EEUU y la OTAN se preparan a imponer una paz con anexiones
Los datos sobre el envío de armas muestran que Biden no está proporcionando ayuda militar necesaria a Ucrania para defender la soberanía de Ucrania, ni para satisfacer las necesidades urgentes, en cantidad y rapidez, del pueblo trabajador ucraniano que se enfrenta a la invasión y ocupación de su país. En lugar de ello, Washington ha considerado el esfuerzo como un medio para deshacerse de equipos viejos de los arsenales con el fin de mejorar la capacidad militar estadounidense. A pesar de la entrega de sistemas antitanque Javelin, lanzacohetes múltiples HIMARS, obuses M777, además de los misiles Patriot de fabricación norteamericana que han desempeñado un papel decisivo en las últimas batallas, las entregas reales no han satisfecho las necesidades de defensa de Ucrania. George Barros, del Instituto para el Estudio de la Guerra, dijo a Newsweek que «hay un argumento muy erróneo que circula entre algunos expertos y algunas personas de la comunidad política», que argumentan que EE.UU.
«‘[ha] estado enviando a Ucrania todas estas armas, y [los ucranianos] todavía no han hecho un gran avance desde Kherson en noviembre; por lo tanto, la ayuda militar a Ucrania es un costo hundido». Sin embargo, Barros piensa, al igual que el ministro de Defensa ucraniano, que la realidad es todo lo contrario: «si estudias las necesidades operativas de Ucrania y las comparas con lo que estamos enviando, hay una enorme disparidad, el problema es que en realidad no hemos dado a los ucranianos lo suficiente para que demuestren de lo que son realmente capaces».[1]
El presupuesto militar de EEUU alcanzó el récord de 877.000 millones de dólares en 2022, representando el 39% del gasto militar mundial. Es tres veces el de China que le sigue con 229.000 millones, país que como Rusia y las potencias de la OTAN están lanzados a una carrera armamentística desenfrenada. Y eso que la supuesta «ayuda» militar a Ucrania (19.900 millones de dólares), es sólo una parte muy pequeña del presupuesto militar que Biden destinó a ese país y que la mayor parte de esa partida fue inversión para renovar el arsenal militar estadounidense y beneficiar a las grandes multinacionales armamentísticas del país. El gobierno estadounidense está utilizando la guerra en Ucrania para defender los intereses de sus grandes corporaciones en el extranjero, ampliando sus zonas de influencia económica y reforzando la OTAN y el arsenal del Pentágono.
Durante el primer año de guerra Biden ha tratado sobre todo de dañar y restringir el área de influencia de Rusia. El principal objetivo de la ayuda constantemente publicitada pero entregada a cuentagotas era agotar y debilitar al ejército y la economía rusos, más que lograr una victoria rápida y categórica de la resistencia contra la invasión rusa. Hoy, con una inflación desbocada y una escalada en la competición económica con China, Biden y la burguesía norteamericana existen signos que el gobierno norteamericano apunta hacia un giro de su política: buscar sellar una “paz” que puedan reivindicar como una victoria contra Rusia, para poder concentrar su estrategia política y militar en el pacífico y el sudeste asiático. Este cambio de estrategia también se puede explicar por las elecciones presidenciales en 2024 para las que Biden quiere presentar un balance positivo de la guerra. Este análisis coincide con la visión de Richard Haas, expuesta en un artículo reciente de la revista Foreign Affairs. Haas, presidente saliente del Council on Foreign Relations, el think tank más influyente para determinar la política exterior del gobierno de EEUU, aformaba que la “nueva estrategia” de EEUU en Ucrania debía “en primer lugar, reforzar la capacidad militar de Ucrania y, a continuación, cuando finalice la temporada de combates a finales de este año, llevar a Moscú y Kiev del campo de batalla a la mesa de negociaciones.”[2] Se trata pues de un plan en dos tiempos para intentar “ganar” la guerra durante en lo que queda de 2023, primero “acelerar inmediatamente el flujo de armas a Ucrania y aumentar su cantidad y calidad,” para que la ofensiva ucraniana de este verano tenga más éxito y lograr una relación de fuerzas más favorable, y para luego “presentar a finales de este año un plan para negociar un alto el fuego y un proceso de paz posterior destinado a poner fin al conflicto de forma permanente,” sabiendo también que “esta táctica diplomática puede fracasar.” El argumento que esgrime Haas, y del que se hacen eco cada vez más dirigentes políticos en los EEUU es que “a medida que aumentan los costes de la guerra y se cierne la perspectiva de un estancamiento militar, merece la pena presionar para conseguir una tregua duradera que evite la reanudación del conflicto y, lo que es aún mejor, siente las bases de una paz duradera.”
Este plan finalmente reconoce públicamente que la intervención de los EEUU en Ucrania no tiene nada de altruista y está subordinada a sus propios intereses, pero evita ir hasta el final en las consecuencias políticas que acarrea. Primero porque no confiesa que su interés por la «paz» también está vinculado a un plan económico para Ucrania. Cabe explicar y denunciar los mecanismos que están estableciendo hoy los imperialismos estadounidenses y europeos para hipotecar el futuro de Ucrania (los llamados planes de “reconstrucción” y el endeudamiento del país a los acreedores extranjeros) ya que estos ponen en la encrucijada cualquier posibilidad soberanía económica nacional real del país en el futuro.
En segundo lugar, y esto es hoy lo más grave, porque a pesar de las repetidas garantías de Biden de que se compromete a garantizar la «soberanía» de Ucrania, Estados Unidos podría muy bien apoyar una «paz» a costa de los sacrificios del pueblo ucraniano en la guerra, ya que cualquier paz que resulte de una mera tregua militar con una parte del territorio ocupado no puede ser de ningún modo una paz justa ni duradera para el pueblo ucraniano ni para los pueblos que se ven sometidos a las ambiciones anexionistas de Putin. Tanto Biden, como Macron, Scholtz y Xi-Jinping van a empezar a entonar juntos la canción de la paz, Putin incluso afirmó recientemente que está abierto de negociar una paz. Pero los socialistas, como decía Lenin en 1915, afirmamos que la consigna de paz “puede plantearse en relación con determinadas condiciones de paz, o bien sin condición alguna, como la lucha, no por una paz determinada, sino por la paz en general.” Para el dirigente bolchevique, el discurso de la “paz” en general “carece por completo de contenido, de sentido”. “Por la paz en general están sin duda todos,” lo estaban tanto Francia como Alemania en la Primera Guerra Mundial, y por eso la reivindican tanto Putin como Biden hoy, “pues cada uno de ellos desea terminar la guerra: el problema consiste en que cada uno pone condiciones de paz imperialistas (es decir, de rapiña y de opresión de pueblos ajenos), que favorecen a “su” nación.” Lo clave para discutir la paz desde una perspectiva que ponga como eje los intereses de los pueblos y la clase trabajadora, y para eso es necesario ahondar en “las condiciones de paz”, es decir las condiciones territoriales, económicas, sociales y políticas que garantizarían una paz justa. Lenin argumentaba que “entre esas condiciones debe figurar incuestionablemente el reconocimiento del derecho de todas las naciones a la autodeterminación y la renuncia a cualesquiera “anexiones”, o sea, a la violación de ese derecho.”[3] En la guerra presente, que es una guerra de liberación nacional, la condición clave para una paz justa en Ucrania, es primero garantizar la soberanía íntegra del territorio ucraniano y la retirada de todas las tropas rusas. Pero esa premisa clave no está contemplada en ninguno de los vagos discursos de paz que traman tanto China como EEUU o la UE. Por deben ser rechazados y debemos continuar el apoyo militar a la resistencia y construyendo nuestras iniciativas internacionales e independientes de solidaridad obrera con Ucrania.
En medio de la guerra, la UE y el FMI hipotecan el futuro del pueblo ucraniano
Como resultado de la guerra, el PIB de Ucrania ha caído un 30% mientras que la deuda externa de Ucrania pasó de representar el 50,7% del PIB del país en 2021 a ser del 90,7% en 2022. Hoy sólo el 60% de la población pudo mantener su empleo, y sólo el 35% tiene trabajo a tiempo completo.[4] Desde el verano del 2022 tanto la UE a través del Banco Central Europeo (BCE) como los EEUU a través del Fondo Monetario Internacional (FMI) traman un plan de “reconstrucción” de Ucrania que no es otra cosa sino una ofensiva recolonizadora para continuar y profundizar las políticas neoliberales iniciadas en los años anteriores a la guerra.
Este 31 de marzo, el FMI aprobó un nuevo préstamo de 15,000 millones de dólares para Ucrania con condiciones que ya conocidas por sus efectos devastadores: “reformas estructurales más ambiciosas para asegurar la estabilidad macroeconómica”, “aumento de la productividad y la competitividad” etc.[5] Estos préstamos se suman el de $17,500 millones que el FMI prestó al país en 2015 en un periodo de 4 años a cabo de reformas que Zelenski empezó a implementar en 2019, principalmente la privatización de la tierra, pero también de propiedades estatales. Desde que asumió el cargo, «más de 700 empresas estatales han pasado al Fondo de Propiedad Estatal (FPE) para su privatización«.[6] Hoy existen más de 3.500 empresas que figuran como estatales, y 1.800 de ellas están en quiebra o no funcionan. Algunas industrias, como las destilerías y los elevadores de grano, pueden rentabilizarse fácilmente, y los inversores extranjeros quieren comprarlas por casi nada para sacar beneficio de ellas.
Las tierras agrarias ucranianas, 45 millones de hectáreas, representan el 70% de la superficie nacional, representan una gran fuente de riqueza. Como explicamos en un artículo anterior “antes de la guerra aportaba 12% de las exportaciones mundiales de trigo y 16% de las de maíz” y además “Ucrania posee también una amplia riqueza de minerales metálicos y no metálicos, que incluye hierro y otros elementos más raros pero de uso creciente en nuevos procesos industriales, como titanio, galio y germanio, con cierto peso de sus exportaciones en los mercados mundiales.”[7]
Actualmente el 68% de las tierras del país está en manos privadas mientras que el 32% sigue en manos del Estado. Inicialmente, esa privatización se realizó por la vía de entregar certificados de propiedad de pequeñas parcelas de tierra a los trabajadores de las ex granjas colectivas, pero ese proceso avanzó hacia la concentración de grandes latifundios privados con la reforma del 2020 aplicada por Zelenski y exigida por el FMI. Como resultado de esta rápida privatización de la tierra arable, un informe de febrero del 2023 del Oakland Instituto explica que hoy “la cantidad total de tierras controladas por oligarcas, individuos corruptos y grandes empresas agroalimentarias supera los nueve millones de hectáreas, lo que supone más del 28% de las tierras cultivables de Ucrania.”[8] De hecho los nuevos grandes propietarios de esas tierras son “una mezcla de oligarcas ucranianos e intereses extranjeros, en su mayoría europeos y norteamericanos, así como el fondo soberano de Arabia Saudí. Destacados fondos de pensiones, fundaciones y dotaciones universitarias estadounidenses invierten a través de NCH Capital, un fondo de capital riesgo con sede en Estados Unidos.” La mayoría de ellos “están endeudados con fondos de inversión estadounidenses y europeos, en particular con el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo (BERD) y el Banco Mundial.”
En mayo del 2022, la UE anunció que ya había desembolsado 4.100 millones de euros y que, en lo que restaba de 2022, le daría un segundo préstamo por otros 9.000 millones, y creado unaplataforma de coordinación internacional, llamada RebuildUkraine, codirigida por la Comisión que representa a la Unión Europea y por el gobierno ucraniano, para gestionar el uso de los préstamos y elaborar un plan de reconstrucción que defina“las áreas prioritarias seleccionadas para la financiación y los proyectos específicos.”[9] Úrsula Von der Leyden, la actual Presidenta de la Comisión Europea dejó claro que “las inversiones irán de la mano de reformas que apoyen a Ucrania en su camino hacia Europa.» Léase reformas que implementen políticas de austeridad fiscal contra el déficit público, privatizaciones y recortes de los derechos sociales.
Durante la guerra Zelenski utilizó el estado de emergencia para aplicar una contrarreforma laboral neoliberal exigida por la patronal y los organismos internacionales. La medida aumenta la semana laboral a 60 horas, da poder a los empresarios para trasladar trabajadores a zonas de guerra y despedirlos fácilmente sin motivo, ataca los derechos de representación sindical y permite retrasar el pago de los salarios para que los trabajadores sigan garantizando los beneficios de las empresas en Ucrania durante la guerra. También liquidó el Fondo de Seguridad Social a través de la Ley 2620, dejando en el aire la financiación futura de varios servicios públicos. Amenazas similares se ciernen sobre el sistema sanitario público y los programas sociales. Debemos advertir a nuestros hermanos y hermanas ucranianos de las ataduras de los actuales “préstamos” ofrecidos a Zelensky por el FMI y la UE y el peligro que representa para los derechos sociales y laborales de los Ucranianos la integración del país a esta última. El mejor ejemplo de ello es la reforma de las pensiones de Macron, alentada por la UE, que ha sido altamente rechazada por los trabajadores a pesar de la dura represión del gobierno.
Por todo ello debemos hacer hincapié en la importancia del desarrollar una dirección independiente de la clase obrera tanto en la resistencia como en los esfuerzos de solidaridad y reconstrucción. Ucrania necesitará una reconstrucción obrera y socialista para asegurar su independencia nacional, que incluya el no pago de la deuda externa, revertir las medidas neoliberales de privatizacion de la tierra y servicios públicos, así como los recortes de los derechos laborales, la renacionalización de las tierras, de los recursos naturales y de las grandes empresas bajo control de los trabajadores. La clase obrera ucraniana tiene todo un futuro por ganar, y por eso la resistencia obrera a la invasión necesita nuestra solidaridad activa para ganar la guerra y salir reforzada del proceso.