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Catalogar las elecciones brasileñas “libres, justas y creíbles” oportunamente, como hizo Biden, redujo la posibilidad de que a Jair Bolsonaro se le ocurriera cantar fraude y negarse a aceptar su derrota. Los analistas han interpretado las palabras del gobierno de Biden sobre las elecciones brasileñas como una demostración de que Washington estaba parcializado en favor de Lula y en contra de su contrincante, quien ha sido llamado el “Trump del Trópico”. Este razonamiento es engañoso, por no decir completamente equivocado.

Lo que más preocupa a Washington es la reemergencia de un movimiento fuerte de los países no-alineados y la posibilidad de que sea dirigido por un progresista como Lula. Durante sus dos períodos presidenciales previos, Lula se perfiló como un portavoz del Sur. Desde entonces, el panorama político mundial ha

cambiado. Hay un número creciente de gobiernos ideológicamente heterogéneos que estaban subordinados a los EE.UU. y que ahora están desafiando los dictámenes de Washington y en el proceso, creando un terreno fértil para un bloque de países no-alineados.

La total inhabilidad de las superpotencias, específicamente los EE.UU. y los países de Europa Occidental, de forjar un acuerdo para terminar el conflicto en Ucrania, abre un espacio para un líder como Lula quien a través de su carrera se ha destacado en negociar con políticos de distintas orientaciones políticas.

La Política Exterior a la cabeza
El triunfo electoral de Lula se produjo con apenas un 50,9 por ciento del voto. Similar a sus periodos presidenciales anteriores (2003-2011), el centro y la derecha, incluyendo los partidos aliados de Bolsonaro, van a controlar el congreso. Esa balanza del poder desfavorable probablemente va a presionar a Lula a hacer concesiones a nivel interno, como el posible ablandamiento de su promesa electoral de obligar a los ricos a pagar más impuestos. Pero indudablemente la presión va a ser menor en el área de política exterior, así que Lula va a estar bien posicionado para cumplir con su oferta electoral de desempeñar un papel destacado en los asuntos regionales y mundiales. En su discurso de victoria en Sao Paulo el 30 de octubre, prometió corregir el estatus internacional de Brasil de ser “un estado paria”, resultado del desdén de Bolsonaro hacia la diplomacia y sus comentarios insólitos, como echar la culpa a China por el COVID y a Leonardo DiCaprio por los incendios amazónicos en 2019.

Poco después de su llegada al poder en 2003, el establishment de Washington vio a Lula como un moderado confiable, al contrario de los “demagogos perturbadores” como Hugo Chávez, Evo Morales y Néstor Kirchner. El exministro de Relaciones Exteriores de México, Jorge Castañeda, en su famoso libro Lo que queda de la izquierda: Relatos de las izquierdas latinoamericanas, alabó a Lula como sensato y pragmático (en el buen sentido de la palabra), y lo contrastó con la “mala izquierda” de Chávez y compañía, a quien tildó de “populista” y “antiamericano”.

Pero la caracterización positiva del desempeño de Lula cambió en 2010. Y cambió no como resultado de las políticas domésticas de Lula, sino su política exterior, específicamente su reconocimiento del estado palestino en base a las fronteras pre-1967, después del cual media docena de otros gobiernos latinoamericanos hicieron lo mismo. El mismo año Lula, en las palabras de Reuters, “enojó a Washington” debido a sus conversaciones con Mahmoud Ahmadinejad y su defensa del programa de energía nuclear de Irán.

Después de eso, Lula ya no era un “buen izquierdista” o una respuesta sana al populismo irresponsable, sino que él mismo había llegado a ser un populista. El Wall Street Journal tituló un artículo sobre la primera vuelta de las elecciones presidenciales realizadas el 2 de octubre, que favoreció a Lula sobre Bolsonaro, “El Populismo Gana las Elecciones Brasileñas”. La autora del artículo Mary Anastasia O’Grady, editora del periódico, escribió “Otra vez el candidato Lula está prometiendo moderación. Su ventaja política es su imagen como un populista benevolente”.

La retórica es un elemento importante del populismo, pero en el caso de Lula, lo que preocupa a EE.UU. son las acciones concretas que el presidente pueda realizar que minarían la hegemonía norteamericana. Esa amenaza proviene en gran parte del bloque de cinco países económicamente fuertes que forman el BRICS: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. En Washington, los analistas escépticos llamaban a las cumbres del BRICS “talleres de pendejadas” de gobiernos que tienen poco o nada en común. Ese fue el sentido del Tweet de Mike Pompeo – cuando le faltaba poco para terminar su periodo como Secretario del Estado. Pompeo escribió “¿Recuerdan el BRICS?”, y luego insinuó que el miedo por parte de la India y Brasil hacia Rusia y China hizo a la organización totalmente inoperante.

En una entrevista desde la prisión en 2019, Lula declaró que el “BRICS no fue creado como un instrumento de defensa, sino para ser un instrumento de ataque”. Sus referencias durante la campaña presidencial al BRICS, como también a la CELAC (de la cual Bolsonaro se retiró) y a UNASUR, reforzaron este mensaje. Después de reunirse con Lula el día después de las elecciones, el presidente argentino Alberto Fernández dijo “con Lula, ahora Argentina va a tener un activista en nuestro esfuerzo” de ingresar al BRICS.

Washington ve la expansión del BRICS como una amenaza, agravada por la membresía de Rusia y China en la organización. En las semanas finalizando la campaña presidencial, el National Endowment for Democracy (NED), escribió “Con la expansión del BRICS… para incluir a Argentina, Irán y posiblemente Egipto, Arabia Saudita y Turquía, Rusia puede adquirir aún más aliados, lo que representaría un porcentaje significativo del producto interno bruto de la población mundial”.

¿Hasta qué punto es Lula “neutral”?
Washington no puede estar contento con la posición de Lula sobre el conflicto ucraniano. Lula ha insistido que el BRICS desempeñe un papel en la búsqueda de una solución negociada y que él está dispuesto servir como un negociador. En palabras de Telesur, Lula dijo que “la paz puede ser lograda en la mesa de un bar, lo cual causó inquietud entre los diplomáticos de Ucrania y Brasil”.

Pero no es solamente el miedo de que Lula se acerque más a Rusia y a China que a Washington (cosa que sí es cierta), lo que no deja a los diseñadores de la política norteamericana dormir en la noche. A diferencia de Washington, Lula reconoce la legitimidad de la democracia venezolana y, en palabras de Ben Norton, ha dicho a los medios locales que Juan Guaidó es un “criminal de guerra que debe estar en la cárcel”. En los días antes de las elecciones, Lula dijo a The Economist: “hablan solamente acerca de Nicaragua, Cuba y Venezuela. Nadie habla de Qatar. Nadie habla de los EE.UU”.

Desde que el Partido de los Trabajadores de Lula perdió el poder en 2016, Lula ha insistido que la principal falla del BRICS es el hecho de que no lanzara una nueva moneda para servir como un rival al dólar. En una entrevista desde la cárcel, Lula dijo que “cuando yo abordé el tema de una nueva moneda, Obama me llamó y me preguntó: ¿usted está tratando de crear una nueva moneda, una especie de nuevo Euro? Dije ‘No. Solamente estoy tratando de deshacernos del dólar’”. En 2022, la perspectiva para una moneda de reserva del BRICS es mucho más prometedora, y además los cinco países miembros apoyan la idea. Por cierto, este año, la moneda de cada uno de los miembros del BRICS ha superado el Euro.

El uso político del dólar por parte de los EE.UU. va más allá de la rivalidad con Rusia y China, ya que las sanciones internacionales impuestas por Washington han llevado sufrimiento agudo a los pueblos del Sur, incluyendo Cuba, Venezuela, Nicaragua e Irán.

La consigna de un “mundo multipolar” invocada frecuentemente por Lula apunta al surgimiento de bloques diversos incluyendo el de las naciones no-alineadas. Un artículo en el verano de 2022 de Foreign Policy, escrito por un experto en seguridad nacional, refleja el pensamiento de muchos en Washington que están inquietos acerca de la no-alineación: “Cuando el sistema internacional está fallando o ausente… no es sorprendente que los líderes abracen la no-alineación. Mientras más los EE.UU., Rusia, China u otras superpotencias presionen a países menos poderosos para escoger lados, esos países van a gozar más de una autonomía estratégica, que pueda crear un mundo más pobre y más cruel, ya que los países reducen su dependencia externa y consolidan el control de su casa”.

Algunas personas de la izquierda también rechazan la consigna del “mundo multipolar”. El activista político Greg Godels llama a la multipolaridad “una noción originalmente planteada por académicos burgueses buscando herramientas para entender la dinámica de las relaciones globales”, y agrega “no hay ninguna garantía que los polos que emergen o desafían los polos de las superpotencias… representen un paso adelante o un paso atrás, simplemente porque sean alternativos”.

En teoría, Godels tiene razón, pero hasta ahora en el siglo 21, la multipolaridad ha sido un movimiento y una consigna netamente progresista. Es verdad, que la presencia del gobierno racista de Narendra Modi o el de Arabia Saudita en el BRICS pone en duda la naturaleza progresista de ese grupo. La sorprendente decisión reciente tomada por Arabia Saudita de rechazar el plan de Biden de bombardear más petróleo con el fin de bajar los precios internacionales, y al mismo tiempo perjudicar a Putin, no significa que sea menos reaccionaria. Pero esa es precisamente la razón por la cual el papel de liderazgo de un progresista como Lula a nivel mundial es tan importante.

Tenemos que recordar que el movimiento no-alineado se fundó en los años 50 por líderes como Josip Broz Tito, Gamal Abdel Nasser y Kwame Nkrumah, quienes estaban muy lejos de ser “neutrales” ya que todos eran de la izquierda y comprometidos con el socialismo. El movimiento desempeñó un papel importante en favor de la descolonización, el desarmamiento, y la oposición al racismo y al apartheid.

Similarmente, Lula está lejos de ser “neutral”. Por cierto, no ha escondido su sospecha de que los investigadores norteamericanos colaboraron con los fiscales brasileños para su encarcelamiento, una acusación que ha sido bien documentada por la agencia noticiosa Brasilwire.

La mayor demostración de que el pragmatismo de Lula no eclipsa su defensa de posiciones principistas en política extranjera, es su reconocimiento al estado palestino y el apoyo contundente resultante que ha recibido de la comunidad palestina tanto en Brasil como en el extranjero. En la primera vuelta de las elecciones presidenciales, Lula recibió 592 votos en la Ribera Occidental contra 52 para Bolsonaro.

Una vez más, América Latina es el único punto brillante en el mundo para las políticas y metas progresistas. Lula está posicionado para ser el líder de la ola progresista que ha barrido América Latina desde la victoria electoral de Andrés Manuel López Obrador en 2018. Pero la incógnita principal es si Lula va a poner su perspicacia a prueba al desempeñar un papel en favor de una multipolaridad progresista para un movimiento creciente a nivel mundial que está desafiando la hegemonía norteamericana y que abarca posiciones distintas en el espectro político.