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“La teología de la liberación fue una cosa positiva en América Latina”, afirma el Papa. Responde así a la pregunta del periodista de El País dada en una larga entrevista recién este domingo.

La frase ha debido estremecer a los sectores católicos conservadores iberoamericanos. Dirán que esta es la prueba que faltaba para confirmar que Francisco es comunista.Pero el mismo Papa aclara que la que fue condenada fue la versión de la teología de la liberación que utilizó el marxismo como método de análisis de la realidad. En otras palabras, que no toda la teología de la liberación ha sido marxista. Pero, ¿cuál no lo ha sido?

Si hubo una teología de la liberación marxista, terminado el marxismo, ha perdido toda relevancia. Si hubo una teología de la liberación que no fue marxista, ¿qué queda de ella? El periodista y Francisco dan por acabas ambas. “Fue cosa positiva”, afirma el Papa.

¿”Fue”? ¿Es? ¿Ha quedado algo de ella?

Si la teología de la liberación terminó, felices estarán los sectores católicos responsables en gran medida de la miseria latinoamericana de los años sesenta y de la irreductible desigualdad del tercer milenio. El fracaso de esta teología ha podido satisfacer, además, a obispos como López-Trujillo, Medina y Sodano, entre otros, sus enemigos jurados. Pero la “Iglesia de los pobres” de América Latina habrá perdido su lanza intelectual. Quedará en pie, eso sí, la versión eclesiástica de la Iglesia, la versión que no calienta a nadie.

Sostengo, por mi parte, que la teología de la liberación no ha muerto y, por ende, la Iglesia latinoamericana sí tiene futuro.

Distingo dos aspectos metodológicos de esta teología que difícilmente pueden ser cuestionados. Esta teología postula que el “lugar hermenéutico” para reflexionar sobre la fe en Jesucristo incide decisivamente en la manera de comprenderla y de vivirla. No es lo mismo el “dónde”. No puede ser igual la teología de los africanos, de los asiáticos, de los brasileros o de los centroamericanos.

Las iglesias se localizan en la historia y culturas determinadas. Ninguna, ni siquiera la iglesia de Roma, tampoco el Papa, puede decir, bajo todos los respectos y en todas las situaciones, “tengo la única interpretación” del Evangelio. Pero hay otro asunto metodológico -discutido entre los autores- mucho más relevante. Este consiste en postular que aquel “lugar hermenéutico” puede ser también un “lugar teológico”.

A saber, que Dios puede “hablar” en los acontecimientos históricos que atañen a una iglesia en particular. No es lo mismo que la revelación contenida en las Escrituras ilumine la realidad actual de una iglesia determinada a que Dios “diga” algo a ella en el presente. La teología de la liberación sostiene que Dios hoy repudia la violencia de las maras y el femicidio, dos signos de los tiempos tremendos del continente. En Chile podría decir “acojan a los inmigrantes”.

Pues, además del método -que siempre debe ser revisado-, mientras haya esclavitudes y dependencias de unos seres humanos por otros o de sistemas impersonales de opresión, como el neoliberismo y la robotización que está acelerando la exclusión de las personas, la teología de la liberación será indispensable. Esta teología acude a socorrer a las víctimas de un “pecado social”. Mientras este siga destruyendo al ser humano, los teólogos de la liberación tendrán trabajo.

El cristianismo en América Latina está en juego. El catolicismo, en particular, hace agua. En Chile los católicos disminuyen un punto porcentual cada año. ¿Podría la teología de la liberación frenar estas tendencias? Este no es el asunto. Lo único central es el Evangelio. Esta es la apuesta de la única teología auténticamente latinoamericana.

Es más, si lo propio de los adultos es pensar con autonomía, una Iglesia latinoamericana dependiente intelectualmente de Roma es una iglesia infantil. Si sigue operando con teología europea, no tiene futuro. La falta de reflexión sobre la experiencia situada personal y colectivamente de Dios no debe considerarse una posibilidad. Es una condición sin la cual se atenta contra el credo de la misma Iglesia, el cual exige articular fe y razón.

¿Cómo se ve el futuro? Sin teología de la liberación, muy oscuro. Si esta no es enseñada en las facultades y los seminarios latinoamericanos, si en estos no hay autonomía y libertad para pensar, si los seminaristas continúan siendo formados para servir las necesidades misioneras de la Iglesia europea, ¿qué se puede esperar?

Celebro la postura de Francisco. Ojalá no me equivoque con mi propia opinión.

Jorge Costadoat, SJ  –  Teólogo

Religión Digital (España)   –   Reflexión y Liberación (Chile)