Aviso

En su obra la Riqueza de las Naciones, el primer libro de la economía moderna, el economista escocés Adam Smith, explica la teoría del valor-dinero y la resume así: “El trabajo es pues la medida efectiva del valor intercambiable de toda mercancía”.

Desde entonces, para los economistas  de la modernidad, el valor de una mercancía está determinado por la cantidad de trabajo humano socialmente necesario para su producción. Y aunque el precio de venta de una mercancía y ese valor no coinciden siempre, por la influencia de la Ley de oferta y demanda, por lo general y como promedio se acercan.

¿Y cuál es el valor de la fuerza de trabajo humana? Lo que le cuesta reproducirse socialmente. Así, un asalariado para garantizar su reproducción como fuerza de trabajo, debe alimentarse, vestirse, calzarse, techarse, educarse, él y su familia y estar en condiciones de volver a trabajar. Lo que para ello gasta como promedio diario en dinero, es lo que el capitalista paga, también como promedio, por alquilar una fuerza de trabajo determinada, durante una jornada.

Si no se paga la fuerza de trabajo, que es la que proporciona valor a las mercancías, a partir de ahí todo empieza a devaluarse, empezando por el dinero mismo que es el instrumento para concretar la medida del valor.

Así, si el trabajador no es bien pagado y el dinero que recibe  no le alcanza para resolver sus necesidades, recibe menos dinero de lo que cuesta y necesita para reproducirse y vivir, se ve obligado a dejar de adquirir alimentos y medios de vida, en fin mercancías porque no tiene poder adquisitivo. Entonces comienza el ciclo que arruina la producción, porque el mercado se deprime por falta de demanda solvente, decaen los precios, viene la superproducción, la inflación, los despidos  y el capital y el trabajo se desploman. Es la consecuencia de no pagar la fuerza de trabajo.

Los capitalistas que buscan bajar los costos de producción bajando salarios, como luego no tienen a quién vender, creen resolver “su” problema exportando, sin darse cuenta que esa forma de bajar los costos deprime, esquilma su propia fuerza de trabajo, mata “la gallina de los huevos de oro”. Igual, algunos comerciantes compran barato fuera para vender dentro y lo que logran es destruir la producción nacional.

El Capitalismo Monopolista de Estado (CME) cubano, que monopoliza los mercados y la economía, hace esas tres cosas, las peores que puede hacer un capitalista en perjuicio de sus trabajadores y a la larga de él mismo: 1-no paga lo necesario a sus trabajadores, 2-exporta todo lo que puede para obtener fuera  los valores que pudiera obtener dentro y 3-compra barato fuera para vender más caro dentro y contrarrestar la competencia interna de los privados y cooperativistas.

Resultados: depresión de la fuerza de trabajo, de la producción nacional y su valor y, consecuentemente, de la moneda nacional.

De manera que la causa primera de la devaluación de la moneda nacional, el dinero, que es la medida del valor, es el no pago correspondiente de la fuerza de trabajo. Por regla general cuando una moneda de un país mantiene un alto valor establemente, es porque en ese país se respeta el valor de la fuerza de trabajo y los salarios medios alcanzan para satisfacer las necesidades fundamentales de los trabajadores.

Por esa razón los capitalistas privados medianamente inteligentes siempre tratan de pagar el valor de la fuerza de trabajo, hacen contratos de trabajo que satisfagan las necesidades de sus trabajadores para que haya estabilidad laboral, los instruyen, los preservan, pagan un salario adicional a fin de año, el plus, dan vacaciones pagadas, le dan participación en las acciones de la empresa y otras prebendas.

En cambio el CME en Cuba, presentado como socialismo, para realizar sus políticas populistas, voluntaristas, clientelares, igualitaristas, distributivas y mantener su aparato burocrático político-militar y de control social (seguridad, organizaciones de masas poleas, prensa, sistema político controlado, etc.) se apropia de todos los resultados del trabajo, no paga el valor de la fuerza de trabajo y además se queda con la mayor parte de los salarios de los trabajadores, violando su propio enunciado, “de cada cual según su capacidad, a cada cual según su trabajo”.

Los mandantes cubanos han reconocido que los salarios son insuficientes para satisfacer las necesidades fundamentales de sus explotados, pero echan las culpas al bloqueo imperialista, a la baja producción y productividad, a la mala conducta de sus asalariados, a los desvíos de recursos y a cualquier otra cosa, menos a la causa real: no pueden pagar la fuerza de trabajo, porque el estado burocrático-dueño-explotador es un monstruo insaciable que devora todo.

En Cuba, un factor inflacionista adicional son las remesas, dinero que llega al mercado sin ser el resultado de un proceso de producción de valores y que ha generado todo tipo de distorsiones en el mercado y en el valor de la moneda nacional, cuya debacle ha sido impedida, precisamente por el dólar “imperialista” de las remesas. Si no fuera por las remesas, el peso cubano podría valer hoy como el Bolívar venezolano (300 por un dólar en el mercado oficial, mil por un dólar en el mercado negro).

Solución: cambiar el sistema de explotación estatal asalariada, del Capitalismo Monopolista de Estado, por la diversificación de las formas de producción y estimular especialmente el trabajo libre, privado o asociado, que tipificaría el pos-capitalismo, eliminado todo tipo de monopolios, estableciendo el estado mínimo imprescindible bajo absoluto control popular transparente y garantizando la libertad de mercado y la propiedad, asociada, comunal, pública y privada.

Cómo lograrlo: a través de un proceso de democratización de la política y la economía que responda a los intereses  de todos los cubanos y no a los de una casta burocrática político-militar, enemiga de todas las libertades, al estilo del “nacional socialismo”, como ocurre en nuestro país desde 1959.