Puede sorprender cómo un acto tan cotidiano como es el saludo puede encerrar tanto significado ideológico antes de empezar a decirle a esa persona conocida eso que querías contarle.

 

Cuando nos encontramos con una persona conocida y nos paramos a hablarle a menudo seguimos unos protocolos establecidos automáticamente, sin pensarlo. De hecho, si bien el saludo debería tener el sentido de mostrar la alegría ante el encuentro con otra persona, ha pasado a convertirse en unas frases o interjecciones que decimos sin ni siquiera pasar por ningún tipo de procedimiento consciente, al igual que ocurre cada vez que decimos gracias, buenas noches o de nada.

 

Y nos saludamos.

 

El modo de saludar es un claro reflejo de las conductas sexuales que adoptamos en sociedad, ya que depende de cuáles sean los sexos que se saludan para seguir un protocolo u otro. No existe, por lo tanto, dentro del marco de la ideología dominante, un espacio para la transexualidad. Realmente, no existe espacio para las personas, solo para los hombres y para las mujeres. Ya antes de realizar el saludo, lo primero, es clasificar a la persona en función de su sexo.

 

En el caso de que dos hombres se saluden, se darán un fuerte y varonil apretón de manos. Sería vergonzoso darse dos besos en las mejillas. ¿Un hombre? ¿Con otro hombre? ¿Qué eres, maricón? Efectivamente, detrás de cada hombre apretando la mano a cada hombre existe un proceso alienante de sometimiento a los protocolos establecidos (no significa esto que saludar con un apretón de manos sea un acto propio de un oprimido, sino que el hecho de realizarlo un colectivo de personas sin excepciones se debe a que la sociedad actúa sobre cada individuo). Pero, lo que es más grave, detrás del conjunto de hombres (como sociedad, y no como individuo) apretándose las manos cada vez que se saludan, nos encontramos con la homofobia. Que dos hombres se besen las mejillas supone una pérdida de virilidad ante los procesos subconscientes que el ojo social realiza, una exposición a poder ser identificado como homosexual. La virilidad se pierde en el punto en que eres homosexual, porque para la ideología dominante los homosexuales son menos hombres que los heterosexuales. De hecho, sí puede darse el caso de que entre hombres el saludo se realice por medio de dos ósculos en las mejillas, si hay una diferencia importante de edad, puesto que un hombre es menos hombre que el otro.

 

El concepto de homofobia cambia cuando se trata de mujeres. En el caso de que dos mujeres se encuentren se darán dos besos en las mejillas: no supondrá ningún inconveniente para el juicio social que dos mujeres se saluden así. Esto es debido a que las mujeres, a ojos de la sociedad, no son más que un generador de mercado sexual. Las mujeres no tienen que demostrar ser heterosexuales, porque las mujeres sirven al hombre, pero sí deben demostrar feminidad recurriendo al beso para el saludo en lugar del varonil apretón de manos. En lo que a la industria del sexo se refiere, existen claros ejemplos que aparecen tanto en series de televisión, películas como en videoclips musicales (de modo sutil, pero percibido inconscientemente por el receptor de la información) o, en su máxima expresión, en el porno. Me parece muy difícil que alguien se encuentre con una escena en cualquiera de esos formatos en la que dos hombres estén poniendo cachonda a una mujer besándose o con actuaciones sugerentes (o en el caso del porno masturbándose para ella). Sin embargo esto sí ocurre al revés, si hay dos mujeres y un hombre.

 

Precisamente, fruto de que la mujer sea empleada como generador de mercado sexual, la mujer se limita a dar besos para los saludos. Sin embargo, el hombre, que es el que liga y no la que es ligada (de lo contrario resulta ser una puta, a diferencia del hombre), se encarga de clasificar por sexos porque es el sujeto dominante en las relaciones sociales en lo que al sexo se refiere. Es por esto que el hombre y la mujer se saludan por medio de dos ósculos.

 

Antes de saludar a una persona, la clasificamos en hombre o mujer. El lenguaje es sexista desde el momento en que nos dirigimos a otra persona con unas palabras o con otras en función de si posee pene o vagina: en masculino o en femenino (y machista al transmitir que las mujeres no cuentan mediante el uso del masculino inclusivo).

 

Aclaro que así como el hombre es el sujeto dominante, la mujer es el sujeto típicamente activo, puesto que la opresión actúa sobre ella, y por eso mismo será ella la que tenga que esclavizarse y perder más humanidad a disposición del hombre, lo que en términos económicos y causales de su condición se traduce en que al mercado le interesa producir opresión sobre las mujeres frente a los hombres (que son oprimidos por la industria del sexo como personas, pero no como hombres) para que estas sean típicamente activas, es decir, consuman. Pinturas de ojos, pinturas de uñas, tatuajes, depilaciones, rayos UV, tacones, vestidos, liposucciones, cremas, maquillaje, ortodoncias, perfumes, operaciones de pecho… Al capital no le interesa promover estereotipos de hombres que consuman estos productos a pesar de que aparentemente sería un buen negocio, precisamente porque para mantener este negocio resulta necesario marcar las diferencias en función del sexo. En caso contrario el mercado cae.

 

Del mismo modo la industria del sexo es una forma de control, desde el mismo modo de relaciones sociales, que comienza por el tiempo que cada mujer dedica a imitar a las mujeres de los anuncios, continúa por la masa alienada cada jueves universitario en las discotecas y termina por el estado de pánico frente a mostrarnos como personas o a quedarnos solos que nos lleva a obedecer los estereotipos y desempeñar roles hasta que nos morimos.

 

Entonces, ¿qué hago, si la forma de saludo es sexista? ¿Cómo saludo a la gente? ¿Debo saludar a la gente en coherencia con mis principios?

 

Si bien responder a estas preguntas puede aparentar absurdo debido a que el objetivo del artículo es más bien mostrar hasta qué punto nuestros actos cotidianos a los que no les prestamos la mínima atención pueden contener tanta ideología, ante la posibilidad de que no lleguen a producirse en la mente de aquel lector que deteste lo sexista del saludo, voy a terminar el artículo concluyendo que para aprender a saludar (o a no saludar) solo debemos entender el porqué del saludo, al igual que debe realizarse con cualquier conducta autómata, que pierde el sentido original: en eso consiste ser críticos. El objetivo del saludo es mostrar cercanía a la persona con la que estás hablando, da igual cómo se haga si no existen de fondo unos patrones sociales opresores (en sentido amplio), por ejemplo recurriendo aleatoriamente a las distintas formas de saludo. También puedes recurrir al abrazo, pero no olvides si eres hombre y se lo das a otro hombre darle unas palmaditas en la espalda.