Desde hace algún tiempo las contiendas electorales se dirimen entre la extrema derecha y la derecha (entendiendo esta como un compendio de liberales, conservadores, socialdemócratas, centristas…, esto es, ideologías que aseguran el status quo del sistema capitalista). Da igual Polonia, donde un tecnócrata millonario, de derechas pero «liberal» y apoyado por la U.E, ese el que va a formar gobierno, que en Francia, donde todo parece indicar que la disputa será entre Macron y Le Pen, por no mencionar los acuerdos entre esa derecha que sonríe con la extrema derecha en decenas de países y miles de municipios.
En Argentina pasaron a la segunda vuelta el ultraderechista Milei y el peronista de derechas, Sergio Massa. Este último forjó su curriculum político junto a dirigentes de derechas, y representaba el sector neocon, pro FMI del peronismo y de apoyo casi fanático al genocidio de Israel en Gaza. Su actual desempeño era como ministro de economía con una situación del 10% de inflación mensual y una pobreza-pobreza que oficialmente afecta al 40% de la población.
La vieja praxis de decidirse por el menos malo, de taparse la nariz antes de apoyar a tal o cual candidato, de votarlo y luego, inmediatamente, salir a reivindicar, de parar el fascismo electoral como sea, comienza a hacer aguas. Al otro lado parecen más y crecen ante ese discurso ambiguamente progre en derechos y muy reaccionario en lo económico, por no hablar en política internacional (¿hay que recordar, por ejemplo, el apoyo -con y sin silencio- del gobierno «socialista» español a Marruecos e Israel en detrimento de la causa saharaui y palestina, o su alegría por pertenecer a la banda terrorista OTAN?).
Que una persona como Javier Milei, con fuertes discapacidades intelectuales y formas histriónicas y payasescas, pueda ganar una elecciones, dice mucho. En el caso de Argentina es doblemente doloroso porque el personaje y los suyos defienden sin rubor a una de las dictaduras más sanguinarias de la historia (30.000 desaparecidos, torturas, muertes, exilio, represión…). El poder, mientras, festeja, los fondos buitre dan un paso más para quedarse con todo y el FMI feliz porque los pagos no solo están asegurados, sino que continuarán (como con el peronismo) haciendo y deshaciendo la economía del país de acuerdo a sus necesidades financieras.