honduras feminicidios

Esta población es considerada un problema para los gobiernos local y nacional pues no cotizan, no generan ingresos, no tienen horarios, no pagan impuestos ni cumplen ningún rol productivo en la economía, están por fuera del sistema. La sociedad en general considera que

los habitantes de calle son un riesgo para la seguridad y la vida, para sus intereses, que afean el paisaje, que no tienen derechos y merecen la suerte que tienen. Todavía se escucha que las mujeres habitantes de calle deberían ser esterilizadas para detener ese gran mal social.

 

De otro lado, se percibe en redes sociales el inconformismo con las organizaciones de mujeres, porque “hablan mucho” y no han hecho un escándalo sobre esta situación. Esas críticas desconocen lo complejo del contexto por el inminente estado de invisibilidad en las que viven estas mujeres.

 

Un gran número de mujeres habitantes de calle llegan allí mediadas por prácticas de violencia sexual y física en el hogar, que afrontan desde muy temprana edad, razón por la que siendo niñas deciden vivir en la calle antes que seguir en estas situaciones.  Allí descubren que la vida no es mucho mas fácil ni más alegre, y que por su condición de niñas mujeres se enfrentan a riesgos propios de universos masculinos: la esclavitud, la violencia física y sexual. En ese tránsito y esa lucha por la sobrevivencia, las niñas conocen todo tipo de espacios, escenarios, riesgos, dolores, soledades, abandono estatal, discriminaciones, indiferencia social y temporadas en cárceles. Son testigos de robos, muertes, y asumen un silencio sistemático porque, pese a todo, la idea es preservar la vida. Ya siendo mujeres se incorporan a vivir la vida en la calle, que se juega en lógica masculina. Allí, para sobrevivir hay que volverse como un hombre: una persona ruda y sin sentimientos.

En su interacción social, que pasa por el robo y el rebusque, no hay conciencia de derechos, y así las asume el resto de la sociedad, incluyendo el Estado. Una habitante de calle se refiere a las demás personas como “gente de sociedad”, anulándose completamente de esa condición.

 

Como parte de nuestra formación (nosotros, nosotras, la “gente de sociedad”), desconocemos y nombramos como diferente todo lo que no se nos parece. Los acercamientos que hacemos para relacionarnos con habitantes de calle se basan en la idea de que quienes viven allí deben volverse como “la gente de sociedad”: ir al trabajo, pagar impuestos, cumplir horarios, pagar arriendo, ahorrar, salir de vacaciones, aguantar hambre cuando no hay empleo, hacer filas y esperar semanas para ser atendidos por una EPS cuando hay una enfermedad, acumular objetos, salir adelante y progresar.

 

Fuera de esa lógica -que, básicamente, se asienta en la idea de incorporar a quienes están en situación de calle al sistema productivo- no hay muchas posibilidades de interacción horizontal- Por lo tanto, es bastante difícil que estas personas puedan salir de sus círculos exclusión y extrema pobreza.

 

Las habitantes de calle, las mujeres invisibles de la ciudad, las mujeres por las que nadie preguntó en una ausencia de 7 años o más, son ciudadanas y tienen derechos. Sus crímenes son el resultado de toda la insolidaridad social y la naturalización que hay a las múltiples formas de violencia económica, social y simbólica a las que las exponemos diariamente. Sus crímenes son el resultado de toda las desprotección e indiferencia estatal, arraigada en la clase política. El escenario es propicio para que estás prácticas se sigan dando. Aún no conocemos sus historias, sus desapariciones, sus dolores; poder recuperar esas memorias hace parte de la construcción del tejido social.

 

Esperemos que la nueva administración de Bogotá sea capaz de incluir en sus planes a las personas que viven estas situaciones. Y que los medios de comunicación dejen de llamar “monstruo” a un ser humano; que recordemos en cambio su único calificativo pertinente: el de feminicida.

 

Bogotá, 4 dic. Julieta Penagos

 

 

 

http://www.colombiainforma.info/mov-sociales/generos/2946-los-feminicidios-del-monstruo-de-monserrate-y-las-mujeres-invisibles