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En un artículo denso, documentado y muy bien escrito, es decir según el método marxista, excelentemente “abstraído y expuesto”, el profesor exiliado en la universidad de Estocolmo, Carlos Vidales, heredero de la sensibilidad humana de su padre el poeta Luis Vidales, entre sus varias y diversas obras escritas en el destierro, logró estudiar analizar y darle una interpretación política (como debe ser) a la explosión social ocurrida en el virreinato de la Nueva Granada en 1781, ampliamente conocida y estudiada en la historia de Colombia como la rebelión de los comuneros del Socorro.

Injustamente desconocido, o tal vez lo contrario, a pesar de ser escrito en 1983 (hace 31 años) su documento-texto (“paper”) titulado “Estrategias y Tácticas en la Rebelión de los Comuneros 1781-1782, el que afortunadamente se puede conseguir en internet y NO dudo en recomendar.

Carlos, delimitando dentro de la ciencia política las diferencias entre las categorías de Revolución y Rebelión, y al calor de los sucesos de la lucha social que en esos momentos se vivían Colombia; discute con la abundante historiografía, que desde muy diversos ángulos ideológicos se escribió en los siglos XIX y XX, para poner su atención y aclarar la “táctica y estrategia de la lucha de masas” realizada por el movimiento comunero en aquella época, con la idea clara de dejarlo como herencia de lucha.  

Según se ha venido a contextualizar más ampliamente, movimiento social necesariamente enmarcado o mejor sobre determinado, dentro de la gran crisis histórica de la llamada civilización capitalista imperial occidental, y el reemplazo de la hegemonía y del modelo de acumulación “comercial” capitalista hispano-genovés, por la hegemonía y el modelo “industrial” inglés holandés:

El reemplazo en España de la familia regia de los Austrias por los Borbones, la decadencia del Imperio español, la guerra hispano-inglesa, el apoyo armado español a las colonias estadounidenses en su guerra de independencia 1775-1783, o proceso constituyente estadounidense contra Inglaterra y, los esfuerzos desesperados de los Borbones por descargar los gastos de aquella la ruinosa y derrotada guerra inter imperialista, extorsionando con sus impuestos exorbitantes y arbitrarios, aún más, las riquezas de sus Colonias americanas entre ellas la Nueva Granada, la más importante fuente de oro colonial hacia las metrópolis europeas; son el telón de fondo de la trágica escena histórica que vivieron con todo su dolor los habitantes de mi querido pueblito viejo, que se atrevieron con su osadía a desafiar el más poderoso Imperio colonial de aquella época y pagaron con su sangre, exterminio y, con la destrucción de toda aquella arisca región colombiana, sembrándola con sal contrainsurgente.      

Transcribo lo que podría ser considerado como un sugestivo planteamiento original para el momento actual (2014) en Colombia:

Los «dos momentos» y el uso de la fuerza.

Para cumplir con éxito sus objetivos, la rebelión debe crear ciertas condiciones en dos «momentos» diferentes, así:

Primer momento: a) crear las condiciones para que el régimen se vea obligado a negociar; b) crear las condiciones para que, en el curso de las negociaciones, el régimen se vea obligado a aceptar las exigencias del movimiento.

Segundo momento: crear las condiciones para que, una vez firmados los acuerdos, el régimen se vea obligado a cumplirlos y no pueda violarlos ni revocarlos.

El instrumento de que se vale la rebelión para crear, mantener y reproducir todas esas condiciones, es la fuerza: fuerza política, fuerza económica, fuerza militar. La organización de tal fuerza implica el desarrollo de un doble poder, diferente y opuesto al poder del régimen. Desde el inicio del alzamiento hasta la obtención de los acuerdos, se construye y fortalece un ejército popular, gobiernos locales y regionales, administraciones de rentas, redes de comunicaciones, tribunales de justicia, etc.

Durante este periodo, o «momento», los dos poderes enfrentados no pueden coexistir, son «antagónicos». El ejército rebelde debe aplastar al del gobierno. Los jueces ordinarios deben ser destituidos. Todo el aparato estatal, en las áreas sublevadas, es tomado y «reorganizado». En cada acto rebelde hay una negación del poder del régimen, y el observador cree encontrarse ante una verdadera revolución. Esta ilusión alcanza incluso a los altos funcionarios del estado, que tienen larga experiencia en asuntos de rebelión. Así, el Real Acuerdo escribe al rey, diciendo que las actitudes del generalísimo Berbeo eran «tan imperiosas que no parecían propias de quien venía a capitular para luego quedar de súbdito particular; por lo que justamente se recelaba la Junta de que sus designios fuesen más altos que los que había manifestado».

Pero una vez firmadas las Capitulaciones comienza un nuevo «momento». El centro de gravedad de la lucha se establece en torno a estas cuestiones: ¿podrán mantenerse en vigor las reformas acordadas, durante el tiempo necesario para que la ley, el uso, las costumbres y las instituciones las conviertan en irreversibles? ¿Cómo lograr la institucionalización de las Capitulaciones?

Se entabla, entonces, una lucha política, bajo formas enteramente nuevas: los rebeldes buscan mantener y acrecentar su fuerza integrándola al sistema, convirtiéndola en parte orgánica del aparato estatal, a fin de garantizar el cumplimiento de los tratados; el régimen busca desarticular esa fuerza, impedir su institucionalización y disolverla, para poder anular las concesiones otorgadas y castigar a los insurrectos. Este es el «segundo momento» de la rebelión, momento de importancia decisiva, que no ha sido estudiado en el caso de los comuneros de la Nueva Granada. 10

Nota 10. Para autores como Ángel María Galán, Fulgencio Gutiérrez, Rito Rueda-Rueda, Armando Gómez La torre y Enrique Caballero Escovar, la rebelión termina con una «traición»: la firma de las Capitulaciones. Para el ya citado Phelan, en cambio, los acuerdos capitulares representan «una revolución política» que se frustra por el hecho de ser impracticable: «las utopías, dice, tiene la costumbre de esfumarse cuando nos acercamos a ellas». Mi tesis es diferente: yo sostengo que los comuneros obtuvieron una victoria completa en el primer momento (insurrección armada doble poder capitulación: pero fueron derrotados en toda la línea en el segundo momento (integración del doble poder al sistema tradicional institucionalización de las Capitulaciones), porque no fueron capaces de resolver los problemas políticos y militares propios de dicho segundo momento.

También aquí tenemos problemas con la historiografía colombiana. Solo Cárdenas Acosta, Francisco Posada e Inés Pinto Escobar, reconocen en estos actos una conducta de simulación maquiavélica. En el otro extremo, Arciniegas cree sinceramente que el pueblo se sublevó espontáneamente, sin preparación previa, y que eligió a ciegas a una jefatura compuesta de cobardes y traidores.

Los demás planteamientos de Carlos, por razones de espacio, sugiero desmenuzarlos en toda su riqueza en el artículo citado, pues el tema de los “comuneros socorranos de 1781”, está muy lejos de haberse agotado, como lo demuestra el último y voluminoso estudio de más de 600 páginas en archivo PDF, escrito por el doctor en ciencias históricas y económicas, profesor Héctor Jaime Martínez Covaleda, titulado “La Revolución de 1781. Campesinos, tejedores y la rent seeking en la Nueva Granada (Colombia)”. Tesis con la que obtuvo el doctorado en historia económica en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, y que parece ser, de momento, la obra más importante y extensamente documentada sobre este tema, desde el punto de vista de las ciencias sociales en la actual Colombia.  

Para los interesados y amantes del tema que estén dispuestos a leer este extenso y enjundioso documento en su totalidad, afortunadamente, también se puede consultar en Internet en el siguiente enlace: