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Sobre el estallido social y político que se da en Colombia desde el pasado 28 de abril se están utilizando varias categorías y conceptos para nombrarlo, intentar su caracterización y descubrir su esencia.

Ya hay suficientes análisis sobre el origen de la conmoción social que afecta al país. Hay estudios acertados sobre las dimensiones del desbarajuste del aparato productivo y la economía (Fedesarrollo habla de perdidas equivalentes a los 6 billones 200 mil millones de pesos, más o menos 2 mil millones de dólares). El Dane dio a conocer estudios sobre la descomunal caída en la pobreza y miseria de millones de personas que han perdido sus empleos, ingresos y demás fuentes de subsistencia. El enfoque político insiste en la crisis de representatividad, en la perdida de legitimidad de las instituciones y en la quiebra de la gobernabilidad y la gobernanza del aparato de gobierno.

Obviamente, la crisis sanitaria ha exacerbado todos los indicadores del colapso orgánico que sacude el sistema nacional colombiano.

Revuelta social, huelga política de masas, huelga general, insurrección popular y revolución social, son los nombres utilizados para identificar el fenómeno que ha causado gran impacto interno y en el resto del mundo.

Sin embargo, es el propio movimiento y el proceso de la acción colectiva los que demandan una mayor concisión en la caracterización del fenómeno. Así, bien conviene señalar algunas claves de esta potente oleada popular que sacude el régimen neoliberal y la estructura de dominación de las castas oligárquicas.

En primer lugar, se debe señalar que este Paro refleja una acumulación de las fuerzas expresadas desde la movilización universitaria del 2011, la huelga agraria del 2013, las manifestaciones estudiantiles del segundo semestre del 2018, las grandes manifestaciones de noviembre del 2019 y los estallidos sociales de septiembre del 2020. Se trata de una ola sucesiva de explosiones populares encadenadas hasta llegar a la actual situación sin antecedentes en la historia colombiana como bien se puede desprender de la lectura de algunos textos clásicos sobre la protesta colombiana como el de Indalecio Liévano Aguirre, sobre los Grandes Conflictos Sociales y Económicos de nuestra historia; como los trabajos de Leopoldo Munera, sobre las marchas agrarias lideradas por la Anuc; los de Renan Vega, sobre la huelga de las bananeras y sindicales; los densos estudios de Maurico Archila; los de Pedro Santana, sobre los movimientos cívicos de Bogotá; los de Alvaro Delgado; los de Medofilo Medina; y los de Edwin Cruz.

En segundo lugar, hay que resaltar el papel de los bloqueos de ciudades y de vías estratégicas como repertorio de presión y determinador de resultados con gran impacto y repercusión política, acompañado de trincheras y barricadas en los espacios urbanos, particularmente en Cali. Los bloqueos de vías estratégicas como la que comunica a Buenaventura con Cali; la Panamericana que comunica con el Sur del País; la carretera hacia los Llanos Orientales; las vías del Huila hacia el Caquetá y Putumayo, prácticamente paralizaron el país. Después de muchos años de intentar construir y adelantar un Paro general por primera vez las masas encontraron una herramienta muy efectiva para detener la economía y golpear el corazón de la producción capitalista neoliberal y el tejido del mecanismo de la explotación y despojo de los trabajadores y de la población en situación de desempleo.

Los bloqueos y las barricadas son el mayor triunfo y el más importante aprendizaje de las masas en su confrontación con el dominio oligárquico en los últimos 38 días.

En tercer lugar, hay que destacar el papel del Comando Nacional del Paro. A pesar de que en un momento se hicieron visibles algunas prevenciones respecto de este núcleo dirigente de la actual protesta popular, en las semanas recientes el desempeño del Comando ha mostrado pericia y talento en la conducción de la negociación con el gobierno. El CNP ha despejado muchas dudas respecto de la percepción que se tenía sobre su naturaleza burocrática y gremialista; en la Mesa de diálogos y negociaciones ha manejado con bastante habilidad la estrategia del gobierno que juega a la dilación y la destrucción violenta de la inconformidad social. El Comando del Paro a pesar de no representar a todos los sectores del actual movimiento social, ha sabido combinar adecuadamente las reuniones y los avances en el tema de las garantías para la protesta con la movilización permanente mediante convocatorias a manifestaciones, plantones y acciones de calle. Tanto que para el próximo 9 de junio ha citado una gran toma de Bogotá, con delegaciones procedentes de todos los puntos cardinales del país. Sin duda este evento marcara un nuevo momento de la actual huelga general que sacude a la sociedad. Por la manera como Uribe Vélez descalifica y estigmatiza al CNP es posible medir su incidencia y su capacidad para adelantar la interlocución con los delegados del gobierno que juegan al desgaste, el engaño y destrucción de la rebelión social. El CNP ha cobrado las dimensiones de una subjetividad política estratégica que debe realzarse.

En cuarto lugar, es interesante destacar los cambios y el papel del Estado en esta coyuntura. La violencia policial y la acción criminal del ESMAD, reflejada en el asesinato de más de 100 jóvenes, 250 desaparecidos y más de 50 lesionados en los ojos, han puesto de presente la naturaleza sangrienta del poder de la oligarquía. El Decreto 575 que ordeno militarizar 8 departamentos y más de 15 municipios significo una remodelación del Estado para hacer prevalecer una línea de autoritarismo en su desempeño como aparato central de la dominación plutocrática. Ese decreto, inconstitucional a decir de los expertos, prácticamente es el pivote de un “Golpe de Estado” disfrazado que recorta las libertades civiles e impone una dictadura en los territorios en los que la rebeldía ha tenido el mayor despliegue y acento. La autoridad civil de gobernadores y alcaldes queda a merced de la discrecionalidad de los comandantes de las brigadas y batallones militares y policiales. No es difícil prever que como consecuencia de la denominada “asistencia militar” se incremente la arremetida violenta contra los manifestantes y que en las ciudades prosperen grupos del neo paramilitarismo promovido por la policía; asuntos todos estos que debe analizar la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos, la cual ingresa al territorio colombiano mañana domingo 6 de junio, después de haber sido vetada por la actual Vicepresidente y Canciller de la Republica.

En quinto lugar, hay que destacar las conquistas y logros del Paro entre los que se destacan la suspensión de la reforma tributaria que dio pie a las manifestaciones y bloqueos, la caída del Ministro de Hacienda, de la Canciller, del Comisionado de Paz, los decretos expedidos por los Alcaldes de Cali y Yumbo que le dan reconocimiento político a las Coordinadoras de las resistencias y a las Primeras líneas conformadas para enfrentar al ESMAD.

Lo que se puede prever es la extensión de este último logro a otras ciudades del país como Bogotá, donde avanza un proceso de coordinación de los Puntos de resistencia repartidos por el territorio de la capital del país con sitios emblemáticos como el Portal de las Américas (hoy Portal de la Resistencia), Suba, Usme, Bosa, Héroes y Soacha. Es interesante como esta nueva red de acción urbana sugiere una modificación del viejo formato de las movilizaciones realizadas en las últimas décadas. Digamos que los nuevos formatos de la movilización distribuidos por todo el territorio permiten un mayor “rendimiento” de la misma en términos políticos, de aprendizaje y construcción de nuevos liderazgos.

En sexto lugar, hay que indicar que si bien todo lo que está ocurriendo tendrá unas repercusiones electorales en las votaciones presidenciales y legislativas del año entrante, no hay que desconocer el enorme potencial de la acción callejera directa en el propósito de alcanzar las reivindicaciones consignadas en el Pliego, las cuales recogen diversas aspiraciones de los sectores populares.

Por último, hay que entender que el actual movimiento puede entrar en un tramo de repliegue para después retomar el protagonismo correspondiente, una vez se han hecho los balances del caso. Vendrán coletazos en algunas regiones y en sectores que están en movimiento, pero sin mayor visibilidad como la Marcha agraria del Guayabero y Sur del Meta, la movilización campesina del Catatumbo y el despliegue de la Minga indígena del Cauca, ciertamente un actor central de la actual coyuntura con notable presencia en Cali y la Panamericana, cargada de cierta “altanería plebeya” que irrita sobre manera al uribismo –quintaesencia de la altanería y vulgaridad neonazi- y algunas almas progresistas cargadas de una excesiva sensibilidad democrática. Lo cierto es que la Minga indígena caucana ha mostrado fuerza, entereza y prevalencia en la defensa de los derechos de los indígenas del sur occidente colombiano.