La historia de las elecciones de 2024 resultó ser notablemente sencilla.
En un entorno político en el que la mayoría del electorado pensaba que el país avanzaba en la dirección equivocada, en el que percibía que la economía era deficiente y en el que la mayoría afirmaba que la inflación les había causado graves dificultades, los votantes decidieron echar al partido en el poder que representaba la vicepresidenta Kamala Harris.
Donald Trump ganó el voto popular por primera y única vez, y lo hizo no sólo en las zonas rurales, sino también en los suburbios, e incluso en bastiones del Partido Demócrata como Nueva York y Chicago. Según las encuestas a pie de urna, a Harris le fue mejor que a Joe Biden en 2020 con las los estadounidenses más acomodados, pero Trump mejoró respecto a 2020 con el resto.
Uno de los tópicos de la política estadounidense es: Es la economía, estúpido. Si la economía está creciendo y la gente tiene trabajo y salarios más altos, el partido en el poder suele ser reelegido. Si la economía está en declive y la gente tiene problemas para llegar a fin de mes, el electorado suele echar a los vagos votando al aspirante. Durante la mayor parte del gobierno de Biden, mientras la economía en general se recuperaba de las sacudidas recibidas durante la pandemia de la covid-19, Biden fue un presidente extraordinariamente impopular. La impopularidad de Biden confundía a sus asesores, que no lograban cuadrarla con los indicadores macroeconómicos que muestraaban que EE UU alcanzaba la recuperación más fuerte tras la covid de todos sus pares.
Sin embargo, la covid dejó tras de sí trastornos económicos, entre ellos las tasas de inflación más altas que los estadounidenses han experimentado en 40 años, lo que, por supuesto, en la práctica suponía un recorte salarial. La explosión del gasto militar para apoyar las guerras en Ucrania y Gaza también ha alimentado la inflación. Como resultado, el nivel de vida de las y los trabajadores estadounidenses ha disminuido bajo la administración Biden, mientras que el auge del mercado de valores ha ayudado a las y los estadounidenses más ricos a hacerlo bastante bien.
Casi todos los gobiernos en funciones de Europa, Asia y América Latina -la mayoría de los cuales se enfrentaron a perturbaciones y recuperaciones de la covid peores que las de Estados Unidos- que tuvieron elecciones en el último año, perdieron o se vieron gravemente debilitados. La sustitución de Biden por Harris a mediados de verano dio al Partido Demócrata la esperanza de poder evitar ese destino, ya que Biden iba claramente camino de perder frente a Trump. Al final, Harris no pudo eludir el hecho de que, como vicepresidenta en ejercicio, arrastraba todo el laste de Biden.
Estas son las terceras elecciones presidenciales consecutivas en las que pierde el partido en el poder y en las que el presidente en el cargo pasa la mayor parte de su mandato con índices de aprobación por debajo del 50%. Quizá eso diga más del descontento subyacente en la sociedad estadounidense que sobre un candidato en particular.
Una vez más, al Partido Demócrata le salió el tiro por la culata
En 2016, Hillary Clinton demostró su desprecio por los partidarios de Trump, entonces abrumadoramente blancos, etiquetándolos como “los deplorables”, en lugar de tratar de reconocer la fuente de su ira: la gran desigualdad en el statu quo económico. Ocho años después, con un apoyo a Trump mayor en prácticamente todos los grupos demográficos, es imposible ignorar la desesperación económica que alejó del Partido Demócrata a las y los electores, cuando Biden seguía presumiendo de que la economía estadounidense durante su mandato es “la más fuerte del mundo”.
Ahora bien, quienes no disponen de medios financieros para forrarse en bolsa viven al día, con dificultades para llegar a fin de mes, a menudo trabajando en dos empleos.
En un sistema político en el que los dos grandes partidos capitalistas, Demócratas y Republicanos, se turnan en el poder –sin un verdadero partido de oposición–, la única forma que tienen los votantes de expresar su descontento con el partido en el poder es votar al otro, al menos malo de los dos.
Además, desde que Bill Clinton ocupó la Casa Blanca, el Partido Demócrata han abrazado las mismas políticas neoliberales defendidas por el Republicano, sólo que con un entusiasmo algo menos evidente. Los republicanos, desde Ronald Reagan, habían despotricado contra los llamados “tramposos del bienestar”, pero Clinton fue el presidente que realmente puso fin al bienestar tal y como lo conocíamos en la década de 1990, enviando a millones de pobres a una espiral descendente de pobreza que no ha hecho más que crecer hasta ahora.
En las últimas décadas, los demócratas han cortejado deliberadamente el voto de la gente rica y bien educada y, a su vez, el apoyo al Partido Demócrata se ha erosionado constantemente entre su electorado tradicional de clase trabajadora y población negra. Una tendencia se ha ido a más desde la campaña perdedora de Hillary Clinton a la presidencia. Sin embargo, quienes que ostentan el poder en el partido no han hecho nada para cambiar esta desastrosa estrategia en los años transcurridos desde entonces. Coronaron a Joe Biden como su candidato para 2024, incluso cuando sus facultades mentales estaban declinando rápidamente, y luego, después de deshacerse de él, se negaron a celebrar una convención abierta del Partido Demócrata en agosto, perdiendo incluso una apariencia de democracia dentro de su propio partido.
Así que, cria cuervos y te sacarán los ojos. Y el intolerante y mentalmente inestable delincuente convicto Donald Trump vuelve a la Casa Blanca, con una aplastante victoria en el Colegio Electoral, mientras que el Partido Republicano recupera el control del Senado y quizás mantengan el control de la Cámara de Representantes, con el recuento de votos aún en curso.
Un análisis más detallado de la demografía electoral de 2024 debería disipar el mito de que la mayoría de la población estadounidense está compuesta por racistas y misóginos incorregibles que se creen todas las mentiras de Trump, como que los inmigrantes haitianos se comen a los gatos domésticos o que el Ejército debería detener a los inmigrantes en deportaciones masivas. Ya hay algunas pruebas anecdóticas de que mucha gente que ha votado por Trump no cree realmente sus afirmaciones más extravagantes ni espera que cumpla sus promesas de campaña más draconianas.
Como informó el New York Times en octubre, por ejemplo,
“Uno de los aspectos más peculiares del atractivo político de Donald J. Trump es el siguiente: Mucha gente está feliz de votar por él porque simplemente no creen que vaya a hacer muchas de las cosas que dice que hará.
“El ex presidente ha hablado de militarizar el Departamento de Justicia y encarcelar a los oponentes políticos. Ha dicho que purgaría el gobierno de los no leales y que tendría problemas para contratar a cualquiera que admita que no le robaron las elecciones de 2020. Ha propuesto “un día realmente violento” en el que los agentes de policía podrían ponerse “extraordinariamente duros” con impunidad. Ha prometido deportaciones masivas y ha predicho que sería “una historia sangrienta”. Y aunque muchos de sus partidarios se estremecen ante semejante discurso, hay muchos otros que piensan que todo forma parte del espectáculo”
Como dijo un encuestador republicano al Times, “[L]a gente cree que dice cosas para causar efecto, que está fanfarroneando, porque eso es parte de lo que hace, de su payasada. No creen que vaya a suceder realmente”. Sólo el tiempo nos dirá si esta suposición es correcta o no.
Hasta que se cuenten todos los votos en todo el país, la mayoría de los datos actuales se basan en sondeos a pie de urna, que deben considerarse estimaciones. Dicho esto, los sondeos a pie de urna muestran que casi una de cada cinco personas votantes de Trump eran de color, un cambio importante respecto a 2016. Trump ganó el 26% del voto latino, incluidos varios condados fronterizos de mayoría latina en el sur de Texas. La victoria de Trump entre el electorado negro fue menos espectacular, pero, según Politico, obtuvo entre el 13% y el 16% del voto negro en general (frente a los pocos dígitos de elecciones anteriores), y entre el 21% y el 24% entre los hombres negros.
A pesar de la crisis de los derechos reproductivos derivada de la prohibición del aborto, el margen de Harris entre las mujeres votantes fue de sólo el 8%, el menor desde 2004. En varios estados en los que se aprobaron referendos a favor del derecho al aborto, Trump siguió ganando. Es el caso de Missouri, donde las y los votantes anularon la prohibición del aborto, pero la mayoría votó a Trump.
El apoyo incondicional de Biden a la guerra genocida de Israel en Gaza le costó a Harris al menos algunos votos entre las y los votantes árabes, musulmanes y propalestinos, aunque, de nuevo, aún no se dispone de estadísticas nacionales. Pero Trump ganó en la ciudad de mayoría árabe de Dearborn, Michigan, donde muchas encuestas ya habían mostrado que el electorado se habían vuelto contra Biden y luego contra Harris por su apoyo a las atrocidades israelíes en Palestina y Líbano. Harris obtuvo sólo el 36% de los votos en Dearborn, frente al 68% de Biden en 2020. Ahora parece que mientras algunos votaron por Trump, la friolera del 18% votó por Jill Stein del Partido Verde en el último recuento, en comparación con menos del 1% para los Verdes en todo el estado.
Sin embargo, Harris ganó notablemente entre las y los votantes que ganan 100.000 dólares anuales o más, en lo que parece ser un realineamiento político a largo plazo, aunque Trump mantiene el apoyo de los multimillonarios superricos.
El consejo de Bernie
Como era previsible, el senador por Vermont, Bernie Sanders, esperó sólo un día para emitir una crítica mordaz a la campaña de Harris.
“No debería sorprendernos que un Partido Demócrata que ha abandonado a la clase trabajadora se encuentre con que la clase trabajadora les ha abandonado a ellos”, decía el comunicado de Sanders. “¿Aprenderán los grandes intereses económicos y los consultores bien pagados que controlan el Partido Demócrata alguna lección real de esta desastrosa campaña? … Probablemente no”.
La crítica de Sanders es correcta (especialmente cuando dice “Probablemente no”), pero es difícil tomarla al pie de la letra. Después de todo, Sanders y otros progresistas del Partido Demócrata, como la diputada Alexandria Ocasio-Cortez (AOC), se volcaron primero con Joe Biden y luego con Harris a lo largo de su corta campaña. Ambos hicieron campaña a favor de Harris en los estados indecisos. Harris concedió a Sanders y a AOC los principales turnos de palabra en la Convención Nacional Demócrata (mientras se negaba a permitir un solo orador pro-palestino), donde sus discursos estaban destinados a establecer la buena fe de Harris entre la base progresista de los demócratas. ¿Y ahora Sanders nos dice que la campaña de Harris estaba condenada al fracaso desde el principio?
Seguramente Sanders tiene razón cuando critica al Partido Demócrata como un partido del statu quo. Aunque también deberíamos recordar que Sanders y AOC estuvieron entre los últimos defensores de Biden antes de que los líderes demócratas y los donantes le echaran de la carrera. El programa de “economía de oportunidades” de Harris hacía hincapié en el espíritu empresarial con algunos vagos guiños a la reducción de los costes en la sanidad, la vivienda y la alimentación. Incluso su aparentemente gran propuesta de añadir a Medicare la cobertura de la atención domiciliaria a personas ancianas y discapacitadas era apenas algo más que un tema de conversación, e incluso así, sólo una gota en el océano de lo que supondría arreglar el sistema sanitario estadounidense, basado en el lucro, que lo hace inasequible para muchos millones de personas.
¿Podría haber vencido Harris a Trump si se hubiera presentado con el programa de Sanders? Es dudoso. Es difícil presentarse como insurgente»cuando eres la vicepresidenta en ejercicio de una administración impopular, aunque ni siquiera lo intentó.
Harris y AOC celebraron actos con líderes sindicales como el presidente de UAW, Shawn Fain. Como prueba de que Biden (y presumiblemente Harris, como su sucesora) era el presidente más prosindical en una generación, los líderes sindicales citaron el hecho de que Biden se había paseado por los piquetes de la UAW, sus nombramientos para el Consejo Nacional de Relaciones Laborales y la creación de buenos empleos sindicales como parte de la inversión en infraestructuras. Pero los hogares sindicalizados sólo proporcionan una ligera ventaja al Paartido Demócrata, ya que sólo el 53% de sus miembros vota al Partido Demócrata, frente al 58% en 2012. Y cuando la tasa de afiliación sindical en la mano de obra es sólo de alrededor del 10 por ciento -y sólo del 6 por ciento en el sector privado- incluso estas cuestiones pro-sindicales no tienen eco en la clase trabajadora en general.
En un periodo en el que los ciudadanos y ciudadanas otorgan a los sindicatos el mayor apoyo de su historia, quizá los líderes sindicales deberían dedicar más tiempo y dinero a ayudar a los trabajadores a organizarse que a gastar millones en campañas electorales demócratas.
¿Quién ganó la participación?
Pasarán semanas antes de que tengamos una imagen precisa de todos los votos emitidos en las elecciones de 2024. Lo que no se discute es que, por primera vez en la historia, Trump ganó la mayoría de los votos. Es el primer republicano que gana el voto popular presidencial desde George W. Bush en 2004.
Hasta el 7 de noviembre, Trump había acumulado unos 72,7 millones de votos y Harris 68,1 millones. El experto en elecciones Michael McDonald estima que la participación general rondará el 64,5% de la población en edad de votar, frente a algo menos del 66% en 2020. Esto representa un ligero descenso respecto a la participación de 2020, que fue la más alta desde 1900. Así pues, la participación de 2024 parece que estará entre las más altas en más de un siglo.
Los sondeos a pie de urna sugieren que Trump obtuvo el 56% del 8% que votaba por primera vez. Alrededor del 6% de los votos de Biden en 2020 han pasado a Trump en 2024, frente al 4% se pasó de Trump a Harris. A pesar de todo el esfuerzo que hizo Harris para atraer a los republicanos a la tienda de los demócratas, no supuso una diferencia significativa.
En comparación con 2020, cuando Biden obtuvo 81 millones de votos y Trump cerca de 74 millones, tanto demócratas como republicanos parecen que ganarán menos votos, aunque Trump podría alcanzar su cosecha de 2020. Pero el descenso del Partido Demócrata será de más de 10 millones.
Entonces, ¿a dónde fueron los votos del Partido Demócrata en 2020? Un pequeño número fue a Trump, pero parece que la mayoría se quedó en casa. En Detroit y Filadelfia, dos de los principales bastiones del Partido Demócrata en los estados indecisos de Michigan y Pensilvania, la participación demócrata se quedó corta. Después de todo el alboroto sobre la maquinaria del puerta a puerta de Harris, Harris obtuvo menos votos de Detroit que la execrable campaña de Hillary Clinton en 2016.
Una explicación reveladora de por qué sucedió esto en Detroit vino de un encuestador de Harris:
“Me sorprendió la cantidad de gente que dijo que ya había votado, lo que básicamente nos permitió dirigir la atención a las personas que no lo habían hecho. Hay algunos votantes que son cínicos y están descontentos con todo, (que dicen) que nada cambia nunca. Podrías escribir 20 historias diferentes sobre lo que preocupa a los votantes de Michigan, y sería cierto”.
Harris, la candidata republicana light
Como era de esperar, los medios de comunicación corporativos extrajeron las lecciones equivocadas de los resultados de la votación de 2024. El New York Times, por ejemplo, culpó a los progresistas, argumentando,
“El partido también debe analizar por qué perdió las elecciones… Tardó demasiado en reconocer que grandes partes de su programa progresista estaban alejándole del electorado, incluido de algunos de los partidarios más leales de su partido. Y los demócratas llevan ya tres elecciones luchando por asentar un mensaje persuasivo que resuene entre los estadounidenses de ambos partidos que han perdido la fe en el sistema, lo que empujó a los votantes escépticos hacia la figura más obviamente disruptiva, a pesar de que una gran mayoría de estadounidenses reconoce sus graves defectos”.
Pero como observó acertadamente Fairness and Accuracy in Reporting (FAIR), “Kamala Harris no se presentó como progresista, ni en términos de política económica ni de política de identidad”. Pero para unos medios corporativos que en gran medida complementaron, en lugar de contrarrestar, las narrativas de Trump basadas en el miedo a los inmigrantes, las personas trans y el crimen, culpar a la izquierda es infinitamente más atractivo que reconocer su propia culpabilidad”.
En el periodo previo a las elecciones, Harris optó por cortejar a los republicanos, no a los progresistas. Los rituales tradicionales de cortejo electoral se pusieron así patas arriba, ya que la demócrata Harris se arrastró ante los votantes republicanos y el republicano Trump (con algo más de éxito) buscó sobre todo a las y los votantes latinos. El apoyo de Harris a los derechos reproductivos y a romper el techo de cristal de género pasó a un segundo plano para encontrar puntos en común con los republicanos en cuestiones sociales.
En lugar de centrarse en lo que la distinguía de Trump, Harris hizo una campaña republicana light, haciendo hincapié en lo que tenía en común con los republicanos: su oposición a la inmigración y su apoyo a la represión de la frontera sur; reafirmando su apoyo inquebrantable al genocidio de Israel en Palestina y presumiendo de poseer una pistola Glock para atraer a los defensores de las armas.
La ex diputada republicana Liz Cheney se unió a Harris en la campaña. Su padre, el criminal de guerra y neoconservador Dick Cheney, apoyó a Harris a bombo y platillo.
Pero en medio de toda esta pugna electoral, no estaba claro qué representaba realmente Harris. Como fiscal de distrito y luego fiscal general en California al principio de su carrera, no era ni de derechas ni de izquierdas, pero se transformó en una orgullosa liberal cuando se presentó a las primarias presidenciales de 2019. Este año, como candidata a la presidencia tras el abandono de Biden, parece que quería parecer más conservadora. Así que cambió de opinión sobre su oposición liberal de 2019 a la fracturación hidráulica para extraer petróleo y su apoyo a Medicare para todos, pero sin admitir que realmente había cambiado de opinión sobre estos temas importantes. Como era de esperar, muchas y muchos votantes rechazaron a esta candidata poco sincera que representaba al Gobierno de Biden y se decantaron por el multimillonario insolente, que ha demostrado que está dispuesto al menos a cambiar las cosas, para bien y para mal.
Éstas son las desafortunadas opciones que el electorado que anhela un cambio se vio obligado a elegir dentro del duopolio bipartidista que en el que se encuentra atrapado.
Un electorado enfadado, sin una alternativa de izquierdas viable, gira a la derecha
En las últimas décadas, la izquierda estadounidense ha sido demasiado débil para influir en las elecciones, una tendencia que no ha hecho más que empeorar en los últimos años. El ascenso de los Socialistas Democráticos de América (DSA) se inspiró en los éxitos electorales del socialista independiente Bernie Sanders en 2016 y 2020. Pero en ambos casos, Sanders se sometió a los poderosos políticos del Partido Demócrata y finalmente apoyó a sus candidatos elegidos, primero Hillary Clinton y luego Biden. Y, como ya se ha señalado, Sanders hizo campaña con entusiasmo por Biden y luego por Harris.
No es sorprendente que el crecimiento de la DSA -aunque sigue siendo una organización muy pequeña con una influencia un tanto marginal en la política de EE UU- coincidiera con la diezma de la mayor parte de la izquierda revolucionaria, que ya estaba en declive desde décadas anteriores. Sin duda, el objetivo miope de conseguir una mayor influencia política para la izquierda a través del Partido Demócrata desempeñó un papel en la promoción de este desarrollo, pero no impidió el deterioro general de la izquierda. El apoyo de Sanders y AOC a Biden y Harris lo ilustran vívidamente.
En todo caso, el DSA aceleró el declive de la influencia de la izquierda al centrarse excesivamente en las elecciones en lugar de dar prioridad a la creación de movimientos de base que puedan influir en la política fuera del ámbito electoral. Hay una razón válida por la que el Partido Demócrata ha sido considerado tradicionalmente por la izquierda revolucionaria estadounidense como el cementerio de los movimientos sociales.
Este punto puede demostrarse fácilmente en sentido negativo, utilizando como ejemplo la dependencia de las organizaciones por el derecho al aborto de los políticos del Partido Demócrata. Los movimientos por el derecho al aborto y por la liberación de la mujer consiguieron, a través de organizaciones de base, el derecho al aborto cuando el Tribunal Supremo de Estados Unidos dictó su sentencia Roe contra Wade en 1973, cuando Richard Nixon, contrario al aborto, ocupaba la Casa Blanca. Pero en las décadas posteriores, las organizaciones proabortistas han dependido de los demócratas para defender el derecho al aborto, y no se han organizado grandes manifestaciones proabortistas desde hace dos décadas. Sin embargo, los demócratas, como Partido del Compromiso, permitieron que el derecho al aborto se viera erosionado y finalmente anulado en 2022. Ninguno de estos políticos ha tratado de reconstruir un movimiento vital a favor del derecho a decidir para cambiar el statu quo desde entonces, a pesar de que ha causado una crisis de derechos reproductivos que está matando a las mujeres.
La única solución que ofrece el New York Times -y el establishment liberal- es esperar a los próximos ciclos electorales para votar:
“Aquellos que apoyaron al señor Trump en estas elecciones deberían observar de cerca su conducta en el cargo para ver si coincide con sus esperanzas y expectativas, y si no es así, deberían dar a conocer su decepción y emitir su voto en las elecciones de mitad de mandato de 2026 y en 2028 para volver a encarrilar el país”.
Pero esto dista mucho de ser una solución. Las elecciones en sí no suelen determinar el equilibrio de fuerzas políticas y sociales en un momento dado. Normalmente reflejan el equilibrio de fuerzas -aunque a veces pueden reforzarlas o debilitarlas- y, por tanto, pueden verse influidas por movimientos ajenos al ámbito electoral.
Hoy, en Estados Unidos, la relación de fuerzas se inclina decisivamente a favor de la derecha porque la izquierda es muy débil. La naturaleza aborrece el vacío, como dice el refrán. Cuando los demócratas se hacen eco de los republicanos en su giro a la derecha, y la izquierda sigue a los demócratas en su afán de ganar elecciones, las y los votantes no escuchan ningún punto de vista alternativo de izquierdas. Por tanto, la derecha se impone.
Esta es la situación actual. Es fácil culpar a la población inmigrante de los problemas de la sociedad cuando no hay una explicación de izquierdas para la caída de los salarios y la alta inflación: las políticas de divide y vencerás de la clase capitalista.
La única posibilidad de cambiar la relación de fuerzas es mediante la lucha -y la organización- a nivel popular. El año pasado vimos un atisbo de lo que podría significar esa lucha, cuando la Unión de Trabajadores del Automóvil (UAW) golpeó a los tres grandes fabricantes de automóviles y ganó. También vimos un atisbo la pasada primavera, cuando manifestantes propalestinos formaron campamentos en campus universitarios de todo Estados Unidos.
Pero un aumento mucho más significativo de la lucha de base y de clase es una condición previa necesaria para cambiar la relación de fuerzas de clase. Hasta entonces, la gente más rica seguiráa celebrando su buena fortuna. El statu quoprevalecerá, independientemente de a quién hayamos votado o no. Y Trump tomará posesión de su cargo en enero, con consecuencias que ahora nadie puede predecir.