"...El régimen no atiende a los pocos organismos internacionales que señalan las carencias democráticas y la corrupción de un Estado que al parecer está alimentado por las rentas ilegales del narcotráfico..."
El régimen se porta duro con la oposición. Cada manifestación de la sociedad civil es repelida por las fuerzas del orden. Muchos mueren en las manifestaciones. La protesta de los civiles se trata de forma militar.
No importa que sean miles en todas las latitudes del país. Jóvenes, mujeres y hasta niños son recibidos con balas de goma, gases lacrimógenos y hasta armas de fuego por unas Fuerzas Armadas adictas a un gobierno que ante cada protesta aumenta el nivel de represión. Esto, sin embargo, no hace que los manifestantes retrocedan.
El régimen no atiende a los pocos organismos internacionales que señalan las carencias democráticas y la corrupción de un Estado que al parecer está alimentado por las rentas ilegales del narcotráfico.
Los pobres se multiplican y se derraman por los países vecinos huyendo de la violencia política y de la debacle económica. Por todo el mundo pululan grupos de exiliados y emigrantes que portan la camiseta de la selección de su país, símbolo que los une a una patria regentada con mano de hierro por el sátrapa.
En los otros países de Suramérica y del mundo, los refugiados/migrantes ocupan los trabajos que nadie quiere hacer, lo hacen informalmente y por menos del salario legal. Lavan carros, cocinan y cantan en restaurantes de todo tipo, ejercen la prostitución y la delincuencia común. Las instituciones sociales de sus vecinos se ven desbordadas por los miles que llegan a pedir atención.
Pese a este estado de cosas el régimen se sostuvo. Nadie verdaderamente influyente en el mundo se atrevió a afirmar que Colombia fuera un narcoestado. Pese a que los refugiados, los asesinados, los desaparecidos y los torturados eran millones, pocas voces en la gran prensa y en los organismos multilaterales calificaron al país suramericano de “Estado fallido”.
Estados Unidos y la Unión Europea tenían excelentes relaciones con el régimen. Mandatarios como George W. Bush y José María Aznar se paseaban por Colombia evidenciando la amistad profunda que los unía con el gobierno país cafetero.
La OEA nunca cuestionó el carácter democrático de Colombia, pese a que como quedó probado en los estrados judiciales, la reforma de la constitución de 2004 que permitió la reelección, fue posible gracias al soborno del gobierno a algunos congresistas para poder conseguir mayorías en el parlamento.
Los únicos que tuvieron una política pública explícita de atención a los refugiados fueron el Ecuador de Rafael Correa y la Venezuela chavista, que recibieron la mayor cantidad de colombianos que cualquier país extranjero. Los gobiernos progresistas atendieron a los millones de colombianos humildes que huían de la violencia política y la exclusión económica.
El resto del mundo estuvo indolente ante una de las tragedias humanitaria más grandes del hemisferio occidental. Tal vez fue porque las víctimas eran mujeres, campesinas, afrodescendientes y pobres. Por eso las élites tradicionales de Iberoamérica no se solidarizaron públicamente con los caídos y los sobrevivientes.
Por más búsquedas que se han hecho no se ha podido encontrar alguna evidencia que personajes como Henrique Capriles, Leopoldo López, Mauricio Macri o Mariano Rajoy; hubieran expresado su solidaridad con la tragedia humanitaria que vivió Colombia a finales de siglo XX y principios del XXI. Nada dijeron de los 5000 jóvenes colombianos humildes asesinados para pasarlos como guerrilleros caídos en combate.
Su silencio fue total frente a la situación de los miles de presos políticos que languidecían en las hacinadas cárceles colombianas. Nada dijeron de las decenas de asesinatos de manifestantes por el ESMAD, que como ha quedado demostrado en los estrados judiciales, utilizaban armas no convencionales para contener a los manifestantes.
Por el contrario, hicieron del militarismo del régimen un ejemplo a seguir y erigieron al gobernante como un caudillo digno de emular. Y ese militarismo es el que están aplicando y motivando en Venezuela, por eso no dialogan. Así como el régimen colombiano pretendió eliminar a sus enemigos por medio del aniquilamiento total, la Mesa de Unidad Nacional -MUD- no negocia con el gobierno de Nicolás Maduro.
La única alternativa que vislumbran es eliminar a su contendor. Han incitado a jóvenes a que se enfrenten con las Fuerzas Armadas. Una de las estrategias es que vayan a las propias guarniciones militares a lanzar bombas molotov llenas de excremento. ¿Qué pasaría si unos jóvenes de las barriadas de Colombia se van echarle cócteles molotovs a la Cuarta Brigada en Medellín? Cuando lo hace la oposición venezolana es un acto libertario.
La gran victoria del régimen colombiano es que logró convencer a buena parte de sus ciudadanos y toda la gran prensa (hasta aquellos que no comparten su tesis) que el gobierno del chavismo no es legítimo y que es necesario sacarlo como sea del poder. Hasta acuñaron un concepto que lograron posicionar en América Latina, el “castrochavismo”.
Los más extremos como el abogado de los poderosos Abelardo de la Espriella, están llamando al asesinato del presidente del hermano país, sin que a nadie le parezca extraño, ni cuestionable.
Hoy, cuando el conflicto colombiano parece haber terminado y por ende las ciudades no estén llenas de refugiados sino de turistas, parece evidente afirmar que esto es una democracia y lo de allá un “régimen”. Obviamente la labor del pensamiento social no son las apariencias.