En una reveladora entrevista que hizo portada en la revista semana, el 01 06.2024 el veterano excanciller Álvaro Leyva, entre otras interesantes cosas, habla sobre el tema político y mediático del momento: “la Constituyente en Colombia”, tema que por efecto de la intensa lucha ideológica y política que se libra en el país, se ha convertido en otro de los tantos sancochos indigestos, que han transformado la agenda pública colombiana en una verdadera torre de Babel en donde nadie se entiende con nadie.
Una fenomenal confusión bastante bien intencionada entre el qué y el cómo. Entre procesos legales o legítimos con los objetivos y los medios para su realización. Entre el dónde, y el con quién, con el cuándo y el para qué. Entre la movilización social, y un referendo electoral, o peor aún, la organización social con un eventual “acuerdo nacional”, uno de los tantos pactos y acuerdos chimbos, que han realizado las clases dominantes coaligadas a todo lo largo de la atormentada y violenta historia colombiana. En fin, el oscuro río revuelto de la oscuridad escolástica y leguleya, típica de Colombia, en donde todos usan su anzuelo personal para pescar algún pez gordo del beneficio mezquino, y que el analista Horacio Duque trata de mencionar, benévolamente, así:
…”Los Acuerdos de paz firmados en el 2016 entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC no están perdidos y tampoco hechos trizas como pretendieron las roscas uribistas durante el gobierno de Iván Duque. En esos Acuerdos, no obstante, sus limitaciones, hay una base y unas luces que acuden a nuestras necesidades para ofrecer alternativas y salidas a los momentos de mayor dificultad en el azaroso camino que recorremos en la actual coyuntura, crispada por el permanente sabotaje de la ultraderecha a los compromisos de transformación asumidos por la administración del Pacto Histórico como los de la salud, las pensiones, los agrarios, los laborales, los territoriales y los internacionales«.
Sabotaje que suma diversos fenómenos como el continuado intento golpista, el de la corrupción, la zancadilla legalista de las cortes, el bloqueo parlamentario, la intoxicación mediática, la mentira de la prensa corporativa, la incoherencia política, el clientelismo de la izquierda y de los verdes, el burocratismo estatal, las violencias heredadas, la disfunción en la gestión de la paz total y la recomposición de las bandas del paramilitarismo y las mafias de la droga.
Los Acuerdos de paz del 2016 hay que rescatarlos en su valor político, simbólico, pedagógico e institucional. Los mismos deben ser el sustento de nuevas formas de organización de la sociedad civil y de las comunidades en sus ámbitos locales, territoriales y sectoriales, tal como ocurrió con la reciente Asamblea popular de paz realizada en Neiva el pasado 19 de mayo. A lo que habría que sumar la corrupción institucional actual, el sancocho de la gobernanza del gobierno inicial de Petro, o, yendo un poco más atrás, el mismo sancocho ideológico, administrativo y electorero que le dio sustento a una incomprensible alianza con Benedetti, con Roy Barreras, o con Alejandro Gaviria, y demás “opositores agazapados” en torno a él. Y que pusieron en claro un desconocimiento (muy probablemente intencionado) entre lo que se quiere prometer a la sociedad para su transformación en la actual crisis civilizatoria en desarrollo, y lo que se sabe se puede realizar dentro de este estrecho marco que permite la dependencia del imperialismo global, en guerra por la Hegemonía.
Una cosa es la contradicción sociológica universal del capitalismo, entre las Fuerzas Productivas de la sociedad en constante desarrollo y su freno por las enmohecidas Relaciones de Producción. Por ejemplo, para seguir en Colombia, entre el estancamiento visible en la premodernidad blindada con toda suerte de artilugios nacionales y extranjeros del terratenientismo del Uriberrimo romosinuano, coludido con la pseudo aristocracia de la oligarquía dibujada en la gran prensa oficial; en choque con el desarrollo imparable de la base económica y la economía tanto legal como la ilegal en constante conflicto con la minoría dominante usufructuaria (nacional y extranjera) que pretende su control formal.
Y otra realidad singular colombiana, la particular contradicción habida entre la Solución Política al histórico conflicto armado, el que, necesariamente, tendrá que incluir en su final una Constituyente que desmonte el Bloque de Poder Contrainsurgente dominante, y, sin lo cual, muy probablemente, no se logrará la paz en Colombia ni en 4 generaciones (es decir, en los 100 años de los condenados de la tierra). Solución confundida con el proceso constituyente de larga evolución, que está contenido en los 70 años de resistencia de masas a una Democracia Genocida y exterminadora, con la que se ha pretendido tercamente solucionar, durante 7 décadas, dicha contradicción .
Sin reconocer que: Los 70 años de resistencia de masas al exterminio social son parte de un proceso constituyente, y que esta resistencia contiene en sí misma la solución a la contradicción que la sostiene, que es una nueva Constitución política que regule las relaciones entre dominados y dominantes con unas nuevas realidades, será muy poco lo que se pueda lograr para pacificar el país. Los denominados procesos de paz total del gobierno de Petro con las insurgencias del ELN y los grupos “reciclados” de las FARC, con sus diversas confluencias estratégicas para encontrar la Solución Política al conflicto colombiano, así lo demuestran. Y ni qué decir de la realidad de las complejas y extensas fronteras colombo-venezolana y ecuatoriana, por ahora apaciguadas aparentemente pero sin control, que sin duda estarán a la espera de la elección de la reelección de Trump.
Los prehomínidos prehistóricos (antes de la historia) debieron acomodar y adecuar su aparato fonador con el contenido cerebral que les bullía en su caja craneana también en expansión, y así surgieron los sonidos de las vocales y las consonantes: los fonemas y los sintagmas que permitieron la comunicación entre ellos y, los puso en el largo e interminable camino de la civilización humana.
Así las cosas; uno se podría preguntar, si será posible que los actuales Homo sapiens historicus colombianensis, puedan llegar algún momento a comunicarse adecuadamente para sentarse a una mesa a comer cómodamente un apetitoso y nutritivo sancocho criollo, antes de que sea demasiado tarde.