Con la victoria de Bolsonaro y su toma de posesión como nuevo presidente de la República de Brasil, la bolsa sube. Estamos viendo en los últimos acontecimientos como el discurso del “outsider” en contra del establishment, corrupción y su adyacente erupción de sentimientos nostálgicos nacionales mueve a una parte de la ciudadanía a buscar enemigos donde antes no los había. Sin embargo, cuando nos referimos a ciertos actores políticos como “outsiders” en verdad debemos concretar que estos individuos son en realidad “insiders”. Este hecho se ejemplifica con personajes como Bolsonaro que ha sido diputado durante treinta años o el líder de VOX, en España, cobrando ochenta mil euros en asociaciones que ni él mismo sabía la labor que acontecían.
Si ahondamos en el ideario de ambos sujetos mencionados anteriormente, encontramos como raíz el neoliberalismo. Esta ideología es una conducta política, social y económica producto de la globalización del capitalismo. Se fundamenta en una ética de éxito personal e individual en la que el propio sujeto se ha realizado única y exclusivamente gracias a su esfuerzo personal ignorando que muchos de los logros, como por ejemplo la jornada de ocho horas, fueron arrancados por la lucha colectiva del proletariado de los brazos de la burguesía. Como eje central tiene la liberación del mercado en favor de las privatizaciones, limitando la intervención del estado y la reducción sistemática de los servicios públicos. En este caldo de cultivo partidario de la desigualdad y basado en el consumismo, crecen las nuevas generaciones que son bombardeadas por el mensaje mainstream de los grandes medios de comunicación y los lobbies alimentados por sus mentores intelectuales austríacos de la llamada Escuela de Viena, conocida actualmente como la Escuela de Chicago. La misma ideología que en los años 70 mediante un golpe de estado arrancó el gobierno legítimo de Allende en favor de una dictadura neoliberal del dictador Pinochet. Ahí los derechos y libertades del pueblo chileno no importaban y sin embargo ahora los de Venezuela sí, siempre y cuando gane el neoliberalismo y el capital transnacional.
Hemos sido testigos durante todo el siglo XX y también en los comicios del nuevo siglo como independientemente del bando que ocupe la administración estadounidense el resultado es el mismo para América Latina. Gobiernos como el de Zelaya de Honduras, fue derrocado presuntamente con ayuda de los “defensores de la libertad y democracia” del norte en honor a aquel Plan Cóndor fundamentado en doctrinas tan democráticas como la Monroe que decía: “América para los americanos”. Claro, entiéndase por americanos sólo a estadounidenses que los demás no son ni serán considerados legítimos de sus recursos ni de sus tierras. Faltaría más. Sin embargo, en los últimos años la tendencia de esas injerencias ha variado de forma tan sofisticada como descarada. Vemos como la aplicación de la LawFare contra Lula, y otros exmandatarios, se moldeó cogiendo forma con palabras del propio juez del caso “no tenemos pruebas, pero sí convicciones”. Curiosamente ahora ocupa un ministerio en el proyecto neoliberal de Bolsonaro. Recuerdo como un amigo brasileño me contaba que gracias a las políticas de Lula, pudo estudiar en la universidad en su ciudad natal dentro del Estado de Paraná. Al igual que sucedió con Lula, otros defensores de la soberanía nacional e independencia, con origen históricamente en el libertador Simón Bolívar, han sido perseguidos. Y ahí tenemos a Dilma, Rafael Correa o Cristina Fernández de Kirchner apartados de la política bajo el vuelo del halcón de Washington y con el aplauso subordinado e irresponsable de una Europa en decadencia.
La intervención que acontece en Venezuela por parte de los EEUU dura ya más de quince años. Recordemos en 2002 y el golpe organizado por los EEUU, derrotado en cuarenta y ocho horas gracias al respaldo popular del pueblo venezolano. Todos estos intentos fallidos debido al apoyo tanto del pueblo como del sector militar impidiendo la sublevación de generales dispuestos a perpetrar, en favor de los intereses de Washington, un golpe de estado a Venezuela, llevaron a un cambio de estrategia basado en una campaña de propaganda mediática para deslegitimar en aquel entonces al gobierno de Chávez, que no olvidemos ganó todas las elecciones con un sistema electoral que el propio expresidente Jimmy Carter definió como “el mejor del mundo”. Palabras que luego tuvo que retirar. Algunos partidos de la oposición venezolana han intentado deslegitimar la victoria de Maduro no participando en las elecciones para luego acusarlas de fraudulentas. Recordemos que Venezuela siempre ha invitado a observadores internacionales para constatar como el sistema electoral es garantista. Claro, hay ciertos países que deciden no enviar observadores y entonces lo usan como argumento para deslegitimar el proceso electoral venezolano.
En el Derecho Internacional de la carta de las Naciones Unidas se recoge como la soberanía nacional y legítima de un país no puede ser cuestionada por el intervencionismo de otras naciones. Sin embargo, un señor se proclama presidente interino en una plaza de Venezuela, sin ser elegido democráticamente ni por ningún órgano constitucional, y es la misma derecha española que acusó de golpistas a dirigentes catalanes por la proclamación de independencia (inmediatamente retirada) la que lo defiende y lo aplaude. Este es el cinismo y la falta de coherencia de la derecha española. Por cierto, la misma derecha que bien le parece derogar la ley de violencia de género así como mercantilizar el cuerpo de la mujer con la gestación subrogada.
Venezuela ha sido el objetivo de EEUU desde que Chávez no se sometió a la tiranía económica de los vecinos del norte. Desde que buscó alianzas progresistas que creían en la independencia de las naciones de América Latina y la capacidad de decidir sobre el destino de sus propios recursos. UNASUR es otro ejemplo de esto y de como EEUU no quiere perder sus privilegios gracias a la explotación de sus vecinos del sur. Y menos aún en medio de una guerra económica con China. Los derechos humanos y la libertad de expresión del pueblo venezolano no le importan lo más mínimo a Washington y menos aún a una Europa decrépita y sin personalidad propia en materia de política exterior.
Venezuela no es más que otra Irak, otro Afganistán, otra Libia o Siria. Quizás la solución pase por un proceso democrático en el que no participen ni Maduro ni Guaidó (como propuso Mujica). Por último y también en palabras del propio José Mujica la intervención de Venezuela “huele a petróleo”. Y es que ya lo decía Quevedo con aquello de “Poderoso caballero es don dinero”.