¿Cómo se ha podido desmoronar el proceso político que más igualdad generó en el país más desigual de América Latina y el Caribe?
Quizás en la misma pregunta está la respuesta.
La derecha nacional e internacional nunca le perdonó a Evo Morales, un indígena aymara, que se tuvo que campesinizar para hacer frente a los estragos del neoliberalismo, que nacionalizara los recursos naturales de Bolivia el 1º de mayo de 2006, tan sólo tres meses después de tomar posesión, y convocara a una Asamblea Constituyente que otorgaba derechos como nunca en la historia a las mayorías sociales, al sujeto indígena originario campesino.
Y por eso le dieron un golpe de Estado en cuanto pudieron. En cuanto se acumularon suficientes errores sobre los que montarse. En cuanto se generó el clima social adecuado para poder consumarlo sin que pudiera ser revertido.
Hoy el golpe de Estado en Bolivia traza una línea que divide no ya a los antimperialistas, sino a los demócratas, de quienes se amparan en cualquier error cometido por el gobierno de Evo Morales para justificar o mirar para otro lado ante el golpe contra la democracia que supone lo sucedido en el país andino-amazónico.
Porque un golpe cívico-policial, con la complicidad de las fuerzas armadas, y empujado por una oleada de violencia sin precedentes que quemaba casas de militantes del MAS-IPSP o secuestraba personas, dirigida por la derecha racista y reaccionaria, es un golpe de Estado se mire por donde se mire, sin eufemismos.
Y si Galeano escribía que la historia de América Latina es la historia del saqueo de sus recursos naturales, parece innecesario subrayar que también es la historia de la injerencia estadounidense sobre su patio trasero. Injerencia mediante golpes de Estado, pero también mediante mecanismos de dominación como la Organización de Estados Americanos (OEA). Una OEA que tiene responsabilidad directa en el golpe no sólo por omisión, sino por acción, manipulando a la opinión pública nacional e internacional sin presentar una sola prueba de fraude, tan sólo las irregularidades propias de cualquier proceso electoral, y que de ninguna manera variaban el resultado final de la misma: la victoria de Evo Morales y el Movimiento al Socialismo por más de 10 puntos de diferencia sobre Carlos Mesa. También en algún momento habrá que depurar responsabilidades sobre quién al interior del gobierno boliviano empujó para aceptar como vinculante una auditoría de la OEA y Almagro, que es lo mismo que decir del Departamento de Estado estadounidense, ante un escenario de retroceso de la integración política latinoamericana, donde los cipayos locales de EU han destruido la Unasur y vaciado la CELAC.
Porque tampoco cabe ninguna duda del rol jugado por EU en la crisis posterior al triunfo electoral. A pesar de haber sido expulsados de Bolivia el embajador, la DEA y la Agencia para el Desarrollo estadounidenses, la oficina de la CIA al interior de la embajada en La Paz ha seguido operando los últimos años, fragmentando el movimiento social en varias partes del país.
Se hace necesario aquí reconocer la grandeza y liderazgo de Evo Morales, que ha preferido renunciar a un proceso que tanta sangre alteña y boliviana costó en los años anteriores a 2006. No es casualidad que esta crisis política se salde sin un solo muerto por represión gubernamental, en contraste con lo que sucede en Chile, Ecuador, Honduras o Haití, en este caso con el silencio cómplice de la OEA.
Un Evo que ha preferido asilarse en México, cuando podía haberse atrincherado en el Chapare y liderar la contraofensiva ante el vacío de poder que se abre en una Bolivia sin gobierno, sin quorum en la Asamblea Legislativa Plurinacional para nombrar a una presidenta interina (el MAS tiene 2/3 de la Asamblea), sin ningún liderazgo opositor nacional más allá de los liderazgos regionales, y donde la resistencia al golpe continúa creciendo, sobre todo a partir del núcleo irradiador de El Alto. Las contradicciones entre el heterogéneo bloque opositor, el ejército, la policía y las élites económicas no van a tardar en salir a la luz, y será necesario desnudar los intereses detrás del golpe de Estado.
En esta época de posverdad, donde se justifica un golpe de Estado sin que nadie, incluida la propia OEA, haya mostrado una sola prueba de fraude, ya habrá tiempo de analizar los errores cometidos por el gobierno popular de Evo Morales. Pero ahora son tiempos de resistencia. De cuidar a los compañeros y compañeras perseguidas por sus ideas políticas, y de generar un movimiento mundial de solidaridad con el proceso de cambio boliviano y su presidente indígena, antimperialista, anticapitalista y anticolonialista. Tiempos de organizar la resistencia interna, que va a ser de larga duración.
Ya habrá tiempo de reflexionar por qué no pudieron, con una potencia de fuego, político, económico y mediático, diez veces superior, con la revolución bolivariana, donde a pesar de todos los errores se pudo construir no sólo una unidad cívico-militar, sino un pueblo con conciencia crítica y un partido que no fue vaciado por el Estado y fue clave para la movilización popular.
Bolivia no es Venezuela, ni el proceso de cambio la revolución bolivariana. Pero Evo sí es Chávez, es Allende, es Mandela, es todas y cada una de las personas que luchan por un mundo mejor, con justicia social y ambiental.
Evo somos todos y todas.
* Politólogo vasco-boliviano, especialista en América Latina
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