"Cuando volví a Cuba, seis años después, la revolución vivía su hora más difícil. La zafra de los diez millones había fracasado. La concentración de esfuerzos en la caña de azúcar había dejado chueca la economía del país. Por fin los niños tenían leche y zapatos, pero en los comedores de los centros de trabajo la carne era un milagro, y de. frutas y verduras no había más que recuerdos. Con voz grave, Fidel Castro leyó cifras dramáticas ante la multitud:
“Aquí están los secretos de la economía cubana”, dijo:
—¡Sí, señores imperialistas! —dijo—. ¡Es muy difícil construir el Socialismo!
La revolución había derribado los altos muros. Ahora eran de todos el techo y la ropa y la
comida, el alfabeto y la salud, la dignidad nacional. Pero, ¿no había sido el país entrenado durante siglos para la impotencia y la resignación? ¿Con qué piernas podía la producción dar alcance al galope del consumo? ¿Podía Cuba correr, si recién estaba aprendiendo a pararse sobre sus propios pies?.
Fidel habló, mientras anochecía en la plaza inmensa, de las tensiones y las dificultades. Y más largamente habló de los errores. Analizó los vicios de la desorganización, las desviaciones burocráticas, las equivocaciones cometidas. Reconoció su propia inexperiencia, que lo había hecho actuar a veces con poco realismo, y dijo que había quien creía que él estaba donde estaba porque le gustaban el poder y la gloria.
—Yo he entregado a esta revolución los mejores años de mi vida —dijo. Y con el ceño fruncido preguntó:
—¿Qué significa la gloria? ¡Si todas las glorias del mundo caben en un solo grano de maíz!.
Explicó que una revolución, cuando es verdadera, trabaja para los tiempos y los hombres que vendrán. La revolución vivía con el pulso acelerado y sin aliento, ante el acoso y el bloqueo y la amenaza.
—El enemigo dice que en Cuba tenemos dificultades —dijo Fidel. La multitud, que escuchaba en silencio, crispó los rostros y los puños:
—Y en eso el enemigo tiene razón.
—El enemigo dice que en Cuba hay descontento —agregó— Y también en eso el enemigo tiene razón.—¡Pero hay una cosa en la que se equivoca el enemigo!
Y entonces afirmó que el pasado no iba a volver. Con voz de trueno afirmó que nunca Cuba regresaría al infierno de la plantación colonial y la humillación imperial, y la multitud le respondió con un alarido que hizo temblar la tierra.
Aquella noche los teletipos se enloquecieron anunciando la caída de Fidel Castro. Entrenados para la mentira, ciertos periodistas no pudieron entender el coraje de la verdad.
La sinceridad de Fidel había dado, aquella noche, la medida de la grandeza y la fuerza de la Revolución. Yo tuve la suerte de estar y no lo olvido... "
E. Galeano