Centros religiosos y de otras índoles insisten en aplicar métodos violentos y contrarios a los derechos humanos para intentar 'corregir' la orientación sexual de la comunidad LGBTI+. Un proyecto de ley busca prohibir este tipo de prácticas, que por ahora no son sancionables y sí afectan moral, física y psicológicamente a las personas que se someten a ellas.
Por: Lina Maria Cuitiva
Las mal llamadas “terapias de conversión” son intervenciones que se basan en la creencia de que la orientación sexual y la identidad de género pueden cambiarse o reprimirse, en particular cuando se trata de personas LGTBIQ+, a las que se busca convertir, por métodos de nula validez científica, en personas heterosexuales y cisgénero.
En 2009, la Asociación Americana de Psicología las denominó Ecosieg (Esfuerzos de Cambio de Orientación Sexual, Identidad y Expresión de Género), pues ni son terapias, ni son procesos terapéuticos, ni tienen la capacidad de convertir.
Según una investigación de la agencia Reuters en Colombia en 2020, una de cada cinco personas LGTBIQ+ (lesbianas, gais, transgéneros, transexuales, bisexuales, intersexuales, queer) han experimentado ‘terapias de conversión’; la cifra llega a una de cada tres si se habla únicamente de personas trans. Estos alarmantes datos, junto a decenas de testimonios, alertan sobre la importancia de una legislación que elimine de tajo estos procedimientos.
Mauricio Toro, el primer congresista colombiano abiertamente gay, radicó, en compañía de sobrevivientes de Ecosieg y organizaciones sociales, un proyecto de ley para eliminar lo que el representante a la Cámara considera una “forma de tortura contra la diversidad”. Entre otros puntos, la iniciativa contempla que la orientación sexual, identidad o expresión de género no pueden ser considerados factores para valorar la salud mental.
Danne Aro, directora ejecutiva de la fundación GAAT, organización que trabaja por la defensa los derechos humanos de las personas trans en Colombia, le contó a Cambio detalles de su doble paso por las ‘terapias de conversión’, tratamientos que, según su experiencia, “dañan por dentro y perjudican la salud mental”, a tal punto que ella misma llegó a tener ideas suicidas.
Danne cuenta que, prácticamente, la sacaron del clóset cuando tenía apenas 11 años. Algunos años después, sus padres, aún confundidos, buscaron asesoría con una psicóloga que, con fundamentos religiosos, les recomendó llevar a su hija a ‘terapias de conversión’.
“Cuando tú les dices que eres gay, hay muchos prejuicios y miedo, también una falta de información que hace que las familias tomen acciones que, en muchos casos, pueden ser violentas hacia los LGBT”.
Danne pasó por dos Ecosieg. El primero, en una iglesia cristiana, donde recuerda que la llevaron al púlpito del templo y la expusieron frente a varias personas que le dirigieron rezos que señalaban que su cuerpo y su ser estaban “marcados” y necesitaban ser sanados con el poder de la oración.
El siguiente, y quizá más doloroso, ocurrió dentro de una congregación católica. Allí, siendo adolescente, asistía, en compañía de su hermana, a convivencias juveniles que eran una suerte de retiros espirituales en los que, a base de oraciones, le practicaban exorcismos para liberarla del demonio que, ellos creían, la hacía gay.
“En la iglesia cristiana, cuando ellos me preguntaban si seguía siendo gay, yo les decía que no, porque no quería que me volvieran a llevar. Pero como seguí siendo gay -eso nunca cambió-, mi familia decidió llevarme a la otra (la católica) y ahí me seguían haciendo esas preguntas. Yo decidí mantenerme en que era gay, no quería mentirme más”.
En estos retiros, a Danne no la dejaban comer y dormir como a los demás jóvenes; le restringían la alimentación y las horas de sueño hasta que acabara las agobiantes sesiones de conversión. Todo este largo proceso terminó en estropear la relación que tenía con su hermana: “Ella no quería ser familiar de la marica que no se quería convertir”.
En otra ocasión, una psicóloga cristiana le recetó exámenes de sangre, hormonales y mentales, pues querían encontrar si había un fallo, enfermedad o desorden que no le permitía a Danne ser hetero: “Una de las preguntas que me hacían era si yo había sido violada, o si mi mamá me consentía mucho. Como les decía que no, eso les generaba más preguntas. Decían que mi testosterona no podía estar bien y me enviaron pastillas para cambiar mi carga hormonal. Intentaron cambiar mi identidad de género y orientación sexual a la fuerza, como si se pudiera corregir, ya sea a través de hormonas, electrochoques, exorcismos, enseñanzas espirituales, y eso no ocurre, es la salud mental y las vidas de quienes estamos allí las que están en peligro”.
Cansada de intentar cambiar su identidad y de que le aseguraran una y mil veces que había algo mal con ella, Danne se alejó de estos tratamientos, a los que no les hallaba sentido, y se refugió en el activismo para comprender que no había nada que curar, que no estaba enferma. Fue a partir de compartir esa información con su familia que logró recobrar su relación de confianza.
Este tipo de prácticas, motivadas por la pretensión de querer cambiar o prevenir la homosexualidad, se ejercen de múltiples maneras. Algunas llegan a cruzar el límite de la legalidad.
La Asociación Internacional de Gays y Lesbianas categorizó los cuestionables métodos de los Ecosieg en técnicas como: patologización o identificación de un rasgo desordenado o enfermedad; experimentación con ingesta de hormonas; terapias de aversión para modificar comportamientos, entre ellas, electrochoques, drogas o autolesiones; masturbación obligada con estímulos del sexo contrario; hipnosis; internación en clínicas o centros de reposo; psicoterapia; métodos abusivos como la desnudez y la terapia de contacto; consejería religiosa; exorcismos y curas espirituales; entre otras, que, por ocurrir en esferas privadas, son difícilmente estudiadas.
De paciente a terapista
Óscar Marín, un profesor paisa de la Universidad de Antioquia, también fue víctima de Ecosieg. Más de 15 años después de esos tormentosos episodios, decidió contar su historia, en la que pasó de recibir las terapias a aplicarlas.
En 1999, asustado por los rumores del apocalipsis del 2000, Óscar salió del clóset. Tenía 18 años. Por esa época, conoció hombres, experimentó con su homosexualidad e incluso asistió a marchas gay. Como la mayoría de los jóvenes, vivió un mal de amores tan fuerte que lo hizo caer en una decepción profunda, una desilusión que para él fue como una pista que le decía que la homosexualidad no era un camino de bien.
Impulsado por esa idea, decidió refugiarse en la Iglesia Cuadrangular de Medellín. “El pastor me dijo que había tenido una revelación de Dios, que le hablaba de mi homosexualidad. Eso no fue ninguna revelación. La gente de la iglesia supo que yo era gay, entonces le contaron el chisme y él se inventó la tal revelación. Y por ahí fue por donde me vendió el tema de la ‘terapia de conversión’, le contó Óscar a Cambio.
Todo empezó con dos cursos: el primero consistía en unas reflexiones que, según Óscar, lo condujeron a ratificar que la homosexualidad era un camino pecaminoso y que, por ser gay, no tenía una vida feliz; el segundo trataba sobre las herencias: “Ahí me dicen que, como no tuve la presencia de un hombre en la infancia, no aprendí a ser un hombre de verdad, que mi mamá me mimó mucho y que por eso salí tan mariquita, que hay un tema de herencias familiares por hechicería, prostitución, de otros homosexuales en mi familia, que yo heredé todo eso y eso me hace caer en la maldición de la homosexualidad”.
Óscar recuerda que, por esos días, los mismos durante los cuales lo obligaron a abandonar la masturbación, tuvo sueños eróticos y, como parte de su proceso de ‘conversión’, lo forzaban a confesárselo a su líder, quien lo manipulaba para hacerlo creer que era él quien debía tomar las riendas, es decir, esforzarse más para no imaginar entre sueños escenas “pecadoras”.
“Había que hacer un listado de las personas con las que uno tuvo encuentros sexuales, hacer esa lista y decir los nombres de ellos delante de otras personas, pedirles perdón a aquellas y cortar dizque las herencias pecaminosas que pudieran haber quedado. Esas son dos cosas que me avergonzaban mucho, pero que yo no lo sentía como un abuso porque estaba en mi salsa”.
Lo invitaron a un encuentro internacional en Venezuela, donde se certificó como entrenador para convertir a las personas en heterosexuales. Ya en Colombia, empezó a coordinar cursos y a escuchar a hombres que, como él, no querían ser homosexuales en la iglesia. Así definió Óscar su salto de nivel: “Me convertí en un vendedor de esa violencia que yo viví y que asumí como algo bueno y necesario”.
Poco después, Óscar se ganó un puesto en la Secretaría de Inclusión Social de Medellín, donde le encargaron abanderar una marcha gay y administrar un centro de diversidad sexual. Todo llegó a oídos de la iglesia, que optó por aislarlo de todo liderazgo que ejerciera en la congregación, incluidos las ‘conversiones’. Óscar dice haberse sentido rechazado y humillado por su misma gente. Fue en ese momento cuando decidió alejarse de su religión. “Luego de eso, con la primera persona con la que me permití salir y darnos un beso me sentí muy sucio y miserable. Me sentía perseguido y juzgado. A mi mamá le dijeron que yo estaba llevando una maldición a la casa por volver al pecado. Me sentí muy mal por darme la posibilidad de amar”.
Este tipo de tratamientos, que afectan la salud mental, emocional y física, no solamente son usados en centros religiosos. Hay registros de métodos de ‘terapias de conversión’ ejercidos por algunos psicólogos. Incluso en un contexto como el del conflicto armado, grupos ilegales han aplicado violaciones correctivas a lesbianas y a hombres trans para corregir la supuesta desviación sexual.
Lo más preocupante es que no son consideradas como formas de violencia por las comisarías de familia o el ICBF. El instituto y las comisarías solo se limitan a procurar que haya consentimiento entre la familia y no sin sanciona a quienes promueven estas prácticas.
El proyecto de ley que pretende eliminar los ECOSIEG no busca señalar o penalizar culpables directamente, sino evitar que otras personas sexualmente diversas resulten afectadas y hacer consciencia colectiva acerca de que este es un problema real que no puede seguir ocultándose.
La iniciativa radicada por el representante Toro quiere prohibir que se ofrezcan, publiciten o practiquen 'conversiones'. También hace un llamado al Ministerio de Justicia y a la Fiscalía para crear un protocolo de investigación criminal que priorice investigaciones de delitos cometidos por razones de discriminación a las orientaciones, identidades y expresiones de género diversas.
¿Cuál es el futuro del proyecto de ley?
Los ponentes del proyecto de ley no la tienen fácil. Antes del 16 de junio, el proyecto será debatido en la Comisión Séptima de la Cámara, conformada por miembros visibles de iglesias evangélicas, como los parlamentarios de Colombia Justa y Libre, y por representantes del Partido Conservador y Cambio Radical, que se han opuesto en otras ocasiones a propuestas de corte liberal.