Aviso

 

Primero nació Internet. Ese gran monstruo que “uniría” a los pueblos, que tumbaría fronteras. Así la vendieron desde Estados Unidos y desde otros países potencias.

Al nacer era inofensiva. Servía para hacer las tareas del colegio, para buscar información de otros países, para conocer la moda, entre otros temas. Con los años, nacieron otras redes sociales. Las más famosas: Twitter, Instagram y Facebook. Informar por esas vías era relajado, en un principio, nadie le prestaba atención, o casi nadie.

Ahora, esta trilogía puede acabar con una persona, con un país, puede hacer de una mentira, una verdad. Es un arma de guerra que fue subestimada por largo tiempo.

El 23 de febrero aporta la primera gran evidencia de que la izquierda en el continente aprende a defenderse y hacerle frente a la guerra de nueva generación, la guerra cibernética.

Hay demasiado fogonazo en las redes todavía y quizás es temprano para hacer una evaluación razonada sobre los recientes acontecimientos en Venezuela desde el punto de vista de las acciones ofensivas en redes, pero es posible entrever algunos ejes de una batalla por la disputa de sentido que, a mi juicio, han ganado las fuerzas progresistas con amplio margen.

Comparto solo unas notas y unas mediciones preliminares que permiten adelantar algunos conceptos que median la disputa entre Estados Unidos y América Latina por el territorio digital y que se expresaron en torno al “Día D” #23F.

“En Venezuela marcha una provocación dirigida personalmente por el imperio estadounidense (…) no cabe duda de que Trump pretende montar un golpe de Estado en el país”, afirmó el presidente Nicolás Maduro el pasado 24 de enero, y los hechos no han hecho otra cosa que probarlo.

Los altísimos decibeles contra Venezuela del discurso del presidente Barack Obama, primero, y de Donald Trump, después, con el inflamable senador Marco Rubio de mariscal de campo en Cúcuta, no es un sarampión que eventualmente terminará por pasar, si logran o no sus objetivos. Está en la arquitectura del sistema de seguridad nacional estadounidense e incluye las redes como territorio de primer orden para los objetivos del gobierno estadounidense, cuyas operaciones de influencia global no son ataques dispares contra el enemigo de turno.

El Departamento de Defensa a través de la Defense Advanced Research Projects Agency (Darpa) creó el Social Media in Strategic Communications (SMISC) con el doble objetivo de “identificar y contrarrestar las campañas de desinformación y de engaño del enemigo en las redes sociales, reduciendo la capacidad del adversario de manipular del entorno informativo”. El programa fue develado en 2011 y, supuestamente, concluyó en 2015 después de una ola de críticas, aunque especialistas en el tema aseguran que sus estructuras siguen tan vitales y actuantes como entonces.

 

 

En 2010, el Departamento de Estado creó el Center for Strategic Counterterrorism Communications (CSCC), que sigue utilizando abiertamente las redes sociales como plataforma para contrarrestar la “propaganda enemiga”. En palabras de su fundador, el embajador retirado Richard LeBaron, “el CSCC materializa la especialización de la diplomacia pública en el campo de las redes sociales, como los equipos SEAL se especializan en acciones contraterroristas en el plano táctico”.

El CSCC cuenta con tres equipos multidisciplinares: Inteligencia y Análisis, Planes y Operaciones, y el Digital Outreach Team (DOT), encargados del planeamiento, análisis, diseño y producción de las campañas gráficas y su seguimiento. Su capacidad de interacción en Twitter es casi en tiempo real y alcanza un elevado nivel de interacción en conversaciones con extremistas de todas partes del mundo.

“Los combatientes son guerreros cibernéticos profesionales, empleados del Gobierno de Estados Unidos o contratados en terceros países, además de experimentados guerrilleros aficionados que persiguen objetivos muy bien definidos con precisión militar y herramientas especializadas. Cada tipo de combatiente trae un modelo mental diferente al conflicto, pero usa el mismo conjunto de herramientas”, afirma Renee DiResta en su ensayo “The Digital Maginot Line”.

Esos entramados están ahora mismo operando en Venezuela, como lo han hecho en otros escenarios. Estas campañas a menudo se perciben como un caos orgánico impulsado por acciones emergentes en línea y acciones de aficionados, cuando de hecho son ayudadas o instigadas por entes estatales e institucionales sistemáticas que van de arriba hacia abajo con entramados jerárquicamente bien establecidos.

Exactamente lo que se percibe cuando sacamos la cabeza del bombardeo noticioso en el Timeline de Twitter y nos aparece como eje informativo de todos los canales tradicionales y digitales la escuadra Trump-Rubio-Pompeo-Bolton-Abrams, que a diferencia de otras guerras, por primera vez, ha montado la operación golpista un día ampliamente publicitado -el 23 de febrero-, y en un espacio geográfico y públicamente definido: Cúcuta.

La prueba de la rectoría política de Estados Unidos en la campaña digital está a la vista. Basta con seguir el timeline de Marco Rubio en Twitter. El 23 de febrero envió más de 50 mensajes y retuits para incitar acciones violentas contra el Gobierno de Nicolás Maduro, incluida la incitación al magnicidio, que viola abiertamente los términos y condiciones de esta plataforma social.

ACTIVIDAD ANTIVENEZOLANA
La herramienta Account Analysis de Luca Hammer refleja la agitada actividad antivenezolana en Twitter del senador, que el 23 de febrero dirigía desde Cúcuta el cuartel general de la provocación contra Venezuela. Según esta herramienta, del 21 al 23 de febrero, las etiquetas más tuiteadas por Marco Rubio fueron: #Venezuela (149), #Maduro (22), #MaduroRegime (15), #Colombia (11), #Cuba (11), #Caracas (7) e #Israel (7).

En esos más de 50 tuits del 23 de febrero, el senador adelantó la información de acciones que estaban previamente diseñadas para inculpar al chavismo, como la fake news de que militares cubanos participaban en operaciones en territorio venezolano, sin aportar prueba alguna.

Por ejemplo, en otro tuit responsabiliza al Gobierno venezolano de asesinar a civiles e incendiar tres camiones, poco antes de que las redes se inundaran de videos, testimonios, fotos aéreas e información que probaban que el incendio se había producido del lado colombiano, y que la principal víctima de las agresiones fue la fotógrafa chilena Nicole Kramm, blanco del ataque perpetrado por seguidores del autoproclamado designado por Estados Unidos, Juan Guaidó, en la frontera colombiana.

Esto publicó Rubio el 23 de febrero a las 8:39 am: “La pandilla pro-maduro, a la dirección de los agentes cubanos, ha utilizado armas de fuego contra trabajadores civiles en el puente Simón Bolívar. Los líderes militares son cobardes si están de pie, y permiten que los criminales extranjeros de la calle y el Gobierno maten a su propia gente”.

MANEJANDO MENTES
La sala situacional para la guerra informativa, trasladada en pleno a Cúcuta mostró cómo las redes sociales no son exactamente foros sin moderación. Estados Unidos dirigió la campaña y no solo actuó al margen de la regulación tradicional de los medios, sino contra las propias normas de las plataformas sociales y hasta contra un mínimo de normas básicas que se supone debe contener la actuación de políticos y parlamentarios en el mundo.

El uso de fake news ese día no solo ha supuesto una profunda corrupción de políticos que no dudan en utilizar la mentira y la manipulación para lograr sus objetivos sino que la mentira y la desinformación se planificaron previamente y se utilizaron deliberadamente para encender la mecha de la guerra con actores interesados, más que en proveer información, en producir reacciones políticas, polarizar y “prender fuego” en los territorios virtuales y físicos.

Hay hartas discusiones en la izquierda acerca de qué es lo primero, si tomar la calle o tomar la red, como si fueran excluyentes. Los chavistas han comprendido que si hay una tarea política fundamental es la de acabar de entender que la vida on line y off line no van separadas, son una continuidad, forman parte de un solo cuerpo, y que hay que saber apreciar este cuerpo único como termómetro de la vida social y medidor del pulso de la política.

El territorio fundamental en la guerra de información es la mente humana. Si no eres un combatiente, eres el territorio. Y una vez que un combatiente gana sobre un número suficiente de mentes, tiene el poder de influir en la cultura, la sociedad y la política. Este principio del nuevo ecosistema mediático parece que empieza a ser comprendido por las fuerzas revolucionarias.

Como ocurre en el territorio físico, hemos visto en la operación mediática contra Venezuela la inducción a gran escala por parte de la oposición de tácticas de guerrilla urbana con poca información y carga excesiva de emoción negativa en la gente, utilizando para ello los chats de plataformas telefónicas, de las redes sociales y los servicios para recaudar fondos por Internet.