se volvió algo normal, ordinario, en medio de telenovelas, fútbol y reinados. Unos muertos más eran apenas un detalle, un daño colateral. El país se acostumbró a lo inhumano. Nada era grave, trascendente; todo era ligero, suave, light.

Esta levedad conduce a la impunidad y a la negación de la responsabilidad individual de los victimarios. E impide que las víctimas accedan a la verdad, a la justicia, a la reparación y al duelo.

La levedad de los victimarios

Los victimarios en una guerra no suelen asumir la responsabilidad individual. Las culpas son grupales, las peticiones de perdón también y hay silencio sobre los crímenes más graves - como la violación de mujeres -. 

Además unos victimarios fueron víctimas y apelan a discursos que justifican sus crímenes. Sin embargo, como anota Reyes Mate, “todas las víctimas son iguales y merecen el mismo respeto… Pero lo que resulta sospechoso y hasta obsceno es la mirada del culpable que inculpa al de al lado”.

Otros victimarios no confiesan todos sus delitos ni entregan sus bienes ante la Fiscalía, como sucedió en Justicia y Paz, pero sí, dicen, se arrepienten ante Dios: la religión acaba  por hacer las veces de sedante, de anestésico, un lugar donde el horror se vuelve confortable. Los victimarios se arrodillan ante Dios pero no sienten vergüenza ante sus víctimas: Dios desplaza a la víctima.

Los asesinatos son concebidos como daños colaterales de una causa que se dice noble. En la lógica perversa de los victimarios, según Alfonso Martín, “el bien superior, la nación, exige víctimas propiciatorias, y sus delegados, los patriotas, tienen un deber de ‘servicio a la causa’, que es recompensado con el estatus de héroe o de mártir. La víctima, por su parte, se vuelve invisible”.

De este manojo de excusas surge la impunidad y la responsabilidad del victimario se vuelve  impronunciable. La conducta individual queda sin límite moral, sin ley, sin superego. Por eso hay que empezar por nombrar el horror.

Y asumir las consecuencias. La recuperación del victimario o procesado pasa por reconocer la responsabilidad y hacerse acreedor a una pena aflictiva (que no necesariamente tiene que ser la cárcel). En el fondo el victimario establece una tácita demanda de pena: algunos han dicho que “las armas te dejan heridas que no cicatrizan nunca”. Al quitar una vida, el victimario se ha quitado la vida a sí mismo, como escribió  Hegel.

Para el caso de la justicia transicional, si las FARC acordaron someterse a la JEP, se espera que asuman voluntariamente lo que les corresponda, con sinceridad y seriedad. En cuanto a los demás actores del conflicto, como las Fuerzas Militares, la Policía Nacional y los  civiles que participaron activamente en la confrontación, deberán comparecer ante la jurisdicción, voluntariamente o no, para que respondan por lo que les corresponda.

De la venganza a la reconciliación

Víctimas del Conflicto Armado en Colombia
Víctimas del Conflicto Armado en Colombia
Foto: Ministerio de Interior 

En un proceso penal la justicia remplaza la venganza por la palabra. El juez tramita la rabia. El proceso pasa a ser un odio sujeto a reglas, en un juicio en tanto que “juicio”.

Como escribió Giorgio Agamben en referencia al Tribunal de Nuremberg, “el derecho no tiende a establecer la justicia. Tampoco a establecer la verdad. Tiende exclusivamente a la celebración del juicio…la pena no sigue al juicio, sino que éste es él mismo la pena… toda la pena está en el juicio”.

Las víctimas tienen dolor y parte de la sociedad guarda un resentimiento acumulado de muchos años. Pero no puede haber espacio para la venganza, ni nadie puede abrogarse la aplicación de la justicia por sus propias manos, al menos en un mundo civilizado que haya superado la antigua ley de talión.

Y ese dolor hay que tramitarlo en un proceso penal. En la JEP se espera que las víctimas sean el centro de gravedad del mecanismo, no así los procesados. La pregunta ya no es, como en Justicia y Paz, ¿qué hacemos con el delincuente?, sino ¿qué hacemos por la víctima?  Ese cambio de mirada es inédito en Colombia y es de la mayor importancia para la justicia que viene. Así lo entiende la Secretaría Ejecutiva de la JEP.

Pero, atención, ¡es justicia transicional! No hay que perder de vista que el objetivo final es salir de la guerra y alcanzar la paz. Por eso el papel de las víctimas, la verdad, la justicia, la reconciliación y el perdón deben ser leídos en clave de justicia transicional, como intento hacerlo en las líneas que siguen.

1. Sobre las víctimas

El conflicto armado dejó muertos, desaparecidos, mutilados, torturados, desplazados, huérfanos, mujeres violadas y viudas: una monstruosidad. Esas víctimas están esperando que les cuenten la verdad, que los procesados rindan cuentas, que las reparen y que les garanticen que el daño no se repetirá. Y por razones elementales, esto debe ser así.  

La violencia afecta a la víctima, como también a la comunidad y al Estado. Por eso la garantía de no repetición se refiere a la víctima pero además al hecho de que no se repitan las causas del conflicto. Las víctimas son el protagonista, y por eso ante  todo deben  ser escuchadas, nombradas y destacadas. Y al restaurarle los derechos a la víctima, se abre el paso para la reconciliación, como mecanismo para superar el pasado.

Pero con todo eso hay que tener cuidado de que no haya abusos, sobre todo en un país donde hay tantos “vivos”. Ser víctima es una condición, no un estado ni una profesión.

  • Como dice Todorov: “habría que tener muy en cuenta los peligros que conlleva la victimización. Asumir el estatuto de víctima, presentarse como víctima, o como heredero o portavoz de las víctimas, tiene sus ventajas porque uno puede reclamar unos derechos que, de otro modo, quedarían fuera de su alcance”.
  • Y con más crudeza afirma el ya citado Zizek: “La ideología del victimismo penetra la vida intelectual y política incluso hasta el extremo en que para que el trabajo de uno tenga un poco de autoridad ética, uno tiene que presentarse y legitimarse en tanto que víctima de algo… Pero la referencia a tu experiencia única como la base de un argumento ético acaba siendo una posición reaccionaria”.

2. Sobre la verdad

Fueron cincuenta años de conflicto armado. “La verdad”, una verdad, no existe como tal.

La impunidad actual de las FARC es del 93 por ciento

Existen relatos serios que tienen un alto grado de aceptación social. A eso hay que aspirar. Para que no se repita la violencia. Para que las víctimas sepan qué fue lo que les pasó. Es lo mínimo: los colombianos -y en especial las víctimas- tienen derecho a que se les diga ¿qué pasó?, ¿por qué pasó? y ¿quiénes fueron los autores?

Colombia no ha dormido bien y ha tenido pesadillas. El pasado no está tranquilo; es incesante, cambiante. Hay que nombrar ese pasado que no cesa de emerger. Como dijo el filósofo Derrida en una carta a su amigo, “nunca me siento existir, salvo cuando recuerdo”. La memoria es el mecanismo contra la invisibilización de las víctimas. En palabras de Reyes Mate,  “Tenemos que pensar la paz desde la experiencia de la barbarie y no haciendo abstracción de ella. Y es aquí donde hay que presentar la hipótesis de que la memoria de las víctimas no lleva a la venganza sino a la reconciliación”.

Pero de nuevo hay que poner las cosas en su punto justo. Hay que buscar la mayor dosis de verdad posible, pero no de cualquier modo (como serían las torturas) o en perjuicio del derecho de los procesados a algún reducto de vida interior: hay que decir la verdad, hay que confesar, pero no se puede negar la vigencia permanente de un derecho a la interioridad, a la condición de lo humano. Apelo aquí a Martha Nussbaum cuando anota que “los castigos humillantes alientan la estigmatización de los delincuentes, y nos demandan que los veamos como personas poco respetables”.

Ahora bien, el objetivo de la verdad es doble: (i) que la víctima pueda hacer duelo, sanar las heridas y reasumir su plan de vida, en el marco de su dignidad, y (ii) que la  sociedad   conserve la memoria para evitar que el horror se repita y empiece a soñar con una vida pacífica.

En cincuenta años de guerra, mucha gente dejó sangre en el campo de batalla. Casi nadie salió ileso. Entonces el dolor está ahí, anclado. Luego hoy el espacio judicial busca garantizar el derecho de las víctimas a la verdad y a evitar el olvido.

3. Sobre la justicia

De la confesión de los procesados, más las pruebas adicionales que se recauden, debe seguir la sanción.

Esa sanción es de dos tipos: retributiva (pena aflictiva y de restricción de derechos), y pena restaurativa (reparar a la víctima). Esta última es la esencial pues –repitamos- la justicia transicional tiene a las víctimas como centro.  Y por su parte la reparación puede ser de diversas formas: individual (indemnización, restitución de tierras, rehabilitación, satisfacción) y colectiva (desminado, sustitución de cultivos ilícitos, obras de infraestructura locales).

La sociedad entera tiene el deber de sentir compasión por las víctimas, de suerte que debe contribuir a repararlas, debe acompañarlas, acogerlas, abrazarlas. Para evocar aún a otro filósofo, Schopenhauer sostuvo que “la vida radica en la compasión hacia el otro, pues el dolor es consustancial a la vida… toda vida no es sino padecer”. Por su parte Joan Mèlich agrega que la ética “no puede concebirse sino es como la respuesta compasiva que damos al sufrimiento de los demás”.

Colombia debe tener compasión por las víctimas del conflicto armado y dar muestras efectivas de solidaridad y altruismo. La indiferencia frente al dolor reproduce lo que Adorno llamaba la “culpa de la vida”. Durante muchos años el país miró para otro lado, mientras el vecino se descuajaba. Es hora de hacer justicia a las víctimas.

4. Sobre la reconciliación

Una vez que le hayan dicho la verdad, que el victimario haya sido sancionado y que la hayan reparado, se espera que la víctima abra el espacio para la reconciliación.

La víctima ha sufrido mucho y por mucho tiempo; algunas de ellas guardan odio en el corazón. Pero se espera que no se quede ahí sino que, una vez opere el triple dispositivo de verdad, sanción y reparación, ella saque lo mejor de sí y contribuya a la reconciliación entre los colombianos. Solo así puede superar el pasado.

El juicio como tal es un proceso penal más. Pero si la víctima en un acto de grandeza moral permite la reconciliación, eso sería un evento extraordinario, un acontecimiento. De allí el título de este escrito. Siguiendo a Lévinas, esa reconciliación sería algo que surge a partir del encuentro con el rostro del otro, a partir de la palabra, que significa algo para algún otro: “la esencia del lenguaje es amistad y hospitalidad”.

5. Sobre el perdón

El perdón que las víctimas podrían dar (donar, como un don) a los victimarios, como un paso hacia la reconciliación. Hay que volver a las palabras de Hannah Arendt: “el perdón es el extremo opuesto a la venganza… el perdón y la relación que establece siempre es un asunto eminentemente personal (aunque no es necesario que sea individual o privado), en el que lo hecho se perdona por amor”.

“El objetivo del perdón – nos dice Reyes Mate - es la solicitud de una segunda oportunidad. El ofensor, que se sabe autor de una acción perversa pero capaz de otras acciones porque no se identifica totalmente con lo hecho, demanda a la víctima la oportunidad de demostrar que puede comportarse de otra manera con ella”.

Derrida concluyó con lucidez que sólo se perdona lo imposible. El perdón es un regalo de la víctima al victimario, es un don, sin contraprestación, sin reciprocidad, como un acontecimiento imposible, imprevisible. En palabras suyas: “el perdón… solo encuentra su posibilidad allí donde está llamado a hacer lo im-posible y a perdonar lo im-perdonable”.

Los procesados deben formular una sincera petición de perdón, que esté precedida de la confesión, la vergüenza y el arrepentimiento individual. Una vez formulada esta petición, la víctima tiene el derecho de conceder o no el perdón. No es una obligación. Según Mate, “el perdón libera a la víctima en la medida en que integra la memoria de la ofensa en el contexto más amplio de un sujeto que no solo es víctima: la víctima recupera su nombre”.

Es el rostro del otro el que instala el dispositivo del perdón: hay una transformación de la víctima y del victimario, al mismo tiempo. Y así se abre paso el camino a una transformación de la sociedad entera: es lo que hay que hacer.

Finalmente  quisiera señalar que la paz en Colombia debe ser el relato que nos dé identidad como nación, ya que toca las fibras mismas de nuestro pacto como sociedad.

Debemos aprovechar esta oportunidad. La paz es la condición de posibilidad para pasar de la levedad al horror, del odio a la compasión. Debemos concentrarnos en sacar adelante la paz, como una empresa total de los colombianos, como un sueño compartido, como una nueva cultura que siente las bases de la colombianidad. El país, que carece de un concepto de sí mismo, podría buscar la identidad colectiva en el rechazo común a la guerra que padeció. Como en los mitos y tabúes que construyeron las culturas, las cuales se basaron en un rechazo común de algo negativo (al incesto por ejemplo), aquí el rechazo a la violencia nos brinda el espacio moral para ser algo.

Notas de pie

  1. Según cifras suministradas por la Fiscalía, de 25.791 personas de las FARC indiciadas, sólo hay 1.805 judicializadas, o sea que están respondiendo ante los jueces.
  2. Tal vez sea más exacto decir que la impunidad es del 96 por ciento porque (i) si bien los desmovilizados son 32.500 en total, los postulados a Justicia y Paz son sólo 5.000; (ii) las 43 sentencias proferidas hasta el presente han condenado a 182 personas, por 5.910 hechos delictivos, sobre un total de 417.000, en las que se ha condenado por 23.419 conductas y en las que se ha reconocido a 33.419 víctimas.

*Abogado de la Universidad Bolivariana de Medellín, D.S.U y D.SA. en Derecho Público de la Sorbona, Secretario Ejecutivo de  la Jurisdicción Especial para la Paz.