Con ocasión de los primeros cien días de gobierno de Iván Duque muchos medios y columnistas de prensa han planteado la tesis de que el gran problema de este Gobierno es la falta de claridad estratégica sobre el rumbo que el Presidente debe darle a su mandato. Lo cual no es del todo cierto. Basta con que se recuerde que Duque fue elegido presidente con el propósito explicito de propiciar la restauración conservadora del orden social, luego de que el anterior gobierno negociara y firmara un acuerdo de paz con la guerrilla de las Farc. Para la derecha recalcitrante del Centro Democrático y sus semejantes en los demás partidos del establecimiento, lo pactado con los alzados en armas constituye un riesgo para los cimientos económicos, sociales, políticos y culturales del orden establecido. Conllevaría a su desquiciamiento total. Y de lo que se trata precisamente es de evitar la hecatombe y alejar el fantasma de la revolución social, que supuestamente vendrían de la mano del Acuerdo de La Habana. Para ello, el nuevo Gobierno y
los partidos que lo apoyan disponen de una estrategia restauradora, con un programa de contrarreformas sociales, políticas y culturales que cuenta con amplio respaldo entre los gremios del capital y los gobiernos de Estados Unidos y de algunos países de Europa y América Latina, especialmente de aquellos en los que la extrema derecha ha llegado o recuperado el poder en los últimos años.
No obstante la claridad en el rumbo estratégico que quiere darle a su gobierno, la verdad es que el presidente Duque no ha logrado concretar ni cosechar avances y resultados significativos en sus primeros cien días, a pesar del cúmulo de propósitos, proyectos y reformas anunciadas desde el día de su posesión. Aparte de liderar una ruidosa campaña internacional contra el presidente de Venezuela y prohibirle a los jóvenes del país el porte de la dosis personal y el consumo público de drogas, su desempeño ha sido mediocre. Entre amplios sectores de la opinión aparece como un gobernante desdibujado y sin mayor capacidad de liderato como jefe de Estado, con mucho protagonismo mediático pero ineficaz en resultados, arrastrando además un índice de impopularidad por encima del setenta por ciento, conforme lo muestran los más recientes sondeos de opinión.
Los que saben de estas cosas dicen que en el fondo de todo esto late un problema serio, para referirse a que Duque podría estar enfrentando
una situación en la que teniendo certeza sobre los fines de su gobierno, no tiene resuelto aún con quién gobernar. Pieza esencial del arte de la política. Lo que por lo demás, podría estar hablando de su inexperiencia tanto como del lastre que significa su pertenencia al partido de Uribe.
Se daba por sentado que Duque gobernaría apoyado en una poderosa coalición política, la de los partidos que contribuyeron a su elección el 17 de junio. El mismo Alvaro Uribe llegó a ilusionarse con ser el jefe del partido del orden reagrupado alrededor del nuevo presidente. A estas alturas, sin embargo, el Gobierno no ha podido conformar siquiera una fuerza política que le garantice gobernabilidad inmediata. Y más allá de contar con el respaldo efectivo del Centro Democrático y un sector del Partido Conservador, el Gobierno no tiene aseguradas las fuerzas suficientes en el seno del Congreso para sacar adelante el paquete de reformas anunciadas por el Presidente el 7 de agosto. Es la razón por la que un número importante de proyectos de ley o de reforma constitucional de origen gubernamental han terminado naufragando en las primeras de cambio de las comisiones del Congreso, y que muchos otros estén a punto de correr la misma suerte. Así las cosas, el proyecto restaurador con que el uribato ha regresado al poder, encuentra aquí serias dificultades, y esto podría estar hablando del fracaso de la supremacía política que Duque y Uribe han querido imponerle a las otras facciones del partido del orden, al Estado y la sociedad toda, en un escenario en el que la extrema derecha es dominante ciertamente pero no hegemónica. Como coadyuvantes de la elección de Duque, César Gaviria, Vargas Lleras y Aurelio Iragorri aguardan aún una negociación sobre los alcances y contenidos de la restauración, así como de su correspondiente participación en el Gobierno. Y ni qué hablar del rechazo con que la gestión de Duque ha sido recibida por la juventud estudiantil, los docentes universitarios y de la básica, trabajadores, campesinos, pensionados y toda la oposición de izquierda. Expresión todo ello, de que en realidad estamos frente a un gobierno débil, y no por débil menos autoritario, en lo que se equivocan quienes ven en el Presidente un gobernante de talante conciliador.
En vez de grandes y solemnes acuerdos entre partidos, lo que el uribato ha pretendido en esta etapa no ha sido otra cosa que la adhesión y respaldo incondicional a sus iniciativas en el Congreso, dejando la negociación de acuerdos políticos puntuales con otras bancadas solo cuando aquella forma de proceder aparece inviable para sus propósitos. En cualquiera de estos eventos, Alvaro Uribe oficia siempre como jefe de debate, conforme se evidenció con el acuerdo político promovido por él en el seno de la Comisión Primera del Senado cuando pretendía introducirle reformas sustanciales a la JEP. Igual manera de proceder
comienza a verse con el trámite del proyecto de reforma tributaria presentado por el Gobierno.
La incapacidad política del Gobierno, expresada en la falta de liderazgo del Presidente y sus ministros para propiciar consensos y unidad entre las fuerzas mayoritarias del Congreso, ha sido suplida por el protagonismo de Uribe, quien para los medios constituye la gran figura política en estos primeros cien días del nuevo gobierno. Su peso y preponderancia política lo muestran como si cogobernara el país desde el Congreso. Y no es para menos: Uribe aparece promoviendo iniciativas sobre incremento de salario mínimo, primas de canasta familiar para los asalariados de menos de tres salarios mínimos, al tiempo que le da órdenes e instrucciones a los ministros sobre cómo deben proceder con sus iniciativas en el Congreso, etc. Esa misma preponderancia le alcanza para poner a jugar al Centro Democrático como partido de gobierno y partido de oposición a la vez, presentando proyectos de ley alternativos a los del Gobierno cuando éstos no le satisfacen del todo, o pronunciándose públicamente contra éstos cuando observa que los mismos pueden generar costos políticos para el Gobierno y su partido. Como brutal cancerbero del orden, Alvaro Uribe adoba su condición con el ejercicio de una especie de populismo de derecha, que así como suple con respaldo político las flaquezas del Presidente titular, igualmente sirve para disputarle a la izquierda la vocería y representatividad de la oposición al gobierno, cada vez sea necesario.
Con todo y Uribe a bordo, el Gobierno sigue atascado en hallar una fórmula que le permita ganar márgenes de gobernabilidad, a partir de lo cual pueda ensayar una recomposición del bloque de clases en el poder alrededor de su proyecto de restauración. Se le abre una luz de esperanza con la decisión de Uribe de invitar a los otros partidos del establecimiento a concertar acuerdos políticos en torno a la agenda gubernamental. El día de la quema se verá el humo. Entre tanto, las tensiones y desencuentros con sectores del Centro Democrático, así como con el resto de facciones del partido del orden se mantienen, y el Presidente tendrá que vérselas no solo con la oposición de izquierda, que en estos primeros cien días ha demostrado tener iniciativa política en el terreno institucional, como lo ilustra el desempeño que tuvo con ocasión de la consulta anticorrupción y sus cuestionamientos al Ministro de Hacienda, sino también con el auge que ha venido cobrado la protesta y la movilización popular contra el Gobierno, desatado a partir de la huelga general estudiantil por la defensa de la educación pública, a la que se han sumando diferentes sectores sociales contra la reforma tributaria, la crisis de la salud, por la defensa y cumplimiento del acuerdo de paz, contra el asesinato de líderes sociales, etc.
En estos primeros cien días del cogobierno Duque-Uribe, el escenario político nacional deja ver pues un establecimiento fisurado en lo político y social, con un Gobierno débil dirigido por un Presidente que arrastra una temprana impopularidad, encartado y acosado por una protesta social de carácter popular que tiende a crecer y radicalizarse, y con los temores que le suscita el asedio de una izquierda con más de ocho millones de votos. Sin duda, una coyuntura propicia que la izquierda y los movimientos sociales aprovecharán para tomar la iniciativa e ir al ataque, con la convicción de que el forcejeo entre la restauración del orden y el reformismo social, la mayor encrucijada de este país, no está saldado aún.
Noviembre 22 de 2018.