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En el esquema clásico de periodización de la mal llamada “historia universal”, la Edad Contemporánea arrancó con la Revolución Francesa (1789); pero en América Latina el proceso correspondiente constituye la Independencia, aunque con sustanciales diferencias: mientras en Europa se instaura el capitalismo y ascienden las burguesías, acá no hubo revolución industrial; y la independencia, aunque tuvo participación y hasta intereses populares (liberar esclavos, redimir a los indígenas, instaurar democracias republicanas) impuso el poder de los criollos.

Durante el siglo XIX y hasta bien entrado el XX, en América Latina rigieron sistemas oligárquicos, de base terrateniente, comercial y hasta bancaria, pero con ausencia de capitalismo, pese a la constitución de reducidos núcleos de burguesías.

La independencia fue, además, el primer proceso mundial de descolonización en la era del capitalismo. Y la historia republicana de América Latina no fue un “reflejo de vida ajena”, como en su momento la caracterizó G.W.F. Hegel (1770-1831), en su Filosofía de la Historia Universal.

La “historia universal” es, en esencia, la de Occidente y con visión eurocéntrica. Y hasta en la academia resulta difícil, a veces, convencer a todos de que América Latina no se sujeta al esquema global, tiene sus procesos propios y hay que estudiarla desde otras perspectivas teóricas y metodológicas, lo cual en nada significa soslayar los ligámenes de la región con Europa y con el mundo en la Época Contemporánea, más aún desde la hegemonía que adquirió el imperialismo a inicios del siglo XX o en los tiempos de la globalización, desde fines del mismo.

Tampoco se cumplen en América Latina los cinco “modos de producción” (comunismo primitivo, esclavismo, feudalismo, capitalismo y socialismo) atribuidos a K. Marx, pero cuyo esquema nunca le perteneció, pues fue una dogmatización creada por J.B. Stalin a partir de su texto Acerca del Materialismo Histórico y el Materialismo Dialéctico, en el que se simplifica arbitrariamente la teoría marxista.

El año 2018, que ahora se inicia, es una ocasión propicia para reflexionar sobre diversas temáticas de la historia de América Latina, y especialmente de aquellos procesos que tienen su propia singularidad en el contexto mundial.  El 1 de enero se conmemoraron los 59 años de la Revolución Cubana (1959), un acontecimiento que definió la viabilidad histórica de la derrota del capitalismo en América Latina.

Se cumplen 100 años de la Reforma Universitaria de Córdoba en Argentina, que sirvió de ejemplo para las transformaciones de las universidades en la región, bajo el impulso del movimiento estudiantil.

En la coyuntura histórica, este año habrá elecciones presidenciales en Brasil, Colombia, Costa Rica, México, Paraguay y Venezuela. La restauración conservadora ha ganado terreno en América Latina, de modo que la esperanza por el espacio del progresismo de izquierda marca lo que pueda ocurrir en Brasil y Venezuela, aunque en este último país la Revolución Bolivariana tiene una firmeza política difícil de revertir.

En un largo plazo histórico el progresismo latinoamericano de izquierda, que ha determinado un ciclo histórico ubicado en las primeras dos décadas del siglo XXI, se constituyó como una alternativa válida de superación del capitalismo neoliberal que dominó la región durante las décadas finales del siglo XX y también se ha ofrecido como un régimen que puede servir de transición hacia una sociedad socialista, un tema sobre el cual habrá que ahondar en los estudios teóricos.

En esa perspectiva de reflexión, en 2018 se conmemora el bicentenario del natalicio de Karl Marx (1818-1883), cuya teoría ocasionó una revolución en la forma de entender y estudiar el mundo contemporáneo y particularmente la economía capitalista.

El marxismo latinoamericano tiene una larga historia, que se remonta a las décadas iniciales del siglo XX, aunque en 1896 se fundó el Partido Socialista en Argentina, con la participación de inmigrantes alemanes, franceses e italianos. Allí fue fundamental la difusión del marxismo por parte de Juan B. Justo (1865-1928), quien incluso tradujo El Capital.

En general los partidos socialistas y comunistas de América Latina se constituyeron entre 1910 y 1930, siendo decisiva la influencia de la Revolución Rusa (1917) al instaurar el primer país socialista inspirado en las ideas de Marx. Pero hubo serias discusiones, al respecto, de seguir a la II Internacional o a la III, aunque los partidos comunistas finalmente obraron en torno a la III Internacional y al marxismo oficial, que se estableció en la otrora Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

Así ocurrió en Ecuador, donde en 1926 se fundó el Partido Socialista (PSE) y en 1931 el Partido Comunista (PCE), que se vinculó de inmediato a la III Internacional, en un confuso episodio que provocó a la larga la ruptura con el Partido Socialista (PSE). El marxismo partidista privilegió consignas, estrategias, tácticas y programas para librar la lucha de clases. Pero pocos, como José Carlos Mariátegui (1894-1930), intentaron una renovación y aplicación de la teoría a las realidades y condiciones latinoamericanas.

A raíz de la segunda postguerra mundial, el marxismo se difundió y arraigó en América Latina. La revolución socialista de Cuba despertó reflexiones teóricas nuevas porque su proceso no se ajustó a los dogmas que se habían forjado en el pasado.

Desde la década de 1960 la proliferación de partidos, grupos, movimientos identificados con el marxismo multiplicaron no solo las opciones políticas de lucha contra el capitalismo sino también las divisiones entre esas izquierdas, pues cada una asumió representar la autenticidad revolucionaria y la verdad teórica. Lastimosamente ese fenómeno limitó el desarrollo del propio marxismo.

El presente año puede servir, por tanto, para retomar el estudio, análisis y reflexión sobre el marxismo desde nuevas ópticas latinoamericanas.

La teoría originaria fue elaborada sobre todo para otros contextos, y el propio Marx tuvo una visión eurocentrista y hasta algo prejuiciada sobre América Latina (conocía poco la región), quizás influido por el pensamiento de Hegel, para quien América carecía de Estado y las sociedades sin Estado están ubicadas en la “prehistoria” de la humanidad (una teoría difícil de entender si no se va a una lectura a fondo).

En sus últimos años de existencia, Marx se empeñó en comprender la realidad de Rusia y en ese camino, siempre crítico de su propia teoría, advirtió la posibilidad de otras vías de constitución del capitalismo, lo cual quedó reflejado en las famosas cartas que mantuvo con Vera Zasulich (1849-1919).

En América Latina, donde el capitalismo o no existía o era “subdesarrollado”, los primeros partidos marxistas idealizaron la realidad, pretendiendo la posibilidad de revoluciones proletarias, aun cuando la clase obrera apenas estaba en formación o era nula.

En la realidad contemporánea, tan compleja y multifacética, es imposible mantener el reduccionismo clásico (Marx fue mal entendido en este punto) de la lucha de clases exclusivamente entre burgueses y proletarios. América Latina tiene una diversidad que rebasa ese reduccionismo y al menos los dirigentes de la clase obrera en varios países, como ocurre en Ecuador, han perdido el norte de la lucha por el socialismo y han servido más a ciertas causas de las derechas políticas.

En este país, durante la campaña electoral de 2017, incluso quedó claramente definido un sector de la vieja izquierda partidista, supuestamente identificada con el marxismo, que generó los argumentos a favor del candidato millonario y ex banquero Guillermo Lasso, o hizo campaña abierta a su favor, por simple odio político al “correísmo”, de modo que Ecuador es el único país latinoamericano en donde apareció un sui géneris “marxismo pro-bancario”.

Con los antecedentes y esbozos expuestos, el marxismo latinoamericano tiene el desafío de alejarse del marxismo simplemente partidista, para convertirse en una teoría sujeta a la crítica y la actualización, a fin de que forme parte de la cultura de la región como instrumento de estudio y como concepción que tiene por base tanto la ciencia como la investigación rigurosa de la realidad.

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