Aviso

 

Durante décadas el Estado ha utilizado la represión y la agresión como método para silenciar el descontento social; la sistematicidad de estos crímenes de Estado y la impunidad que los cubre, ‘colmaron el vaso’ y desbordaron un grito de rebeldía por la justicia y la dignidad.  

El viernes por la tarde en medio del caos propio de la jungla de cemento, corría por la carrera Séptima de Bogotá en busca de una estación de esa ‘lata de sardinas’ que llamamos Transmilenio, pero me detuve al ver en una pared un cartel que decía: “21S, Justicia y Dignidad, Paro Nacional”; debo confesar que soy del gran grupo de colombianos que no se integra a las marchas, no por apatía o falta de conciencia, sino porque el miedo nos pesa bastante, pero el abuso policial y la indignación que me produce, me obliga a salir a marchar.

El pasado lunes 21 muy temprano, mientras escuchaba noticias y tomaba café calcé mis botas y convidé a mis parceras de siempre, en mi mochila alisté el ya tradicional kit de supervivencia. Es triste reconocerlo, pero en Colombia todo el que se manifiesta debe cuidarse de la acción violenta e irracional de los vándalos de uniforme –los tombos–, todo parecía indicar que esta no sería la excepción y Duque soltaría los canes de la Guerra –Esmad– para que destrocen cualquier conato de expresión popular.

La manifestación popular no tenia un único punto de partida, los sitios estaban distribuidos en diferentes puntos cardinales de la ciudad. Mientras nos dirigíamos hacia uno de ellos ingenuamente pensábamos que sería una movilización completamente pacífica, ya que el jefe de los vándalos de uniforme había dicho públicamente que en esta ocasión dejaría los vándalos en sus madrigueras, pero la Pochis reviró: ¡que va, los tombos y el cerdito siempre dicen una cosa y hacen todo lo contrario!

Sobre las 9 de la mañana llegamos al Parque Nacional que empezó a poblarse y en pocos minutos se volvió un océano multicolor, cargado de matices, aromas y expresiones pluridiversas unidas por el descontento social, el ímpetu y la rebeldía por la necesidad de hacer sentir la voz disidente contra un Estado que nos roba y agrede constantemente.

La manifestación se transformó en un dragón vivo, que como Drogon levantó vuelo y poco a poco tomó la carrera Séptima rumbo a la mítica Plaza de Bolívar. Al interior del dragón multicolor todo era fiesta y algarabía, a su paso desbordaba rebeldía y contagiaba a los mirones. Unos gritaban, otros eran apáticos y algunos se unieron al río humano que desbordó la céntrica vía bogotana.


Luego de un tiempo el gentío como -un tren al sur- arribó a la Plaza y la tensa calma de la manifestación empezó a transformarse, cuando a pocas cuadras de nuestro destino empezamos a ver agolpados a los vándalos del Esmad. Ahí estaban, intimidantes y desafiantes, que nos obligó a estar con el ojo abierto porque en cualquier momento sabíamos que nos atacarían dada su alergia a la movilización social.

En la Plaza todo era fiesta, las arengas resonaban como guitarra eléctrica, -¡Holmes renuncie!, ¡No más brutalidad policial!-, a nuestras espaldas ondeaba una pancarta que nos representaba a todos -¡por la vida y por la paz, nunca más guerra para la juventud!-, el frío capitalino nos hizo recordar que Bogotá está a 2.630 metros sobre el nivel del mar, cuando la algarabía fue interrumpida por otros gritos que alentaban a correr y de inmediato mi nariz me empezó a picar. -¡Marica los tombos están echando gas!-. Era evidente, le habían soltado la correa a los canes de la Guerra.

En medio del caos había que seguir en la Plaza, no por ser valiente o solidarias, sino que era imposible huir, todos los alrededores estaban copados por la Policía militarizada -los Robocop’s-, y todos sabemos que ellos primero golpean y después matan. El que lo dude que traiga a la memoria el asesinato de Dylan Cruz.

Esta vez no hubo Guerra campal, los Robocop’s solo generaron caos y causaron pánico para disolver esta legítima expresión de descontento social. Ellos creen que triunfaron porque disolvieron la manifestación, pero están muy equivocados, lo único que logran día a día es que el descontento social haga metástasis, que incuba en nuestro ADN la rebelión popular y nos obliga a luchar en las calles por un verdadero cambio social.