Hasta hace algunas semanas eran típicas mujeres todoterreno que pasaban el día resolviendo quehaceres domésticos, deambulando entre trabajos precarios, criando solas a sus hijos, malabareando para lograr la hazaña de no pasar hambre. Mujeres anónimas. Madres, jóvenes, jefas de hogar, pobres. Mamás luchonas. De las cientos como ellas que viven en las barriadas populares del suroccidente de Bogotá, de las miles que habitan el territorio colombiano, de las millones que pueblan Latinoamérica.
Hasta hace algunas semanas eran típicas mujeres todoterreno que pasaban el día resolviendo quehaceres domésticos, deambulando entre trabajos precarios, criando solas a sus hijos, malabareando para lograr la hazaña de no pasar hambre. Mujeres anónimas. Madres, jóvenes, jefas de hogar, pobres. Mamás luchonas. De las cientos como ellas que viven en las barriadas populares del suroccidente de Bogotá, de las miles que habitan el territorio colombiano, de las millones que pueblan Latinoamérica.
Pero el estallido social las convocó a las calles y esa vasta experiencia en el trabajo de cuidados (no remunerado) la replicaron puertas afuera y la transformaron en identidad colectiva: hoy son las “Mamás de la Primera Línea”.
Johanna tiene 36 años, una hija de 12 y un hijo de cuatro. En entrevista telefónica nos relata el germen del grupo: “Somos mamitas del común, todas cabezas de familia, que nos fuimos conociendo en las movilizaciones. Como las mujeres estamos muy expuestas a los ataques de la policía, a las violaciones, empezamos a andar en grupo, a cuidarnos, a estar pendientes las unas de las otras, y a acompañar a otras jóvenes a sus casas. Un día les propuse hacer unas cartulinas que digan eso de que somos mamás, como algo simbólico, y ahí surgió la idea de conformarnos como grupo. Somos madres cuidadoras, hermanas, vecinas, no somos vándalas, somos madres que salimos en defensa de la vida y en defensa de los jóvenes que marchan pacíficamente y están ahí resistiendo”.
El Portal de Las Américas, en la populosa localidad de Kennedy, es una de las estaciones de cabecera del TransMilenio, el sistema de transporte masivo de Bogotá. Su enorme playón se transformó en uno de los epicentros de las protestas que arrancaron el 28 de abril, primero contra la reforma tributaria y después contra todo el régimen uribista. Y así como en la revuelta chilena se rebautizó la Plaza Baquedano como Plaza de la Dignidad, los carteles ahora reflejan el pulso de la efervescencia y su nuevo nombre, Portal de la Resistencia.
Ahí fue donde se conocieron y decidieron poner el cuerpo en el frente de batalla. Para eso precisaban un elemento central, el escudo que ayuda a aguantar la artillería policial y dar chance a que el resto de manifestantes se repliegue. Buscaron en los contenedores de basura pero no encontraron gran cosa, así que con la poca plata que pudieron recolectar se hicieron unos escudos de madera conglomerada, los pintaron de negro y le inscribieron “Mamás 1 Línea”, inmortalizando ese símbolo de protección e identificación que se viralizó en las redes sociales. El look se completa con los pañuelos cubriendo sus rostros (por el covid, por los gases y sobre todo por seguridad), gorra-visera y unas gafas protectoras que les regalaron unos estudiantes.
Ellas son apenas una docena de las cientos de personas que concurren a diario al Portal de las Américas para mantener viva la llama de la rebelión, que sigue encendida en todo el país pese al ninguneo de la prensa internacional. La dinámica cotidiana es de protestas pacíficas y actividades culturales, y por la noche la ya clásica arremetida del Escuadrón Móvil Antidisturbios (Esmad) que ya dejó un tendal de más de 40 manifestantes asesinados en menos de un mes. Las “Mamás de la Primera Línea” también sufrieron la represión con gases y granadas aturdidoras, justificada por el jefe de la Policía de Bogotá, Eliécer Camacho: “Personas inescrupulosas están utilizando mujeres que no tienen ninguna experiencia posiblemente en temas de confrontación, utilizan elementos como escudos para enfrentarse a nuestro Esmad. Es una irresponsabilidad”.
Johanna pide ser llamada Johanna a secas, prefiere no dar el apellido por seguridad. “Algunas de las mamitas ya están siendo amenazadas, y lógicamente el miedo está –comenta, y en el relato su voz se empieza a quebrar–. El mayor miedo que tenemos es cuando le damos cada día un beso y un abrazo a nuestros hijos y saber que ese puede ser el último abrazo. Es durísimo, es la parte más dura, más duro que pararte frente a una tanqueta que te lanza chorros de agua y gases lacrimógenos”. Se sabe que alzar la voz en Colombia se puede pagar muy caro: solo en lo que va de este año fueron asesinados 65 líderes y lideresas sociales. “En nuestro país todo aquel que se rebela o protesta es mandado a silenciar. Entonces el miedo está ahí, pero vamos a seguir resistiendo porque es más fuerte el deseo de ver una Colombia diferente, una Colombia justa, donde tengamos derecho a la vida digna”, asegura.
La subestimación y la demonización del gobierno se complementan con su amplia retaguardia mediática. La oficialista revista Semana llegó al extremo de titular “Madres de primera línea, el nuevo invento de los vándalos para defenderse del Esmad”. En el artículo, la periodista María Isabel Rueda habla del “uso criminal de las mamás” y las compara con los niños reclutados por los grupos armados. Johanna aclara lo obvio: “No nos usan de escudo, en ningún momento nos están incitando a nada, fue pura iniciativa de nosotras”.
Desigualdad y violencia patriarcal
El combo neoliberalismo + pandemia está haciendo estragos en Colombia. Según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), en el último año 3.500.000 de personas cayeron en la pobreza, que trepó al 42,5 por ciento, y el desempleo aumentó cinco puntos llegando al 16,8 por ciento. Las cifras oficiales ratifican cómo las mujeres resultan las más golpeadas: en el primer trimestre de 2021, el desempleo femenino alcanzó el 20,7 por ciento, casi 10 puntos más que en los varones.
“Aquí nos ha pegado duro todo, la pandemia, la crisis y también la Policía”, sintetiza Johanna esta múltiple opresión. La Defensoría del Pueblo ya recibió 87 denuncias de violencia de género durante el paro nacional, entre ellas 16 casos de violencia sexual. El más conmocionante fue el de una joven de 17 años en Popayán que se suicidó después de haber sido abusada sexualmente por cuatro policías.
Las “Mamás de la Primera Línea” actúan como defensa y ayudan a derribar la farsa de que son “vándalos” quienes están al frente de las protestas. Pero también colaboran en la logística llevando agua o sándwiches e interceden cuando algún joven se quiere pasar de rosca; saben que cualquier agresión contra la policía se usa como justificativo para más represión.
Las razones de seguir en las calles son tantas como tanta la rabia acumulada en tantos años de este neoliberalismo de guerra. Johanna resume las de su batallón: “Nos unimos a la protestas porque estamos cansadas de tanta represión estatal, de que maten a nuestros jóvenes. Salimos a las calles por el derecho a la salud, a la educación, al trabajo. Estamos cada vez más pobres y el Gobierno lo único que hace es atacar al pueblo para defender los intereses de unos ricachones. Salimos para que acabe tanta violencia, para que nuestros hijos tengan algún día un país en paz. Salimos a decir ‘no más’. Salimos, pues, por el derecho a vivir”.
Linaje de madres en lucha
La historia global de dictaduras y regímenes infames vio nacer muchas experiencias de madres organizadas, guardianas de la memoria y ejemplos de coraje universal. Desde las icónicas Madres de Plaza de Mayo en Argentina hasta las Madres de los Sábados de Kurdistán, pasando por las COMADRES en El Salvador. Historias de heroínas paridas por el horror y el dolor de sus hijas e hijos desaparecidos.
En Colombia el terrorismo estatal y paraestatal se dio (se da) sin necesidad de un Gobierno militar. La Fiscalía General registra 84.330 adultos y 9.964 niñas y niños desaparecidos, más que la suma de todas las dictaduras del Cono Sur. Por eso se conformaron en 1999 las Madres de la Candelaria. Y unos años después las Madres de Soacha y las Madres de los Falsos Positivos, aquellos jóvenes asesinados por el Ejército y presentados como guerrilleros muertos en combate durante el gobierno de Álvaro Uribe.
“Nosotras tomamos como ejemplo el dolor de todas las madres de Colombia y del mundo que salieron a pelear porque les arrebataron a sus hijos. Y aquí decimos: no parimos hijos para la guerra. Salimos a marchar porque no trajimos al mundo hijos e hijas para que el Estado nos los asesine”, explica Johanna, y sin querer queriendo teje un puente histórico de mujeres que irrumpen en el espacio público para que el mundo sea un poco más humano.