El 24 de febrero de 2022, cuando Vladímir Putin anunció que lanzaba una “operación militar especial” contra Ucrania, marcó un hito en la historia del delicado equilibro nuclear que habían mantenido las grandes potencias desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Aparte de que anunciaba el comienzo de la invasión a un país soberano y generaba una de las más graves crisis en Europa y el mundo en los últimos tiempos, ese día el mandatario ruso hizo la primera de varias advertencias que pondrían en vilo al mundo entero porque nunca, desde los ataques de Hiroshima y Nagasaki en 1945, ni Washington ni Moscú se habían atrevido a advertir abierta o veladamente que estaban listos a emplear su arsenal atómico para lograr sus objetivos. En efecto, en su intervención televisiva el jefe del Kremlin aseveró que "quienes intenten detenernos y crear más amenazas para nuestro país y nuestro pueblo deben saber que Rusia responderá de manera inmediata y que las consecuencias serán como nunca antes las han visto en toda su historia”. Luego recordó, como para que todos entendieran a qué se estaba refiriendo, que “Rusia
sigue siendo hoy uno los más poderosos estados nucleares”. Tres días más tarde, el 27 de febrero, cerró con broche de oro, en vivo y en directo, ordenando poner en alerta y “en modo especial de combate” todas las fuerzas nucleares rusas. Un mes después, en una entrevista con CNN, el vocero de Putin, Dimitri Peskov, afirmó que Rusia consideraría el uso de armas nucleares si llegara a percibirse “una amenaza existencial contra nuestro país”. Esto en medio de los feroces combates que se estaban librando en suelo ucraniano, de la andanada de sanciones económicas de Occidente y de los envíos de potente armamento convencional a Kiev por parte de la OTAN. Y, lo más grave, cuando las negociaciones de tratados de desarme y control nucleares entre el Kremlin y la Casa Blanca se encontraban en el peor momento de su historia, los acuerdos para el desarme atómico de Irán se hallaban en un callejón sin salida y Corea del Norte realizaba una prueba con un misil de largo alcance.
Durante toda la Guerra Fría se partió de un principio fundamental que operó exitosamente para evitar la posibilidad de un enfrentamiento nuclear entre Estados Unidos y la URSS: la Destrucción Mutua Asegurada (MAD según el término en inglés). De acuerdo con este concepto, el accionar de armas atómicas quedaba prácticamente descartado porque provocaría el aniquilamiento no solo de las dos superpotencias sino de buena parte de la humanidad y del planeta. Fue así como la disuasión nuclear entre los dos gigantes y el equilibrio del terror basado en la paridad relativa en este tipo de arsenales fue la garantía de que estos jamás llegarían a emplearse. Y tan en serio se tomaron esta regla, que nunca hubo amenazas, al menos no tan explícitas, en el sentido de que una potencia estaba dispuesta a recurrir a sus bombas atómicas. Ni siquiera durante la famosa Crisis de los Misiles de Cuba en 1962, cuando Moscú instaló en la isla caribeña baterías de cohetes nucleares capaces de alcanzar suelo norteamericano en pocos minutos. Pero al amenazar abiertamente con sus armas atómicas Putin rompió con esa larga tradición y puso en evidencia, como nunca antes había sucedido, que una hecatombe nuclear es factible y puede estar a la vuelta de la esquina. Con razón el Secretario General de la ONU, Anonio Guterres, dijo el 14 de marzo que “la perspectiva de un conflicto nuclear, antes impensable, ha entrado al ámbito de lo posible”.
Una hecatombe nuclear es factible y puede estar a la vuelta de la esquina
Lo irónico de toda esta situación es que, hasta la disolución de la Unión Soviética en 1991, Ucrania albergaba en su territorio alrededor de una tercera parte de las armas atómicas de la URSS aunque carecía de control operativo sobre las mismas. En 1994 Kiev se unió al Tratado de No Proliferación Nuclear y aceptó transferir todas sus cabezas atómicas a Rusia para que fueran desmanteladas dos años después. Como parte de este arreglo, ese año Estados Unidos, el Reino Unido, Rusia, Ucrania, Bielorrusia y Kazajistán firmaron el Memorando de Bucarest, en virtud del cual las partes se comprometían a respetar la independencia de las tres repúblicas exsoviéticas, y se abstendrían de usar la fuerza militar o las presiones económicas para influir en su política o en sus relaciones exteriores.
¿Cuál ha sido la respuesta de Biden a las bravuconadas de Putin? Aparte del empleo de una retórica extremadamente agresiva contra el líder ruso y de la salida en falso de comentar que aquel no debería continuar en el poder, el inquilino de la Casa Blanca ha ignorado las amenazas y demostrado hasta ahora una política más o menos moderada: ha recalcado que no habrá una confrontación bélica con Rusia (“un enfrentamiento directo entre Rusia y la OTAN sería la Tercera Guerra Mundial”) y que se concentrará en endurecer las sanciones a Moscú, brindar ayuda económica y militar a los ucranianos e incrementar el número de efectivos estadounidenses en los países miembros de la OTAN que limitan con Ucrania. Washington incluso aplazó la prueba de un misil intercontinental y negó que tenga planeado elevar el nivel de alerta de sus fuerzas nucleares. De todos modos, la Casa Blanca dispuso la creación de un equipo especial encargado de tomar las medidas de protección necesarias en la eventualidad de que Rusia lleve a cabo ataques biológicos, químicos o aun nucleares.
No obstante, sin contar los posibles accidentes, las falsas alarmas y hasta los ataques cibernéticos a los centros de comando y control de uno u otro bando, todavía prevalen situaciones que pueden desembocar en la utilización de armas nucleares. Recientemente, un vocero del Kremlin afirmó, por ejemplo, que los convoyes de suministros bélicos de la OTAN que se originan en países como Rumania y Polonia y que tienen como destino las fuerzas ucranias constituyen “blancos legítimos” porque transportan armas con las que se da muerte a soldados rusos y por consiguiente configuran movimientos hostiles. Los bombardeos con misiles a bases militares en el Oeste de Ucrania, muy cerca de la frontera con Polonia, pueden leerse como una advertencia de Moscú en el sentido de que en cualquier momento puede atacar las líneas de suministro de la OTAN. En caso de que efectivos de la Alianza fueran víctimas de una de tales operaciones o de que estas se llevaran a cabo dentro del territorio de un país miembro de aquella, el choque directo con Rusia sería inevitable y por ende el peligro de recurrir a las armas nucleares se incrementaría. No olvidemos que la OTAN ha desplegado, además, a unos 40.000 soldados en Rumania, Hungría, Elovaquia, Bulgaria, Polonia y los tres países bálticos, mientras que Estados Unidos mantiene a 100.000 efectivos en suelo europeo.
Por otra parte, y esto es quizá lo más preocupante, el Kremlin posee una buena cantidad de artefactos nucleares tácticos, de corto alcance y no tan destructivos como los llamados estratégicos, que pueden dispararse desde plataformas móviles, aviones de combate e inclusive piezas de artillería. Por su parte, Estados Unidos mantiene almacenado en cinco países (Italia, Alemania, Turquía, Bélgica y Países Bajos) un centenar de bombas tácticas. El hecho de que estas ojivas sean menos devastadoras según los estándares de la Guerra Fría paradójicamente las convierte en opciones más tentadoras en caso de que sus dueños quisieran echar mano de ellas para definir a su favor un conflicto como el de Ucrania sin desatar, supuestamente, una guerra nuclear a gran escala. O en caso de que Putin llegara a encontrarse (algo muy poco previsible) en una situación desesperada o al borde de una derrota humillante. Estas armas podrían dispararse, por ejemplo, dentro de las fronteras de Ucrania para aplastar la resistencia de ese país, circunstancia que no disminuiría el riesgo de un enfrentamiento con la OTAN porque, tal como lo han expresado varios voceros occidentales, los efectos radioactivos de dichas explosiones podrían llegar a las naciones vecinas pertenecientes a la Alianza lo cual sería equivalente a un ataque de los rusos. A lo largo de la mayor parte de la Guerra Fría poca atención se puso en estas armas pequeñas y de corto alcance, pues casi todos los tratados de control y reducción atómicos se concentraron en los misiles intercontinentales de gran envergadura y en los de alcance intermedio. Hoy estas “armas de mano” podrían ser los detonantes de la hecatombe que durante tantos años se trató de evitar.
Que un individuo con las características de Putin ande pregonando tan irresponsablemente que no le temblará la mano para usar su arsenal nuclear es algo que pone los pelos de punta. No se puede olvidar que Estados Unidos y Rusia poseen más del 90% del total de cabezas nucleares del mundo en dispositivos marítimos, aéreos y terrestres, una pequeña fracción de las cuales podría acabar en minutos con una buena parte de la humanidad y causar daños letales e irreparables al medio ambiente de la tierra. Washington tiene 5.550 artefactos y Rusia alrededor de 6.000, mientras que los otros estados nucleares --Reino Unido, Francia, China, India, Pakistán, Corea del Norte e Israel-- llegan a unos 1.000 entre todos. No es de extrañar que a finales marzo una encuesta de Ap-NORC Center for Public Affairs Research estableciera que el 50% de los europeos y el 45% de los norteamericanos estaban extremadamente preocupados con la posibilidad de una guerra nuclear a raíz del conflicto de Ucrania.
El 50% de los europeos y el 45% de los norteamericanos estaban extremadamente preocupados con la posibilidad de una guerra nuclear a raíz del conflicto de Ucrania
No obstante, pesar de todo lo anterior, las probabilidades de que estalle una contienda nuclear entre Rusia y Estados Unidos, aunque no son del todo descartables, por ahora resultan bastante improbables e inconvenientes para las partes enfrentadas. Y menos ahora que Kiev y Moscú parecen estar acercándose a una salida negociada. Si bien es cierto que Occidente no iba a ir a la guerra contra Rusia por Ucrania, también lo es que Rusia tampoco pensaba inmolarse en una hecatombe atómica por Ucrania. Pero el legado que dejan las amenazas de Putin pesará enormemente en el futuro de las relaciones internacionales y en las negociaciones relativas al control de armamento estratégico. Siempre se recordará que en estas fechas se entreabrió por primera vez la puerta hacia el horror, hacia la realidad de un cataclismo nuclear.